CRONOPIOS, El colgante XI. La mochila, por Rafael Hortal




En el bungalow del campamento de Meroe, Bea intentaba mantener erecto el pene de Alain durante el mayor tiempo posible con ungüentos, masajes y la percusión rítmica de su tambor de chamana. Danzaba desnuda a su alrededor tocando el tambor que elevaba como si se alzara solo con sus cuatro plumas al viento. Los pechos se movían con la misma cadencia, lo que producía en Alain un estado hipnótico.

—Bea, por favor, me vas a matar, ni la viagra lo consigue tanto tiempo, además con las preocupaciones es muy difícil mantenerla así.

—No puedo hacerte una felación, se iría el ungüento, pero excítate tocándome los pechos y haciéndome un cunnilingus, si quieres. 

—Si esta brujería tuya da resultado me caso contigo.

—Conseguiré que tu falo divino sea alado, como lo representaban los romanos. Entonces tendrás que casarte con Alizée y conmigo a la vez. Ja, ja, ja.

—Bea, recuerda que Alizée nos decía en la carta que se la daba a un cazador alemán para que la dejara a mi nombre en la recepción del hotel de El Obeid.

—Sí, pero la carta nunca llegó allí, al alemán lo mataron antes.

—No me fío de Carole, nos está reteniendo aquí cuando deberíamos estar siguiendo la pista desde el poblado de los Nuba de Kau, que fue el punto donde vimos a Alizée por última vez.

—Es una zona muy peligrosa.

—Tenemos que salir del campamento y llamar a Peter a Londres, a ver si tiene novedades y que contacte con National Geographic y con Amnistía Internacional para que nos ayuden a encontrar a Alizée.



Khalid se había quedado con el mejor camello de los cuatro, portaba a Alizée y a Rania por las blandas arenas del desierto de Sudán. En más de una ocasión había visto con sus propios ojos como se abría un socavón en la arena y engullía todo los que había encima, por eso Khalid iba delante a pie guiando al camello. Llegaron a una pequeña aldea abandonada, apenas había alguna pared de adobo sin derrumbar. Si en otro tiempo aquí había una aldea, era porque tenían agua cerca.

—Pasaremos la noche sin encender fuego —aseguró Khalid.

—Buscaré el mejor lugar para hacer trampas de condensación de agua. —Alizée se alejó.

El sol se ocultaba y pronto les rodearía la oscuridad, aunque con luna llena. Al regresar a las ruinas, Alizée escuchó gemidos. Avanzó con precaución y comprobó que eran de placer. Rania estaba desnuda cabalgando sobre Khalid, ensartada por su pene. Permaneció escondida mirando; hacía tiempo que no se relajaba y su cuerpo necesitaba sentir al menos un orgasmo después de tanto sufrimiento, así que se masturbó mientras los veía. Por la altura de la cabalgada se percató de la gran dimensión del falo de Khalid, y posiblemente del gran grosor por los gemidos de Rania, que no ocultaba sus gritos de gozo reprimidos durante tanto tiempo. Alizée esperó a que se vistieran y se acercó a ellos.

—Tranquilos, creo que no hay nadie en 50 Kilómetros a la redonda. Sólo yo he podido oír vuestros gritos de placer.

—Soy su mujer —justificó Rania.

—A mi me da igual, os respeto tengáis papeles o no. Lo importante es amar y follar mientras uno pueda hacerlo. Podríamos morir en cualquier momento.



En el comedor del campamento de Meroe, una mujer con hijad se acercó a la mesa de Alain y Bea.

—Hola chicos. ¿No me reconocéis?

—No.

—Soy Nanci, pero me recordaréis como Salma o Meowri. Llamadme como queráis…

—¡Coño! Preguntamos por ti en el hotel, pero nadie te conocía —dijo Alain contento, pensando en volver a contratar sus servicios sexuales.

—Ahora no estoy aquí para bailar ni para jugar. ¿Aún recuerdas el sabor salado por el cunnilingus? Todo sucedió en vuestra mente. No tuvimos contacto. Lo siento.

—Están pasando cosas muy extrañas —dijo Alain.

—Vuestra amiga está viva… creemos que ha escapado al desierto.

—¿Cómo lo sabes? ¿Trabajas para Carole? —preguntó Bea.

—No. Ha llegado el momento de que sepáis lo que está pasando. Hay un gran interés en localizar a Alizée con vida. Sabemos que estaba a la venta en el mercado de camellos…

—¿Qué? —dijeron Alain y Bea al mismo tiempo.

—Os lo explicaré todo en la avioneta. Es peligroso continuar aquí.

—Estamos cansados de que nos toméis el pelo. No nos movemos —dijo Bea.

—En el bungalow estabais hablando de ir al poblado de los Nuba de Kao… Sí, ya sé, efectivamente: todos os estamos espiando por si Alizée se ponía en contacto con vosotros.

—¿Quiénes sois todos? —Alain levantó la voz.

—Yo soy de la CIA, pero hay agentes de Francia, Alemania, Inglaterra y Rusia muy interesados en Alizée.

—¡Coño, hay más espías que en Madrid durante la Segunda Guerra Mundial! —dijo Bea.

—En aquellos tiempos a todos les interesaban las minas de wolframio en España, ahora el interés es por otro mineral.

—Ya, España no entró en la Segunda Guerra Mundial, pero Franco vendía el wolframio a los nazis.

—Sé que estáis hartos de nosotros, pero para que confiéis en mi os daré datos: Alizée fue raptada de la tribu de los Nuba por terroristas islámicos, que cambiaron a algunas mujeres a los mercenarios de Warner a cambio de armas. El móvil de Alizée estaba ubicado en el campamento de los mercenarios, cerca de Al Salamat. Por la descripción de: una bella mujer blanca, delgada, con cara angelical, sabemos que era ella la que estaba a la venta como esclava en una haima del mercado de camellos, pero cuando fuimos nos encontramos con dos hombres muertos. Vuestra amiga huyó al desierto. Tenemos que localizarla antes que los demás…

—Espera, espera. ¿De pronto todos los gobiernos tienen interés por una turista francesa? ¿Y dices que es una asesina? —preguntó Alain.

—Es una turista, pero también es arqueóloga como vosotros… En realidad, para ser sinceros… también nos interesa su mochila.

—¡Vete a la mierda! —le dijo Bea.


                                                                                  Continuará…



 


Lucerna con falo alado. Museo arqueológico de Nápoles

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