PUNTO DE FUGA. La cadena, por Charo Guarino



La semana que acaba ha venido señalada por dos actos destacados en el Departamento del que he formado parte desde que siendo estudiante de la Licenciatura de Filología Clásica en la Universidad de Murcia me postulé como representante de los alumnos de cuarto curso. Corría el año 90. Ha llovido algo desde entonces, y han sido muchos los momentos vividos y experiencias acumuladas, siempre aprendiendo, también como profesora ayudante y posteriormente titular, después de haber sido becaria de investigación y alcanzar el grado de Doctor con la defensa de mi Tesis en junio del 96. 


El lunes 5 de febrero, el mismo día que hace 2170 años Roma salía victoriosa de la tercera guerra púnica, que supuso la destrucción total de Cartago, en la actual Túnez, Josefa Fernández Zambudio (Pepi, o ‘Roja Mala’, su pseudónimo en redes sociales) obtenía la plaza titular de Universidad en el área de Filología Latina de mi Departamento de Filología Clásica. Un logro no por merecido menos digno de celebrar. O tal vez por eso precisamente. He tenido la fortuna de compartir con ella docencia en Literatura Latina y he podido comprobar tanto su generosidad como su profesionalidad.


Tres días después, el día 8, ratificábamos la idoneidad de María Dolores Hernández Mayor (Lolipop en redes) como profesora contratada doctora. Aún la recuerdo como alumna en primer curso, hace ya algunos años, y me ilusiona tenerla como compañera y haber asistido a su crecimiento como persona y como profesional, siempre preocupada de su formación y de la de los alumnos. Pluriempleada como profesora de Educación Secundaria y asociada en la Universidad de Alicante primero y en la de Murcia más tarde.


En ambos actos disfruté tanto como aprendí, y me sentí muy orgullosa y feliz de formar parte de las comisiones a las que correspondió valorar los excelentes ejercicios de las candidatas.


El Departamento ha cambiado, y no poco, desde que inicié mis estudios en él, en octubre de 1986, pronto se cumplirán nada menos que cuarenta años, pero sigue siendo estupendo. Se ha ido adaptando necesariamente a los nuevos tiempos, y ha habido un antes y un después tras la pandemia que eclipsó en buena parte las ilusiones que teníamos puestas en el inicio de una nueva década a principios de 2020.


Es un grandísimo honor comprobar el lujo que tenemos en el Departamento de Filología Clásica, entre los alumnos, algunos de los cuales han visto reconocida de forma colectiva su excepcional valía con el reconocimiento por parte de la asociación de estudiantes por su defensa de las Humanidades, y entre la plantilla del profesorado, que se ha enriquecido en los últimos años con la incorporación de nuevo personal, y también con los brillantes becarios, doctores y doctorandos.


El pasado mes de julio la presencia de tantos miembros del Departamento en el Congreso de la SEEC celebrado en Salamanca nos llevó a concebir la idea de propugnarnos como sede del mismo la próxima edición, dentro de cuatro años, y si nada lo impide así será, y pondremos en ello todo nuestro mejor hacer y entender, como lo hacemos en el curso de actualización científica del Departamento y en el curso de la SEEC en Murcia “El mundo clásico en las Ciencias y las Artes” y en el resto de actividades en las que gustosamente participamos.


La reciente estancia de la profesora Rosa Otranto, que acaba de alcanzar la Cátedra en la Universidad de Bari Aldo Moro, me ha hecho experimentar aún más la sensación gratificante de formar parte de una cadena, como un eslabón más, como parte de un todo que necesita de cada uno para alcanzar su pleno sentido y para reforzarse recíprocamente. Rosa Otranto es también ya parte de esta familia.







El compañerismo ha sido una constante, y hemos compartido alegrías y penas en momentos felices y dolorosos. En nuestro corazón siguen aquellos que se marcharon y quien contra su voluntad se ha visto apartada de la plantilla docente, la profesora Diana de Paco, debido a un accidente del que espero y deseo consiga recuperarse muy pronto, porque necesitamos su entusiasmo y creatividad para seguir sembrando la semilla del amor por la Filología Clásica y su pervivencia. 


Mi gratitud mayúscula a los que, jubilados, siguen formando parte de un grupo unido por lazos de amistad con un empeño y una pasión común: la de seguir transmitiendo nuestro legado cultural, con la mirada puesta en el pasado y al mismo tiempo en el futuro, renovando y actualizando los enfoques, sirviéndonos de la técnica sin olvidar la episteme, convencidos de nuestra importancia y utilidad, más allá del puro pragmatismo. La utilidad de las raíces que, aunque invisibles, son el sustento imprescindible para que el árbol se mantenga erguido y siga dando frutos.


Gaudeamus igitur et vivat Philologia Classica. 



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