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EL VERDE GABÁN. Las mocedades de don Quijote (el Quijotillo), entrega última, por Santiago Delgado,

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Pero no quiero, Sancho, dejar pasar de contarte la ocasión en que mis pecadores ojos vieron a la beldad absoluta –interna y externa– de quienes el resto de los mortales llamáis Aldonza, y que yo conozco por el excelso nombre de Dulcinea. Fue en el mercado semanal de Alcalá, cabe la ribera del Henares. Allí venían aldeanos de toda La Mancha, y aun de parte de Aragón, pues buenos , y muchos, compradores había para abastecer las despensas de los grandes señores que en la cardenalicia y cisneriana ciudad habitaban: los Mendoza, los Mondéjar, los Castelar y otros. También para nutrir las numerosas casas de huéspedes que allá estaban abiertas; amén de los innumerables Colegios Mayores y Menores. Muchas bocas a las que dar de comer todos los días.  No oses preguntarme, Sancho, qué comestible mercancía era ofertada por la familia de ella. Es tan obvio, que molesta la ignorancia. Vendía miel, seguramente traída de la vecina Alcarria. O comprada en la ribera alta del Tajo. Aunque en la c...

EL VERDE GABÁN. Las mocedades de don Quijote (El Quijotillo), por Santiago Delgado, entrega 26/27

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  Aún no era el yo que soy ahora, pero tampoco el mocito de zapatos rotos de Villanueva. Luisa, igual. Supe, por ella misma, que las monjitas la casaron bien. Mi señora madre me corroboró por carta lo acertado del casorio. Ojalá que fuera feliz, hasta que… falleció de sobreparto, la pobre. Menudita era, y acaso su cuerpecín no soportó las atrocidades del parir.  Las cosas que arregló mi madre impusieron que yo fuera, tanto a enterrar a la hermanita que tanto quise, como a recoger el rorro recién nacido; pues el marido declinó hacerse cargo, el mal hombre. Alquilé ama de cría, y con todos mis libros, más los de Luisa, y lo que aprendiera del gallego en el cacumen mío, allá que me fui, (o, mejor dicho, volví) primero a Toledo, luego a los enmedios de La Mancha, donde habría de quedarme ya para siempre hasta que salí a los caminos. Ya sabes, Sancho, dispuesto a enderezar entuertos, afrentar endriagos y desencantar damas atrapadas por los malandrines diversos que la Edad d...

EL VERDE GABÁN. Las mocedades de don Quijote (el Quijotillo), entrega 24, por Santiago Delgado

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Luisa era lista como ella sola. Y aprendía raudo y veloz. A veces, tenía la sensación de que ya sabía ella, de antemano, lo que yo le explicaba y que sólo por cariño dejaba pasar como que yo se lo esclarecía. Llegamos al latín enseguida. Y empecé a explicarle el Pater Noster . Bastaron tres veces para que se lo aprendiera. Yo bien sabía que no se debía a mi virtud docente el hecho de que ella aprendieran de esa voraz manera; sino a su condición de natura, que era asaz sabia de las cosas de mundo. Y que, sólo sucedía que no sabía que sabe. El verdadero sabio debe pasar por el mundo como la hermana mía aquélla: Luisa: sin dejar notar que sabe. Incluso, aunque no seamos sabios, hay que pasar por el mundo sin dejar notar que sabemos. Empero, Sancho, hijo, tampoco hay que alardear de ignorante, que es la mayor de las soberbias. Todo esto lo aprendí, mientras enseñaba a Luisa de las cosas menores del mundo, como las cuentas, las escrituras o los catecismos. El conocimiento, si no lleva s...

EL VERDE GABÁN. Las mocedades de don Quijote (el Quijotillo), entrega 23, por Santiago Delgado

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Mas, ya cumplido y cerrada mi deuda narrativa con el gitano Santiago, prosigo con mi hermanita. Escucha, amigo Sancho: particularmente, tenía aquella niña una fuerte afición a seguirme hasta las bardas del caserón nuestro. Yo, a últimos del verano y buena parte del otoño, me iba hasta la pequeña obra que de lindero hacía con la cortijada. Y me sentaba por fuera. A mirar el sol que desmayaba su luz por occidente. La primera vez que me descubrió –lo adiviné por su cara de triunfo y jadeo de correr y angustiarse– se sentó, en el suelo, a mi lado, si bien, algo separada. Respetó mi silencio hasta que recuperó su natural respiración, y me preguntó: –Se está bien aquí, ¿verdad? Cuando yo sea mayor, tendré también un sitio mío, secreto. Me sorprendió, y le respondí. –Este no es un sitio secreto. Lo puedes hacer tuyo cuando yo no esté. Hubo otro silencio largo, que le agradecí. Al final lo rompió ella: –También, cuando sea mayor, me casaré con alguien como tú. Esta ...

