LOGOSFERA: Entre azul turquesa y verde mar, por Isaac David Cremades Cano
Me contaba que había una vez una joven senegalesa que narraba, en una extensa carta redactada en francés, la idiosincrasia del matrimonio polígamo. De su curiosa relación con las coesposas, surgía todo un entramado de complejos nudos: unos enlazados suavemente, algunos inesperadamente correderos, pero otros apretados severamente por la tiranía masculina. Ese ancestral tejido tradicional se desgarraba con la extraordinaria fuerza que adquiría esa atrevida escritura. El poder liberador de la literatura como testimonio y compromiso humedecía las yemas de los dedos a cada página sugerida...
Había una valiente marroquí que describía igualmente cómo las mujeres de su entorno comenzaban a cuestionar el respeto a los hudud, mientras susurraba su niñez entre los altos muros del harem familiar. Un atractivo exterior irrumpía cada vez con más fuerza en ese cerrado mundo tradicional. Mujeres y hombres, así como cristianos y musulmanes, en espacios separados los primeros, un mar desplegado entre los segundos, en constante conflicto entre tradición y modernidad. La memoria oral fluía entre esas paredes fronterizas, palabras que transgredían los límites de esos confines sagrados. Otra osada magrebí, en este caso en un pequeño apartamento de Alger, revivía entre sus páginas tantos otros encerrados relatos femeninos, en un afán, no sin sollozar, por rescatar la dignidad de las mujeres de su pasado y presente.
Había también una imponente haitiana exiliada en Canadá que conmovía con su dilatado blues, profundo gemido de un violento pasado femenino de esclavitud ignorado y de un cruel presente dictatorial silenciado. Una densa lava de heridas vivas y cicatrices de un azul profundo caribeño casi obsesivo se extendían por un curvado cuerpo castigado. Todo estaba cubierto de esa Intensidad cromática, sobre todo de ese invasivo añil que impregna desde el gran abovedado insular reflejado por el omnipresente horizonte marítimo que, siendo testigo de tales atrocidades, adquiere un inesperado y macabro sentido metafórico. Frente a su ventana, el riachuelo no cesaba en su fluir, diluyendo generaciones de relatos femeninos, bajo la forma de una polifonía de injusticias y desigualdades que ensordecen… cegado por tal estruendo, todo se volvía oscuro, hogar de la triple maldición de la diáspora femenina descendiente de esclavos.
Pero había una anciana misteriosa que comenzó a resonar con intensidad desde sus primeras líneas, a través de lejanas voces ficticias como única forma de recuperar un pasado aplastado y escondido bajo el felpudo del Viejo Mundo. Osada y transgresora, esta gran dama de las letras disfrazaba hábilmente la lengua de Molière con vivos colores franco-caribeños. La diversidad de esos azules y verdes, el profundo mestizaje identitario y una sutileza poética de genuina sensibilidad capturaban con fuerza nuestros oídos, mientras nuestras miradas compartían intrépidas un mismo recorrido por el universo imaginario recién descubierto. Un extraño hormigueo inspirador experimentamos deleitándonos entre las líneas de sus relatos: la noche en el bosque tropical, propicio a la conversación con los invisibles, rituales de brujería y magia, flora y fauna, seres sobrenaturales, volcanes y huracanes como cataclismos renovadores, gastronomía y la naturaleza cobraban fascinante vida; una oralidad con piel de tambor, para mostrar las complejidades de un todo-mundo sin pasado. Dueña y señora de su propia vida, protagonista con fragmentos de alter ego de su propia obra, nos hizo tanto viajar, tanto soñar…
Con empeño y tozudez, parte de uno de esos sueños se haría realidad sin apenas imaginarlo posible. Iríamos de la mano más allá de esas extensas escrituras y lecturas de tardes otoñales, donde repicaban ecos polifónicos de una multivoz femenina, que alcanzaban hasta las lejanas latitudes de nuestros anhelosos oídos. Con esmero y dulzura recorríamos por los angostos caminos de la francofonía magrebí a las anchas llanuras del África subsahariana, para luego alcanzar una insospechada amplitud, con la universalidad que adquirían las evocadoras entrelíneas de esa impresionante mujer-archipiélago. Sencillez y generosidad emitían sin embargo su tibia mejilla y sus cálidas manos, que conseguiríamos estrechar en varias ocasiones...
Entonces… había una vez dos colibríes, a uno lo llamaré A. y al otro M., que revoloteaban cerca de la cascada de los cangrejos, esa habitada por una Loa acuática de cabellos azul turquesa y tez de verde mar. Bajo la negrura del denso dosel arbóreo, algunos rayos de luz conseguían no obstante atravesarlo, mientras A. y M. revoloteaban velozmente a mi alrededor y se fusionaban con ese exótico paisaje. De repente, los destellos de tornasolado plumaje vibraron a esmeralda y metal por un instante, entrecerré los ojos, se pusieron a volar hacia la noche que caía. Escruto desde aquel día el cielo al atardecer hasta descubrir que hoy son estrellas que conversan, recordando con dolor ese alto vuelo que emprendieron. Admiro a M. que resplandece con impulsos refulgentes y consigue seguir iluminando mi imaginario. Observo a menudo a la discreta A., lejana, casi eterna, que continuará reluciendo con el incesante zunzún del recuerdo que nos deja.

Precioso homenaje, lleno de poesía. A A. le gustará 🦋
ResponderEliminarPrecioso homenaje, lleno de poesía. A A. le gustará 🦋
ResponderEliminarPrecioso de principio a fin!!
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