EL VERDE GABÁN. La dama encantada de la partitura, por Santiago Delgado.





“Quiero vivir en esa música”, se dijo la dama, mientras escuchaba la melodía de aquellos músicos que la reina Doña Violante había mandado traer al palacio toledano, donde moraba con sus hijos y esposo, Don Alfonso, el Décimo de Castilla. Vestía de blanco, con una toca asimismo blanca, ajustada por la cabeza con albísimo bonete que le daba un aspecto de limpia elegancia, al margen de las coloristas vestimentas de las demás mujeres de la Corte, reina incluida. Los músicos, valencianos todos, tocaban la vihuela, una dulce y susurrante tambora, un rabab y un salterio, amén de la voz, elegante y dulce, apenas en intensidad elevada, de un tenor de fino aspecto, que cantaba, en el antiguo lemosín cis-pirenaico, temas de amor trágico y penoso.


“Quiero vivir en esa música”, se dijo sin saber que lo decía. Y, poco a poco, en unos instantes, eternos para ella y finitos para los demás, se obró el pedido milagro. Se fue diluyendo en el aire su cuerpo, sin que fuera apreciado por los circunstantes. A la par, su ser se iba integrando en las notas de los intérpretes, y se movía al lento y rítmico compás de ellas. En un momento álgido de la pieza, se vio entre las líneas del pentagrama, como una nota más de los cuadratos que inventara Guido D’Arezzo alguna centuria antes.







Vivió entonces la música como si ella misma fuera parte de esa música. Ocurrió aquella vez y volvió a ocurrir todas las veces, que, a lo largo del tiempo y del espacio, alguien tocara y cantara esa pieza que, a ella, le parecía excelsa. No importaba la simultaneidad de las interpretaciones, en el ancho mapa del mundo.

Un día, aprendió a escaparse de la partitura. Tenía un cuerpo casi invisible, translúcido y penetrable. Aprendió también a volver a la partitura. De esa manera, podía escuchar la música por dentro de la misma música, y también por fuera, como cuando supo de esa melodía mágica y celestial, cabe las aguas del Tajo, sus ninfas y su alcázar. Y, como era mágica, no importaba dónde y cuándo se interpretara esa música. Ella siempre estaría allí.

Dicen sabedores que, en muchas partituras, modernas y antiguas, en cualquier lugar del mundo, habita libre y feliz, el alma de alguna dama, de sus cadencias enamorada. Buscadla cuando escuchéis la música hecha ritmo y cadencia, de la partitura emanada por los maestros músicos.

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