PUNTO DE FUGA. Cóctel granaíno, por Charo Guarino
Cóctel granaíno
El pasado mes de julio una inoportuna tormenta de verano frustró nuestras esperanzas de poder disfrutar del concierto de Silvia Pérez Cruz y Salvador Sobral para 'La mar de músicas' en Cartagena. Como no hay mal que por bien no venga, ese contratiempo dio pie a la oportunidad de volver a visitar por enésima vez mi querida Granada, tierra de mi padre y familia paterna, para escuchar al dúo en el Auditorio de la ciudad. José Luis me sorprendió con dos entradas, y a Granada que pusimos rumbo. El espectáculo fue delicioso y nos permitió reconciliarnos con la Humanidad, pese a las, por desgracia, cada vez más frecuentes muestras de barbarie que nos rodean. Para mí un momento singular en el concierto de Silvia Pérez Cruz fue el de su interpretación, con su susurrante y sugerente voz, de 'Pequeño vals vienés', uno de los poemas de Poeta en Nueva York de Federico García Lorca. Escrito entre 1929 y 1930, el borrador del poemario lorquiano fue entregado por su autor a José Bergamín poco antes de su fusilamiento en 1936, y publicado en 1940, en dos ediciones simultáneas: una mexicana y otra estadounidense. En 1986, con motivo del cincuenta aniversario de la muerte del poeta, el músico Manolo Díaz puso en marcha un proyecto discográfico con artistas como Lluis Llach, Leonard Cohen, Víctor Manuel, Paco de Lucía, Donovan, Georges Moustaki o Patxi Andión, entre otros; el disco, titulado “Poetas en Nueva York” se abría con la canción “Take This Waltz”, compuesta a partir del poema “Pequeño vals vienés”, con una traducción libre al inglés por parte de Leonard Cohen, que lo publicó como single. Esta canción ha gozado de múltiples interpretaciones, entre ellas la realizada por el cantaor flamenco Enrique Morente y el grupo de rock Lagartija Nick, incluida en el álbum titulado “Omega” (1996), integrado por canciones que son poemas musicalizados de Poeta en Nueva York de Federico García Lorca y versiones de temas escritos por Leonard Cohen.
Coincidió con nuestra visita a Granada el final de una excepcional exposición en el palacio de Carlos V, de la poliédrica figura de Santiago Rusiñol ('Rusiñol y la Alhambra, el despertar de un pintor poeta'), que nos recomendó el también pintor Paco Carreño, otro enamorado de Granada, al igual que su novia, Linda, que, aunque holandesa, capta la retranca y pilla cada uno de los chascarrillos propios de esta singular tierra andaluza.
Rusiñol, pintor modernista catalán, apasionado de las letras, que cultivó en especial el género dramático, pero también la novela y el cuento, y a quien se ha tildado de 'artista total', estuvo muy relacionado con Manuel de Falla, ya entonces afincado en Granada, y con distintos pintores y poetas contemporáneos suyos, que formaron parte de su álbum 'Jardines de España', una compilación de 40 láminas de sus cuadros acompañadas de poemas de Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez o Joan Maragall que realizó en 1903, en cuya reedición, en ese caso bilingüe francés-español, intervino el compositor gaditano y a la que se unieron otros poetas, como Juan Ramón Jiménez. La famosa obra para piano y orquesta de Falla 'Noches en los jardines de España' parece haberse inspirado precisamente en las pinturas de Rusiñol. El pintor, que viajó en cinco ocasiones a Granada a lo largo de su vida (las dos últimas con su mujer y su hija, durante períodos de tiempo prolongados) expuso en París en 1896 sus pinturas granadinas bajo el título de 'Jardines árabes de Granada'. Tres años después inauguró la mencionada serie 'Jardines de España' con una exposición de 32 obras en la galería 'Art Noveau' de París.
Para dar una idea de la concepción de Rusiñol de las artes, baste decir que instaló en el Cau Ferrat de Sitges su casa-taller con la intención de «ser una ermita junto al mar, a la que podrán ir todos los peregrinos del arte a tomar las aguas de poesía y a curarse del ruido de las ciudades», según sus propias palabras, con las que la inauguró oficialmente el 4 de noviembre del año 1894. Allí recibiría a Falla a su vuelta de París una vez iniciada la I Guerra Mundial.
Aprovechando esta ocasión visitamos también el auditorio y la casa de Manuel de Falla, cuyo sesquicentenario se prepara para el año próximo, y gracias a María del Carmen, la agradable y locuaz guía que nos recibió en un pequeño grupo, recorrimos el carmen de la Antequeruela, la que fue su casa en Granada durante los años previos a su partida a Buenos Aires, en el 39, y pudimos ver su piano y los objetos que acompañaron sus días en la ciudad junto a su hermana, María del Carmen, soltera como él, que estuvo a su lado hasta su último aliento, cuando le sorprendió la muerte en Alta Gracia en vísperas de cumplir los 70 años.