EL VERDE GABÁN, Las mocedades de don Quijote (El Quijotillo). Entrega 21.

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El caso es que, Sancho, mi escudero, me ocurrieron otras facecías de niño allá en Villanueva de los Infantes, pero excuso contártelas por ahora. O por siempre; no sé. Quizá otro día, ¿quién sabe? Así las cosas, un día se presentó allí mi señora madre. Hacia casi dos años que no me veía. Ni yo a ella, claro. La vi más hermosa de anchuras y volúmenes. Apenas la reconocí. Colegí que algo parecido le sucedía a ella conmigo. Yo había crecido hacia arriba lo que me decían mis pies, y ella había dilatado de cuerpo lo que mis ojos apreciaban. Me dio un comedido abrazo, mientras el fámulo que hacía de cochero entraba por mis parvas pertenecías.  Había alquilado el coche, donde apenas cabíamos los dos, compitiendo con nuestras medidas de indudable exceso, pero lo llevamos bien. Era la primavera última en el año, y el estío acechaba. Por eso sudamos un poco. O un mucho, tampoco sé. Es de colegir que ella más que yo, por razones fácilmente adivinables. Apenas hablamos en el trayect...

EL VERDE GABÁN. Las mocedades de don Quijote (el Quijotillo). Entrega 18, por Santiago Delgado

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–¿Es que no sabes tirar piedras, payo? –me dijo, cuando nos sosegamos de la carrera, perseguidos por la chiquillería. –Me llamo Alonso, no Payo –le dije. –Yo me llamo Santiago, y soy gitano. Los que no sois gitanos sois tos payos, Alonso. Tras decir esto, me indicó chitón con el dedo sobre la boca, y dijo quedo, con mucha autoridad, poniendo la mano en mi pecho para inmovilizarme: –No te muevas, ni arrastres los pies. Enseguida notamos a la chiquillería lapidadora, que pasaba corriendo por la parte de afuera del portón, sin detenerse. Todo ocurrió en un largo santiamén. Luego, Santiago se fue tranquilizando, y dio por pasado el peligro. –Son los chiquillos del cura. Los utiliza cuando quiere echar a alguien del pueblo. Lo sé porque me propuso a mí mismo formar parte de la banda.  –Y, ¿por qué no quisiste? –Se lo dije a mi padre, y me contestó que, si no pagaba, no le hiciera el servicio. ¿Por qué te quiere echar el cura? –Porque le pedí zapatos nue...

EL VERDE GABÁN. Las mocedades de don Quijote (el Quijotillo). Entrega 15. (De arrieros), por Santiago Delgado

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–Un día –me siguió contando el de Requena– ocurrió que heredé este carro. Era otoño bien entrado. Paramos en una venta, ya cerca del Partido de Andalucía, hacia las tierras del Santo Reino. Mi amo, el pelirrojo Esteban, bebió hasta pasarse de sus cabales. Cosió la tarde con la noche, y aun con la alta noche, ayudado de la luenga hilada del vino peleón que todo ventero siempre ofrece a los arrieros. El fino lo guarda para huéspedes principales toda vez. Jugó a las tabas, y a los naipes, y, según dijeron los otros arrieros y demás gentes que siempre pululan por las ventas y caminos, perdió y perdió siempre. Y, al cabo, salió, y, desesperado, se arrojó a la cuba que servía de repositorio para el abrevadero de las bestias. O, queriendo llegar al fondo para obtener agua, no supo salir solo. El caso, xiquet, es que al alba el primer arriero que partía se encontró con sus pies asomando por el borde del tonel. Llamó a los otros, y a mí mismo, su mozo de carro, y urdieron decisión sobre qué hac...

LOS SONIDOS Y EL TIEMPO. El retablo de Maese Pedro, por Gabriel Lauret

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De todas las obras musicales inspiradas por el Quijote de Miguel de Cervantes, sin duda la más original es El retablo de Maese Pedr o, ópera para títeres que cumple cien años ya que fue estrenada por Manuel de Falla en 1923. Antes de entrar en algunos detalles del proceso de creación de esta obra, sepamos algo más sobre su autor. Manuel de Falla Matheu nació en Cádiz en 1876, donde comenzó sus estudios musicales con su madre. Además de por la música, se interesó también muy pronto por la literatura y el periodismo, e incluso dirigió con quince años una revista literaria llamada El Cascabel . Con veinte ingresó en el conservatorio de Madrid, donde sería alumno de Felipe Pedrell, responsable de que una serie de jóvenes músicos crearan un estilo en el que se fundían las tendencias francesas en boga con los ritmos y melodías características de la música popular española. Su siguiente parada sería París en 1907, donde amplió su círculo de conocidos con   artistas y músicos como Picasso...