ALAS DE MARIPOSA. Adela y Candela, por Gedi Máiquez




Una fila de humildes casas a orillas del mar, daban la bienvenida al barrio marinero de Bajo de Guía. Desde hacía décadas, el antiguo Choza de Ubreva, miraba de frente y con orgullo a la otra margen del Guadalquivir, donde los señoritos disfrutaban de continuas monterías en el paraje de Doñana. Esos dos mundos, tan ajenos el uno del otro, estaban obligados a mirarse a pesar de sus diferencias irreconciliables.

Adela paseaba alargando las pisadas que la estaban llevando poco a poco al acercamiento con Candela. Era una tarde apacible de finales de junio de 1926, y el sol tocaba ya el horizonte del estuario en su eterna unión diaria. Sanlúcar era tierra de despedidas y de encuentros.

Atrás quedaron esos meses, desde el entierro de su madre, donde la tristeza de la pérdida de lo no dicho, se mezclaba con la serenidad de haber cerrado el círculo que la ataba a su pasado. Su padre, dispuesto a no esconder por más tiempo los secretos que malograron las relaciones familiares, se encargó, días posteriores del fallecimiento de su madre, de darle todos los detalles que necesitaba para localizar a Candela. Lo demás, fiel a su estilo distante, lo dejó en sus manos.-Adele, tengo un viaje previsto y no podré acompañarte- sentenció Peter con gesto ausente. Adela se sintió aliviada de no tener la presencia de su padre en el reencuentro con Candela y así se lo dejó entrever cuando afirmó.- Sí padre, los negocios son siempre lo primero.- escondiendo a duras penas el sarcasmo que encerraban sus palabras.

De lejos se oía la algarabía que la llamaba a acercarse al local que regentaba su inesperada hermana. La soleá era una sencilla taberna inspirada en los antiguos cafés cantantes, que dieron rienda suelta a la expresión del pueblo a finales del siglo pasado. La fachada encalada recientemente, estaba presidida por una robusta puerta de pino de doble hoja, abierta de par en par para invitar, de esta manera, a cruzar el umbral. Grandes ventanales a los lados, con macetas de barro plantadas de geranios rojos, hablaban del espíritu alegre de la dueña del local. Protegidas de la cada vez más tenue luz vespertina, las flores dormían tras sendas cortinas de esparto, que se enrollaban sobre sí mismas en un acto de pleno recogimiento.


En el interior, se respiraba un ambiente distendido, donde hombres en su mayoría, hablaban con un marcado acento del sur, en un galimatías gestual que solo ellos entendían. La compleja situación política en España, con las habladurías sobre el fallido golpe de Estado, que quiso derrocar al ilustre vecino Miguel Primo de Rivera días antes, era tema recurrente. Los palos del flamenco que allí se tocaban, estaban siendo la vía reivindicativa más certera para el pueblo, en su necesidad de ser escuchado.

Adela tomó asiento cerca del tablao, intentando mantenerse en un discreto segundo plano. Una foránea de la otra margen del río nunca pasaba desapercibida. En ese momento, los primeros compases de la guitarra del tocaor jerezano Javier Molina y los palmeros, con su percusión y jaleo, marcaban el ritmo en tiempos que dieron paso a un jovencísimo Manolo Vargas. Arrancó por alegrías con el popular Tiriti, trán, trán trán, del reconocido Ignacio Espeleta. El sentir del cantaor gaditano no se hizo esperar y con su torrente de voz, entonó:

*No es menester discutir

que Cádiz tiene solera

porque es la madre del cante

con Jerez de la Frontera


En un instante la figura de Candela llena todo el escenario. Viste con un traje de volantes azul añil, donde la tela se pega al cuerpo realzando todos los atributos femeninos. Un sensual diálogo, que enlaza los movimientos circulares de brazos y muñecas, junto al dedo corazón que dirige el giro de la espiral infinita y concluye en un rito hipnótico que envuelve al espectador. Sus pies, cubiertos por zapatos negros de tacón grueso, se mueven al compás del sonido de la guitarra y, las palmas sonoras a tiempo, contratiempo y redoblás, son como el eco de una danza ancestral llegando al climax. El cantaor, mirando intensamente a Candela, exclama:

*A los ojitos de mi cara

tengo que castigar

porque siempre se enamoran

de quien mal pago me da


Candela desprende el mantón de vivos colores que ciñe su cintura y sus gestos marcan la fuerza interior que la domina. La energía que emana de ella contagia al público, arrastrándolos a participar, con su presencia, en el ritual de magia que envuelve el lugar.

Una hora después, el tablao quedó silenciado de acordes y ritmos. Nadie hubiera dicho que hacía tan solo unos instantes, Adela aplaudía entusiasmada, embargada por una mezcla de euforia colectiva y de orgullo íntimo, por lo que su amiga de la infancia había logrado. Revivió entonces el momento, cuando Candela giró hacia ella y la recibió con una amplia sonrisa y una inclinación de cabeza. Tras reconocerla, se desprendió de la flor que llevaba sujeta al moño bajo, y con un enérgico movimiento cientos de veces realizado, se la lanzó a Adela. Esta en agradecimiento, la prendió de manera suave detrás de la oreja, iluminando de manera especial su armonioso rostro en esa noche de verano. Una sincera carcajada de alegría cerró el espectáculo.


Continuará…

*Nota de la autora: Coplas originales de las alegrías Que Cádiz tiene solera. Del cantaor gaditano Manolo Vargas. (1907- 1978)

Comentarios

  1. El tiempo presente de la narración, un acierto mayúsculo.

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    1. Me alegro que lo aprecies. He disfrutado mucho creándolo.

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  2. Otro relato que nos alegra este Domingo tristón. Mi querida amiga, lo tuyo si es arte.

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  3. Un placer. Gracias. 🩷

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  4. Bien documentado y mejor escrito. Nos transportas al lugar. Enhorabuena

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  5. Magníficamente ambientado y escrito. Tus palabras tienen duende

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  6. De nuevo sorprende la capacidad de transportanos a las emociones, recreando cada ambiente, aliñandolo con todos los elementos que lo hacen estar vivo. De repente estamos en ese Cádiz de la época, sintiendo esos corazones vibrando con el cante y la gracia del flamenco como escenario perfecto que eliges para un reencuentro entre hermanas.
    Qué belleza, Gedi, qué humanidad desprende tu historia.
    Gracias por estos momentos.

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