PASADO DE ROSCA. La lección del maestro, por Bernar Freiría



Diría que leo a Philip Roth con la devoción del discípulo hacia el maestro, si no fuera demasiado pretencioso proclamarse discípulo de Roth. He leído todas sus obras publicadas y tengo un profundo agradecimiento por cada una de ellas. Por la intensa experiencia literaria que todas me han proporcionado y por lo mucho que he aprendido y sigo aprendiendo en ellas. Roth escribía como se debe vivir, buscando, equivocándose y, de vez en cuando, logrando un acierto luminoso. Todas las novelas de Roth son obras maestras y ninguna lo es. Lo propio de un maestro es enseñar y de todas las obras de él se puede aprender. Yo, al menos, he aprendido hasta de ese panfleto contingente contra Nixon —Our Gang— que está muy lejos de ser una obra canónica. Otras como American Pastoral —cuando la leí supe que yo querría escribir una Pastoral española, y eso es lo que intento una y otra vez— sí son un destello de luminosidad, una gigantesca supernova en el universo de la literatura. En mi modesto entender, Roth ha escrito tres obras de una maestría y una altura literaria que las sitúan en el Himalaya de la literatura contemporánea. Son Pastoral Americana, El teatro de Sabath y Operación Shylock. Con una ironía endiablada y una imaginación flamígera constituyen un espejo, deliberadamente distorsionado en muchas ocasiones, en el que se refleja lo más profundo de las pulsiones de hombres y sociedades de nuestra época. Pero además, es que cada una de sus otras obras es un prodigio de inteligencia y Roth muestra en ellas unos recursos literarios ilimitados. Es como un prestidigitador que juega con ficción y realidad dando giros inesperados, como en Zukerman encadenado, en los que va dando vueltas de tuerca a lo narrado en simetrías especulares en las que nada es lo que parece y la sorpresa nos abre nuevas puertas a la penetración en la complejidad humana.

Sin embargo, todas las obras del maestro son imperfectas, me atrevería a decir que deliberadamente imperfectas, como la vida misma. También me atrevería a decir que ningún otro escritor contemporáneo ha tenido la variedad de registros y el torrente de imaginación que Philiph Roth ha exhibido en su amplísima obra. Virtuoso de la precisión —La contravida es un artefacto literario cuyas piezas encajan con una exactitud que él mismo se encarga de poner de manifiesto en una carta a Mary McCathy— deja, sin embargo, que su escritura crezca fuera de cualquier margen y cualquier temática hasta negar la precisión con su intencional proliferación. Comedido en Letting Go, desbordante en El teatro de Sabath o en Operación Shylock, con un sentido del humor ácido y diabólico en El mal de Portnoy o de la tragedia en la tetralogía Nemesis, todos los registros están presentes en una obra que es un regalo para cualquier lector literario inteligente, en el caso de que esa rara avis no se haya extinguido ya, como el mismo Roth vaticinó. Y sus libros son un tesoro para alguien que a contracorriente y extemporáneamente pretenda perseverar en el mismo oficio del escritor fallecido en 2018.

Comentarios

  1. Un placer leer tu artículo, magnífico. Comparto la admiración por Philip Rot, y tomo nota de esos dos libros que destacas junto a la Pastoral.

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  2. Hace tiempo que leí a Roth, lo disfruté y recuerdo especialmente La Pastoral Americana. Ahora me has provocado una relectura mas sosegada, y la haré. Gracias

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  3. Tu me introdujiste en el mundo Roth. Gracias hermano.

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  4. Gracias, maestro, por tus palabras y tus descubrimientos compartidos.

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