Breve encuentro, por Vicente Llamas

 




Un banco (las piedras del Manzanares quedaban lejos), parque central, a dos leguas del Ateneo de San Juan de Puerto Rico. Hace como una hora que dos sombras se entrelazan en él ... Casi inaudibles sus ecos.

M. Z.: Este exilio fecundo ha hecho más veraz la soledad, el ámbito privilegiado para que la patria se descubra. La soledad es en sí misma una acción, una acción que brota del aislamiento comunicable. Los medievales evocaban un patria animae, el destierro era la vida terrenal, mísero destino de anámnesis en el que abrazar la cicuta ... No. No cabe un exilio de la historia: el vacío que deja la consumación de la tragedia es el espacio de soledad en el que soñar. Las prendas del exiliado, una mirada que no interroga, un llanto que todo lo tiñe de colores infieles a la luz, no deben velar la libertad que se llevó consigo, la verdad que ha ido conquistando en la vida póstuma que se le ha concedido.

J. R. J.: Yo he contado en él el frío y el barro, pero ni el frío ni el barro logran empañar un vivo recuerdo de Moguer ... La "recóndita Andalucía" que Darío ha invocado en la reseña de mis poemas, no cabe ya en la nostalgia. No sé qué es el exilio, María, sé bien, en cambio, qué es esta añoranza de mis verdades: el pozo mío, el Moguer fatal, con su monte y su pinar, las puertas abiertas, las que en San Juan están siempre cerradas ... 

M. Z.: Ramón, el animal de fondo que siempre temiste eres tú mismo. Lo persigues en sueños, pero está ya en ti cuando desciendes a los sueños en su busca. Es la lejanía de las cosas concretas la que hace posible el hallazgo de las relaciones entre ellas. Mi soledad en las calles parisinas fue una perspectiva esencial. Vivir es ya un exilio: mi patria es el exilio, patria desconocida que, una vez se conoce, se anuncia irrenunciable. El animal de fondo que eres siente la nostalgia de ese pozo y ese Moguer, que va a tu lado sin tú verlo, y ya te ha perdonado, porque está hecho de ti mismo, como tu muerte está hecha de ti mismo, de huesos que son los tuyos, y de cegar y callar y aplastar, que son los tuyos... Tú mismo lo augurabas: por el pozo se escapa el alma a lo hondo.

J. R. J.: Tú te ves, yo me huyo. Todas esas palabras, ya marchitas, que, a escondidas, han estado aguardándome en la patria dura que dejamos, pozos, piedras, olas, puertas, ... Todas esas cosas que deslumbraban a Zenobia, como un dulce hechizo, se han desvanecido. Tu vida es más oblicua, circunstancias y yo, Ortega y sus desórdenes, dan una forma más nítida a tus noches. Las mías, profesora, confluyen en una colina meridiana. O eso creía mientras estuve en Washington. Meridian Hill, aún la recuerdo, calle 16, ¿qué absurdo, verdad? ... Esta geometría que nos atrapa aquí, tan lejos de las playas de Moguer. Todos mienten un poco, el poeta más aún, porque el poeta no es un metafísico, el poeta es un artífice humilde que, quizá, eso sí, anhela la esencia para penetrar a través de ella en la intimidad



ajena, lejos, muy lejos, del hombre que pensó Aristóteles: el animal de fondo no es, desde luego, un animal político.

M. Z.: Alguien ha dicho que, para mí, el hombre se dibuja sobre un proyecto político. Jamás pensé eso. El hombre se dibuja sobre un proyecto moral, y me temo que los días que aguardan a esa España famélica, esa España que emergerá de la guerra, no serán la estación de las vivencias, sino más bien un constante transitar hacia una identidad definitivamente fracturada. El más oscuro exilio es la España futura. Tantas lenguas llenas de guerra y de ausencias.

J. R. J.: A esa España, entonces, la conmino al silencio. Será una histórica herencia, la de las huellas que se me escaparon en las playas que ya nunca más veré.

M. Z.: Sí, un desierto infinito, sin horizontes, pero no un lugar inhóspito. México es ya el lugar privilegiado en el que he descubierto el significado de la claudicación, y no lo acepto. Cuando escribía Los bienaventurados, una y otra vez, resonaba en mí aquel verso de Machado, de Antonio, sobre el tronco carcomido del olmo en el que habían brotado unas hojas, no logro recordarlo con exactitud ...  Antes de que el río al mar te empuje ...  a través de hormigas y de lluvias ... No era así, pero su eco era más violento que el mismo verso ... ¿Lo recuerdas? ...  Sin embargo, ahora sé que el árbol que se obstinaba en reverdecer es la imagen irónica de lo que se resiste al olvido.

J. R. J: Yo no lo hago. La frontera que nos separa del pasado es la propia conciencia sin tiempo. Esa es tu frontera infinita, María. La tierra, el exilio, son la propia conciencia que crea una y mil veces la eternidad.

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