Visible en el cielo a las doce del mediodía, la luna —que, como dice mi padre, vive en la Alhambra—, confirmaba que todo es posible en Granada, como caer por casualidad en la puerta de la casa que habitó Enrique Morente en un paseo vespertino, coincidir sin saberlo en el concierto de Silvia Pérez Cruz con mi amiga del alma Leticia Bravo Banderas, que fue desde Málaga, y no llegar a enterarnos sino horas después (¡ay!), o volver a Murcia en coche tras haber perdido las llaves del mismo y sin haber llegado a encontrarlas (la técnica tiene esas ventajas).
Y a propósito de Morente, para completar el fin de semana asistimos a la primera edición de la Bienal de Flamenco de Granada que tuvo lugar en la Abadía del Sacromonte en homenaje al cante jondo, que recordó la figura del cantaor granaíno, junto a la del poeta sevillano Antonio Machado (además de las de Juan Ramón Jiménez, García Lorca o Miguel Hernández). Carmen Linares y Javier Ruibal participaron en el 50 aniversario de 'Se hace camino al andar', título del disco que en 1975 publicó Morente, quien tuvo el acierto de llevar la poesía al flamenco, y de explorar nuevas vías en la armonía entre las artes.
Pienso en el grupo “El rinconcillo”, que contó con componentes como Lorca o Falla en su tertulia de intelectuales en el ya desaparecido 'café Alameda', y en cómo surgió de ella hace más de un siglo el primer Concurso de Cante Jondo, con sede en la Plaza de los Aljibes de la Alhambra, promovido por Falla, Lorca e Ignacio Zuloaga y apoyado por el Ayuntamiento de Granada y otros intelectuales de la época como Joaquín Turina, que obtuvo una enorme repercusión pública, y también en el círculo en torno a Rusiñol, o en Silvia Pérez Cruz, y en la relación de todos ellos con Granada, y me reafirmo en lo absurdo y empobrecedor de nacionalismos e independentismos, de xenofobias y rechazos a lo que es distinto, y en cómo, si nos liberamos de prejuicios, podemos trascender la unidad y hacernos mejores complementándonos a través de la fusión y la interdisciplinariedad, y en la importancia del hermanamiento de las artes como trasunto de la deseable hermandad entre los seres humanos, cada vez más amenazada y utópica.
Concluyendo, dejando un tanto al margen en la medida de lo posible las inquietantes circunstancias de la actualidad, he tenido la dicha de disfrutar en inmejorable compañía de un fin de semana inolvidable, impregnándome de arte, música y poesía y, para no olvidar la parte mortal, degustando tapitas en locales únicos, algunos de ellos "de toda la vida" en la siempre fascinante ciudad de Granada. Como siempre, quedan cosas pendientes de ver y hacer: a la próxima espero probar los calicasas de las 'Bodegas Castañeda', y deleitar de nuevo mi paladar con los helados de 'Los italianos'. Volveremos pronto por el placer de deambular por las calles del Albaicín, dejándonos embriagar por el olor de la madreselva, o de internarnos en el edénico e inspirador recinto de la Alhambra y los jardínes del Generalife siguiendo el rumor cantarino del agua y el gorjeo alegre y despreocupado de los pájaros.
Granada y su embrujo nunca decepcionan, y en cada viaje se suman a la cuenta anécdotas entrañables y divertidas, propias y ajenas, como la pérdida de los cinco duros de papel de mi padre en su primer viaje de estudiante desde Loja con los curas siendo chico, cuando al asomarse por la ventanilla del tren le entró carbonilla en el ojo y debieron caer al suelo sin que se percatara al sacar del bolsillo el pañuelo para aliviar la molestia, o las vueltas que dio por el patio interior del palacio de Carlos V tomando prestada sin permiso la bicicleta de uno de los albañiles que reparaban el tejado. Mientras escucho una vez más el relato de sus peripecias, que revive como si fuera ayer, yo me sumerjo en vivencias que me retrotraen a momentos de feliz recuerdo, remontándome a los viajes de mi infancia con mis padres y hermanas desde Barcelona —previa parada y fonda en el pueblo de nacimiento de mi madre en Murcia, Cobatillas— en un Renault 6 sin aire acondicionado, naturalmente, en pleno mes de agosto. Pequeñas historias en una amalgama con viraje a leyenda de la que tal vez podemos contar parte a quienes tengan la paciencia de escucharlas y conservar el resto en ese rincón del alma reservado a lo más íntimo e intrasferible. Tanto que se resiste a ser verbalizado y, de algún modo, es el acicate que secretamente nos impulsa a volver.


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