LOS SONIDOS Y EL TIEMPO. El hombre invisible, por Gabriel Lauret.




La Historia de la Música suele explicar de forma breve y concisa las características generales de las distintas épocas y estilos, antes de centrarse en sus compositores más sobresalientes y en un número muy reducido de sus obras. Sólo cuando indagamos más y de forma simultánea en varios autores de una misma época es cuando, por casualidad, encontramos elementos comunes, algunos de la relevancia de Gottfried van Swieten. Si les suena su nombre, les doy mi más sincera enhorabuena: tienen ustedes un conocimiento musical muy notable. Este noble holandés, una figura casi invisible en la actualidad, fue mecenas e “influencer” (como dirimíos hoy en día) en la Viena de finales del XVIII, uno de los primeros en hacer que se interpretara la música anterior a su época, lo que es el concierto-tipo de hoy en día, y que también impuso la costumbre de guardar un silencio sepulcral durante la interpretación, ya que exigía la atención total del público durante las actuaciones musicales. Mucho más importante todavía, tuvo la clarividencia y el buen gusto de apostar, entre la multitud de compositores que habitaban Viena en esa época, por estos tres nombres: Wolfgang Amadeus Mozart, Joseph Haydn y Ludwig van Beethoven.


Gottfried van Swieten nació en Leiden en 1733. Su padre aceptó en 1745 convertirse en médico personal de la emperatriz María Teresa y se mudó con su familia a Viena, donde también se convirtió en director de la biblioteca de la corte. Allí recibió el título de barón, que heredaría su hijo.

El joven Van Swieten, buen estudiante y que hablaba con fluidez varios idiomas, dirigió su carrera hacia la diplomacia, siendo su cargo más importante el de embajador en la corte de Federico de Prusia en Berlín (1770-1777). Durante todo este periodo su gran pasión fue la música. Escribió y estrenó algunas óperas y diez sinfonías, de trascendencia absolutamente nula y en las que demostró su escaso talento. Sin embargo, desarrolló un gusto por la música del Barroco, especialmente por Bach y Händel, compositores de los que adquirió varios manuscritos.


A su regreso a Viena en 1777, Van Swieten heredó el puesto de su padre, ya fallecido, en la Biblioteca Imperial. Tuvo que ser una persona, sin duda, muy inteligente, ya que creó el sistema de tarjetas con el que han funcionado las bibliotecas de todo el mundo hasta la llegada de la informática. Además, tuvo gran trascendencia en la política imperial, llegando a ocupar una posición en el gobierno equivalente a la de ministro de cultura. 

Van Swieten introdujo las obras de Bach y Händel en Viena hacia 1782, cuando organizó una serie de conciertos en la biblioteca en los que se interpretaban los manuscritos que había recopilado en Berlín. Tuvo una relación muy especial con Mozart, al que durante años invitó a su casa los domingos para que tocara estas partituras a su círculo más cercano, al igual que haría con Beethoven doce años más tarde. Más adelante, la Gesellschaft der Associierten (una asociación de nobles amantes de la música que presidía), le encargó a Mozart que adaptara cuatro obras corales de Handel para su interpretación según el gusto de la época, siendo la más conocida el oratorio El Mesías, en 1789. El 5 de diciembre de 1791 difícilmente pudo ser un día peor en la vida de Van Swieten: de madrugada falleció su protegido, cuyo entierro le correspondió organizar, y fue cesado en todos sus cargos en la corte. Como habrán advertido, la leyenda negra sobre el entierro de Mozart también está asociada a él.


Van Swieten y Haydn desarrollaron una estrecha relación de trabajo para promover el oratorio en Viena en la década de 1790. Primero realizaron la adaptación de Las siete últimas palabras de Cristo (1796) y prosiguieron con dos proyectos mayores: los oratorios La creación (1798) y Las estaciones (1801). Van Swieten seleccionó y tradujo el material del inglés al alemán y después en sentido inverso, lo que permitió que ambos oratorios se publicaran en los dos idiomas. Es necesario apuntar que no hay que confundir el mecenazgo, ni siquiera una colaboración estrecha, con una franca amistad. El barón mantuvo siempre una estricta distancia social entre él y los compositores a los que patrocinaba, una distancia arraigada en el sistema aristocrático de Austria en su época.


Beethoven también fue captado para la causa y ayudado por Van Swieten en sus primeros años en Viena, aunque ya conocía la obra de Bach de sus años de formación con Neefe en Bonn. La influencia en su estilo la observamos en la gran cantidad de motivos imitativos y las fugas dentro de sus composiciones. El mecenazgo fue correspondido con la dedicatoria de su Primera Sinfonía. Dos años más tarde, en 1803, Gottfried van Swieten falleció en Viena.


Creo que puedo afirmar sin exagerar que Van Swieten fue determinante para que los  mejores compositores del momento aprendieran de los antiguos maestros, forjando las características del estilo clásico más evolucionado, propia de Haydn, Mozart y Beethoven, esa fusión perfecta de sencillez y transparencia con el uso de técnicas elaboradas propias del contrapunto y de la imitación. Cuando en un concierto se sientan  ustedes molestos con una tos a destiempo o por el ruido penetrante del envoltorio de papel celofán de un caramelo que alguien desenrolla interminablemente, acuérdense también de él.





Baron Gottfried van Swieten (1733-1803) 
Grabado atribuido a J. G. Mansfeld.

Comentarios

  1. El papel de Van Swieten me ha recordado al del murciano Juan Guerrero Ruiz, con la generación del 27. "Consul general de la Poesía", le tituló García Lorca.

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  2. Valiosísima información, muy ilustrativa. Muchas gracias!

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  3. Valiosísima información. Muy ilustrativa. Mil gracias!

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  4. Uno nuna termina de aprender en este rincón.
    César

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  5. Magnífico artículo. ¡A la guillotina los que hacen ruido en los conciertos y comen palomitas en el cine!

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