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Mostrando las entradas etiquetadas como Gedi Máiquez

ALAS DE MARIPOSA: Lola, por Gedi Máiquez

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El robot aspirador se deslizaba suave, pero firme, sobre la tarima de madera del piso en el que vivía desde hacía unos años. Dibujaba líneas perpendiculares, imaginarias y perfectas, en su objetivo mecánico de colaborar en las tareas domésticas de un hogar repleto de vida. Brumm…emitía el motor, mientras chocaba contra la pata de la mesa del salón y cambiaba de dirección algo enojado con el obstáculo. Brumm…giraba sobre sí mismo en su aparente desconcierto por volver a redirigir el rumbo de su misión. Me detuve a observarlo. Lo suficiente para desenchufarme del piloto automático de la cotidianidad en el que andaba inmersa. Así pude recordar las palabras de Josep María Esquirol en su ensayo, La resistencia íntima , cuando hace referencia a la casa como entorno seguro. El filósofo afirma que, la casa nos salva, es nuestro refugio. Nos protege de la inmensidad, entendida en su concepto de hacernos sentir diminutos e insignificantes, en un universo que sabe que solo somos cuerpos corpuscul...

ALAS DE MARIPOSA. Estrella, por Gedi Máiquez

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A Fran. En recuerdo de Estrella. La madrugada siempre es el momento en el que me siento más libre. Sin los convencionalismos del día, los pensamientos discurren plácidamente por el cuerpo, aceptándolos sin prejuicios que enturbien la naturaleza para lo que han sido creados. Esa noche, además, el escenario era propicio para la función. La luna llena iluminaba con descaro las nubes que pasaban con sigilo a su alrededor. El movimiento, lento y ondulante del esponjoso nimbo, tenía la intención de acariciar al cuerpo celeste, responsable de millones de promesas sin cumplir y culpable de mi creativo desvelo, por esa tendencia mía a disfrutar de su presencia. Sentada en la butaca del salón, acariciaba el cuerpecito blanco y suave de quien reposaba en mi regazo. Estrella ronroneaba complaciente al tacto de mis dedos sobre su cuello, sabiendo que en cualquier momento, las caricias terminarían por Real Decreto gatuno. Mientras Estrella decidía si marchar a explorar los sonidos que de momento sol...

ALAS DE MARIPOSA. Volver a casa, por Gedi Máiquez

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El sonido del agua, envuelto en la oscuridad de la noche, invitaba a desnudar el alma. Adela esperaba a Candela observando el arenal de las marismas que estaba en su finca y donde crecían espectaculares, frutos que pronto recolectarían de la huerta de navazo, típica de tierras sanluqueñas.- Es muy curioso cómo crecen con agua salada de las mareas ¿verdad?- Dijo Candela, con un marcado acento gaditano, a modo de bienvenida. La bailaora había deshecho el moño que sujetaba su frondosa melena, dejando a la vista una ondulada cabellera negra, que enmarcaba las facciones que tan parecidas eran a las de Adela, si no hubiera sido por la mirada felina que desprendían sus ojos verdes. Su figura era poderosa. El cuerpo de bailarina, quedaba debajo de un vestido de tirantes y gasa blanca. Ceñido a la cadera con una delicada cinta de pasamanería, unos pequeños azabaches salpicaban el tejido y donde el largo de la falda, llegaba por debajo de la rodilla. Sus tersos brazos envolvieron a Adela en un a...

ALAS DE MARIPOSA. Adela y Candela, por Gedi Máiquez

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Una fila de humildes casas a orillas del mar, daban la bienvenida al barrio marinero de Bajo de Guía. Desde hacía décadas, el antiguo Choza de Ubreva, miraba de frente y con orgullo a la otra margen del Guadalquivir, donde los señoritos disfrutaban de continuas monterías en el paraje de Doñana. Esos dos mundos, tan ajenos el uno del otro, estaban obligados a mirarse a pesar de sus diferencias irreconciliables. Adela paseaba alargando las pisadas que la estaban llevando poco a poco al acercamiento con Candela. Era una tarde apacible de finales de junio de 1926, y el sol tocaba ya el horizonte del estuario en su eterna unión diaria. Sanlúcar era tierra de despedidas y de encuentros. Atrás quedaron esos meses, desde el entierro de su madre, donde la tristeza de la pérdida de lo no dicho, se mezclaba con la serenidad de haber cerrado el círculo que la ataba a su pasado. Su padre, dispuesto a no esconder por más tiempo los secretos que malograron las relaciones familiares, se encargó, días ...

ALAS DE MARIPOSA. Carta a Adela, por Gedi Máiquez

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  Mi querida Adela: Me dirijo a ti sabiendo que cuando leas esta carta mi cuerpo habrá descansado después de tanto sufrimiento. Espero que mi alma tenga también la paz que no tuvo en vida y que Dios haya perdonado todos mis pecados. En mis últimos días he querido sentir la tranquilidad de no quedarme por más tiempo todo lo que me ha roto por dentro, y así, he podido hablar tras mucho tiempo de ausencia, con tu padre una última vez, para informarle de la decisión de dar luz a lo que por tanto tiempo ha estado en la oscuridad, al menos para ti.  Siempre llevaré conmigo el momento que llegaste al mundo. Ese caluroso día del mes de agosto fue el más feliz de mi vida y tenerte en brazos, un sueño hecho realidad. Me ofrecieron un ama para amamantarte pero yo me negué, quería sentir tu respiración y tus deditos agarrando los míos en perfecta unión. No te descubro nada nuevo si te digo que, a la vez que esto pasaba, tu padre se fue distanciando de mi y depositando su atención en otras...

