La soledad, por Gedi Máiquez

Edward había llegado hacía dos días procedente de París con el objetivo de saldar la deuda que había adquirido consigo mismo. Madrid en 1910 era una ciudad en construcción, donde esqueletos conformados de ladrillos se hacían hueco en la laberíntica ciudad de tejados rojos, que en su tardes más brillantes, incendiaban de luz el ocaso del día. Ante sus ojos se mostraban calles que presagiaban ser grandes vías, desplegándose como arterias dispuestas a albergar al gentío que discurría incesante y veloz por ellas. Recordaba entonces a los personajes, que con esos movimientos, protagonizaban las proyecciones de cine que estaban tan de moda en su país. Sorteó como pudo los pocos coches mecánicos existentes, los carros tirados por caballos y algún que otro excremento, fruto de la mal llevada incontinencia equina que salpicaba de manera aleatoria la zona adoquinada que cubría el otrora Prado de Recoletos. A esta altura, se encontraba un impresionante edificio de recie...