LOS SONIDOS Y EL TIEMPO. TA TA TA, QUERIDO MÄLZEL, por Gabriel Lauret
Para muchos músicos, este aparato es una ayuda fundamental en su trabajo mientras que, para otros, es un instrumento inspirado por el diablo para aniquilar la musicalidad de los intérpretes. Permite calcular el tempo, la velocidad a la que se debe interpretar una obra o movimiento cuando el compositor lo ha especificado en la partitura, y también trabajar determinados pasajes a una velocidad estable. Por contra, al ser totalmente objetivo, no entiende de fraseos ni de ningún tipo de sutileza musical, precisamente la esencia de este arte. Por eso, decir que una interpretación ha sido metronómica no suele ser tomado como un elogio.
Porque metrónomo es el nombre que le puso Johann Mälzel (también lo verán escrito Maelzel, Mäzel…), un inventor alemán que adaptó, invadiendo el plagio, una creación del holandés Dietrich Winkel. Maelzel le añadió una escala numérica y tuvo el acierto de patentarlo en 1815, antes de comenzar la fabricación a gran escala. El aparato, de forma piramidal, da una referencia sonora en batidos por minuto, con un péndulo que puede subir y bajar por una varilla con hendiduras que corresponden con la indicación correspondiente al tempo.
Mälzel fue un personaje muy peculiar. Nacido en Ratisbona en 1772, era hijo de un constructor de órganos, de lo que procedía su interés en fabricar artefactos e instrumentos musicales complejos. Había recibido una buena educación musical y se mudó a Viena con 20 años. Entre otros muchos artefactos, inventó en 1804 el panarmonicón, un instrumento musical de grandes dimensiones que reproducía los sonidos de los instrumentos de viento y percusión que compondrían una banda militar. Muy pronto su inventor se hizo famoso en toda Europa y llamó la atención de Ludwig van Beethoven, con quien tuvo una larga pero inestable relación.
Centrándonos en el año 1813, éste fue complicado para Beethoven en lo económico porque perdió el apoyo de algunos de sus protectores. Para un músico independiente, la mejor manera de obtener ingresos era organizar conciertos, pero era necesaria una oportunidad que lo justificara. El 21 de junio, tropas españolas, británicas y portuguesas al mando de Arthur Wellesley, futuro Duque de Wellington, derrotaron en Vitoria al ejército francés que escoltaba a José Bonaparte en su huida de España. Mälzel, con gran visión empresarial, vio este hecho como un acontecimiento a explotar y le encargó a Beethoven una obra para su panarmonicón. Él mismo escribió las marchas de tambores y los toques de trompetas, y sugirió a Beethoven como introducir temas musicales que representaran a los países en conflicto. Esta obra, su opus 91, recibió lógicamente los nombres de La victoria de Wellington y también La batalla de Vitoria. El siguiente paso consistió en sugerir que lo reescribiera para orquesta y que el estreno coincidiera con el de su Séptima Sinfonía. Para completar el plan, en el intermedio, otro invento suyo, el trompetista mecánico, interpretaría pequeñas obras.
La pieza se estrenó en Viena en diciembre en un concierto benéfico. Según las crónicas, unas 5000 personas pudieron escucharla interpretada por una orquesta de enormes dimensiones, casi un congreso internacional de músicos excepcionales. El violinista preferido de Beethoven, Schupanzig, actuó como concertino, y a su lado estuvo el futuro compositor y director de orquesta Spohr. El gran guitarrista Giuliani tocó el violonchelo y Dragonetti, virtuoso del contrabajo, lideró su sección. Salieri, dirigió a la percusión, en la que Meyerbeer tocó los tambores y Moscheles los platillos. La dirección de Beethoven fue tan caótica que Umlauf, maestro de capilla, tomó el mando sin que el compositor se diera cuenta. La obra tuvo un enorme éxito, de los mayores en vida del compositor, aunque Beethoven, consciente de su valor, la calificó de estupidez. De hecho, un asistente comentó que la obra estaba pensada para volver a los oyentes tan sordos como el propio compositor.
El éxito permitió su repetición, con los consiguientes beneficios económicos, pero no para Mälzel, ya que Beethoven se aseguró de que los ingresos fueran sólo para él. Ante los impedimentos de Beethoven, Mälzel consiguió (robó) las partituras que tocaban los músicos de la orquesta y rehizo la obra a su modo. Tras interpretarse en Múnich en 1814, Beethoven entró en cólera, comenzó un proceso judicial y exhortó por carta a los músicos para que no tocaran su música. Todo se solucionó cuando Mälzel regresó a Viena en 1817 y, en una comida y tras compartir los gastos del proceso, compositor e inventor firmaron la paz. Beethoven alabó públicamente el metrónomo de Mälzel y en un periódico de Leipzig publicó la lista de indicaciones metronómicas recomendadas para sus sinfonías. Por lo que sabemos, sus vidas, a continuación, se separaron.
Mälzel, años después, fundó una empresa dedicada a mostrar sus inventos por toda América. Y así fue como, en un bergantín fondeado en el puerto de La Guaira de Venezuela, murió en 1838 por intoxicación alcohólica. Su cuerpo y el panarmonicón que le acompañaba fueron arrojados al mar. El último panarmonicón se conservó en Stuttgart hasta que fue destruido por un bombardeo en 1942. El metrónomo piramidal, por contra, ha permanecido junto a los atriles de la mayor parte de los músicos, como una herramienta de trabajo. Hoy en día, con los avances tecnológicos, lo tenemos integrado como una aplicación más de nuestros teléfonos móviles.
La batalla de Vitoria no fue la única composición que Mälzel inspiró a Beethoven. Durante una cena en 1812, Mälzel explicó su proyecto de metrónomo. Beethoven lo aplaudió con entusiasmo e improvisó una canción, un canon, basada en este instrumento, Ta ta ta lieber Mälzel. Esta melodía algo entrecortada pasó a formar parte del segundo movimiento de la Octava sinfonía, en la que Beethoven estaba trabajando en ese momento, donde se escucha obstinadamente, incansable, el ritmo continuo que imita al metrónomo.
Ilustración:
Metrónomo de Johann Nepomuk Mälzel, fabricado en París en 1815. Viena, Museo de Historia del Arte, colección de instrumentos musicales antiguos.
Ilustraciones musicales:
Comienzo con un vídeo espectacular. Una adaptación de secuencias de la película Waterloo (1970) a la música escrita por Beethoven.
L. van Beethoven. La batalla de Vitoria, Op. 91
Orquesta Filarmónica de Berlín. Director: Herbert von Karajan
Y aquí pueden escuchar el tema del canon dedicado a Mälzel.
L. van Beethoven. Sinfonía nº 8. II. Allegretto scherzando
Deutsche Kammerphilharmonie Bremen. Director: Paavo Järvi
Interesante lección de historia 😃
ResponderEliminarMuy interesante. Gracias
ResponderEliminarMe ha encantado e ilustrado tu post (como siempre).
ResponderEliminarCésar
Instructivo y entretenido. Me ha encantado.
ResponderEliminarMuy interesante tu información que amplía mi afición por la Música.
ResponderEliminari Muchas gracias!