CRONOPIOS, El colgante XI. La mochila, por Rafael Hortal

En el bungalow del campamento de Meroe, Bea intentaba mantener erecto el pene de Alain durante el mayor tiempo posible con ungüentos, masajes y la percusión rítmica de su tambor de chamana. Danzaba desnuda a su alrededor tocando el tambor que elevaba como si se alzara solo con sus cuatro plumas al viento. Los pechos se movían con la misma cadencia, lo que producía en Alain un estado hipnótico. —Bea, por favor, me vas a matar, ni la viagra lo consigue tanto tiempo, además con las preocupaciones es muy difícil mantenerla así. —No puedo hacerte una felación, se iría el ungüento, pero excítate tocándome los pechos y haciéndome un cunnilingus, si quieres. —Si esta brujería tuya da resultado me caso contigo. —Conseguiré que tu falo divino sea alado, como lo representaban los romanos. Entonces tendrás que casarte con Alizée y conmigo a la vez. Ja, ja, ja. —Bea, recuerda que Alizée nos decía en la carta que se la daba a un cazador alemán para que la dejara a mi nombre en la recepción del ...