PASADO DE ROSCA. Doble fondo 2/7, por Bernar Freiría



—No sé cómo puedes mantener ese ritmo de gasto, tía.

—Uno tiene que vivir con arreglo a sus gustos. La peor manera de ser pobre es vivir como un pobre.

—No me jodas, Sonia. Que tú eres fija y yo no, pero tú no puedes ganar tanto como te gastas.

—Si lo gasto es que lo tengo.

—Pues yo no, tía. No te puedo seguir. Me gustas mucho y me lo paso muy bien contigo. Pero a este paso me arruino en dos meses.

—Pues haz algo para no arruinarte.

—Ya me han ofrecido alguna vez quedarme fijo para hacer rutas, pero no he querido. Me gusta vivir así, con más libertad.

— No te estoy hablando de engancharte a la rueda. Con eso poco más ibas a ganar. Te estoy hablando de otras cosas.

—Explícate.

—Mira, te voy a dar un número de teléfono. Llama, pregunta por Ginés, el de Torreagüera y a ver lo que te ofrece él.

—A ver, a ver ¿de qué me estás hablando?

—Tú puedes conducir un camión de esos con remolque ¿no?

—Claro, tengo todos los carnés sellados.

—Pues con un camión de esos haciendo rutas a Europa se puede sacar mucha pasta.

—Bah, a los conductores no les paga nadie mucho.

—Habla con Ginés, hombre, él te enseñará a ver el otro lado de las cosas.

Cogió la tarjeta que le tendía Sonia y se la guardó en un bolsillo sin mirarla. Aquello le sonaba a asunto turbio. Así que no pensaba llamar al Ginés ese. En realidad, no pensaba volver a salir con ella. Si no acababa de decidirse a poner fin a la relación, esta conversación y lo que se temía que había tras la tarjeta que ella le dio fue lo que necesitaba para dar el paso.

La verdad es que no acababa de encontrarme a gusto llevando aquella vida. Aquello no iba conmigo. Al principio estaba flasheado y me parecía estar viviendo una película. Pero poco a poco iba viendo cosas que no me gustaban. Por ejemplo, yo ya empezaba a tener claro que la Sonia tenía que sacar pasta de otro lado. El trabajo de guía no daba para ese tren de vida. Lo de la tarjeta del tal Ginés ya fue la confirmación de mis sospechas. Ahí fue donde tomé la decisión. Las noches con la Sonia eran una locura y yo no quería acabar volviéndome loco. Me lo pensé bien. De momento no estaba encoñado con ella. Yo creo que incluso el miedo que me daba le estaba quitando el gustillo al asunto. Me dije: “Este es el momento justo de dejarlo”. Y no digo que después no echase de menos un buen polvo de aquellos de vez en cuando, porque cuando ya estaba con la Pilar, el folleteo, aparte de escaso, no era como para tirar cohetes. Pero en aquel momento lo tuve claro, la Sonia tenía mucho peligro y yo no quería quedarme colgado de ella. Un par de veces le dije que no podía salir. Después traté de no coincidir con ella por la tarde cuando tenía que pasarme por la oficina. Mi madre acabó de poner el resto cuando le dije que si me llamaba una tal Sonia, le dijese que no estaba en casa. Para qué más. Mis viejos, sobre todo ella, se olían algo y me ponían mala cara con tanta salida nocturna. Que si vas mal dormido y puedes tener un accidente al volante, que si eso no es vida, que a saber con quién andas… y al final ya empezaron a decirme que si pensaba vivir la vida a mi manera, que por qué no me iba a un piso por mi cuenta. Total, que la siguiente vez que nos cruzamos después de que le hubiese contestado al teléfono mi vieja ya me saludó más fría que el culo de un pingüino y respiré tranquilo.


…/…Continuará


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