ALAS DE MARIPOSA. Adela, IV. Por Gedi Máiquez

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Los goznes de las puertas de hierro que cerraban el cementerio, pusieron el quejido de lamento a la comitiva que había acompañado a doña Angustias en su descanso eterno. El crujir de las pisadas sobre la húmeda tierra del camino, rompía el silencio que acompaña siempre la despedida final. La madre de Adela dispuso en sus últimas voluntades, que fuera enterrada en el panteón que había acogido a todos sus familiares en el pequeño pueblo de la sierra de donde era oriunda. Grazalema se mostraba orgullosa en su enclave privilegiado. De casas blancas y tejados rojizos a dos aguas, se integraba de manera discreta entre el valle del Guadalete, la Sierra del Endrinal y vigilada siempre por el Peñón Grande, testigo mudo de la historia del pueblo blanco. Adela llegó al hogar de la infancia de su madre. En la calle de Las Piedras, sobresalía con distinción la casa señorial construida por sus antepasados en el siglo XVIII, cuando el negocio familiar de paños empezó a prosperar, gracias a la lana ...

ALAS DE MARIPOSA, Adela III, por Gedi Máiquez

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                   Tres sacerdotes con gesto ceremonial, se disponían a oficiar la misa funeral por el alma de doña Angustias. El color morado de la casulla que portaban los tres ministros de Dios, destacaba sobre el alba impoluta, de la que asomaban primorosas puntillas por las anchas mangas de la vestimenta clerical. Doña Angustias, en su desmedido fervor religioso, había contribuido con sus manos y con su dinero a elaborar magníficamente los trajes que lucían los siervos de Cristo. En el costurero, las pías y a veces arpías feligresas, cosían primorosamente los manteles de fino lino que cubrían el altar mayor. A la vez, iban dando puntadas sin hilo a la vida del pueblo, en la que Adela, en su momento, fue protagonista. El impresionante retablo mayor de la Iglesia de San Miguel hacía las veces de telón de fondo para los actos que iban a comenzar.   In nomine Patris, et Filii, et Spiritus Sancti. Amen. Introibo ad altare De i. E...

ALAS DE MARIPOSA. Adela II, por Gedi Máiquez

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Las pocas farolas encendidas en esa fría noche de noviembre, salpicaban la calle como luciérnagas desorientadas. Pensó que así era como se sentía cuando llegó al lugar que la vio nacer. Jerez en 1925 era una ciudad próspera y adinerada gracias a las bodegas y a los inversores extranjeros que habían ido llegando paulatinamente desde el siglo XVIII. Su padre era uno de ellos, había nacido en Inglaterra pero pronto llegaría a la ciudad llamado por su familia paterna afincada en el sur de España. Adela se parecía mucho a él. Su pelo rojizo y ensortijado en bucles rebeldes había provocado más de un tirón de pelos de su madre, frustrada por no poder domar ni a su melena ni a ella. Era delgada y no muy alta. En su figura destacaba un generoso pecho que asomaba curioso a través de sus medidos escotes y de los vanos intentos de mantenerlo en un discreto segundo plano para evitar las miradas recriminatorias de doña Angustias, su madre. Sus brillantes ojos color miel, enmarcados en un amplio aban...

ALAS DE MARIPOSA: Adela, 1; por Gedi Máiquez.

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-Adele, tu madre ha muerto-. Dijo una voz grave y circunspecta al otro lado del hilo telefónico. El interlocutor le hablaba suavemente en un fluido español con un leve acento andaluz, que sin embargo, no impedía distinguir la entonación británica que adornaba su particular manera de alargar las palabras. Era el único que la llamaba en la versión inglesa de su nombre, recordándole de esta manera el vínculo que los unía a pesar de la distancia puesta por ella quince años atrás. La conversación no duró más de lo imprescindible, lo necesario para concretar los preparativos del viaje que la llevarían de vuelta a casa. Desde hacía tiempo vivía cómodamente, pero sin grandes lujos, en un apartamento de la calle de Las Huertas. Luego supo que anteriormente se había llamado Máiquez, por el actor cartagenero que había modernizado la escena a finales del siglo XVIII, gracias al protectorado de los Duques de Osuna que le financiaron su formación en París. Así lo contaba, de esta manera orgullosa e...

La soledad, por Gedi Máiquez

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  Edward había llegado hacía dos días procedente de París con el objetivo de saldar la deuda que había adquirido consigo mismo. Madrid en 1910 era una ciudad en construcción, donde esqueletos conformados de ladrillos se hacían hueco en la laberíntica ciudad de tejados rojos, que en su tardes más brillantes, incendiaban de luz el ocaso del día. Ante sus ojos se mostraban calles que presagiaban ser grandes vías, desplegándose como arterias dispuestas a albergar al gentío que discurría incesante y veloz por ellas. Recordaba entonces a los personajes, que con esos movimientos, protagonizaban   las proyecciones de cine que estaban   tan de moda en su país.   Sorteó como pudo los pocos coches mecánicos existentes, los carros tirados por caballos y algún que otro excremento, fruto de la mal llevada incontinencia equina que salpicaba de manera aleatoria la zona adoquinada que cubría el otrora Prado de Recoletos. A esta altura, se encontraba un impresionante edificio de recie...