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Mostrando las entradas etiquetadas como Quijote

EL VERDE GABÁN. Las mocedades de don Quijote (El Quijotillo). Entrega 19, por Santiago Delgado

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Don Bartolo, como le llamábamos todos en su ausencia, me estaba esperando, brazos en jarras, y cara de pocos amigos. Aunque se notaba que fingía. Todos los curas tienen algo de cómicos, pues dar sermón, mucho se parece en lo de afuera, a decir monólogo en escena. –¿Dónde se ha metido vuesa merced, señorito Quijano? Parece que sus zapatos estrechos no le han impedido fugarse al campo, donde me dicen lo han visto no muy bien acompañado. Yo, quieto y parado, humillaba la cabeza. Desde dentro de la rectoría se escuchaban las risas de los colegiales, mis compañeros de clase e internado, que mirarían el caso por alguna rendija de ventana mal cerrada. Mi cara me ardía de roja y colorada de vergüenza y coraje. –Un día de estos, vendrá su señora madre, supongo que con zapatos nuevos. Mientras tanto, le abriremos, como bocas delanteras de endriago reptante, las puntas de esos zapatos que no supieron crecer con vuesa merced. Pase adelante, hasta la cocina, allí, Maese Andrés, con ...

EL VERDE GABÁN. Las mocedades de don Quijote (El Quijotillo), entrega 13.

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De la historia del arriero De la soledad de un arriero, amigo Sancho, te puedes hacer una idea basándote en el hecho de que, siendo yo asaz niño, como te he dicho, este hombre, arriero casi toda su vida, me contó su existencia casi enteramente. Y lo digo, porque todos entendemos que hablamos en tanto que quien nos escucha, nos atiende y oye. En eso consiste hablar entre humanos: hablar y responder, e hilar así la cadena de la conversación. Pero, en aquel caso, solo hablaba él, tanto por la boca como por su trasero, que tronaba como pólvora por Corpus Christi cuando su poco santo culo quería . Sé muy cierto que yo aún no sabía contar los números, que, si no, te diría que sus saludables cuescos sonaron incontables veces. Y, desde luego, lo fueron para mí. Ignaro aún de toda aritmética.   Pues contóme este Jusepe Requena, que la suya era familia de segadores y vendimiadores, que salían en verano a segar cereal por La Mancha, y a vendimiar en su comarca natal en los amenes estiva...

EL VERDE GABÁN. Mocedades de don Quijote (el Quijotillo), entrega duodécima, por Santiago Delgado

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–Así que te llamas Alonso, ¿eh, chiquet? Estaba muy claro que lo de chiquet iba por mí. Lo miré, pero no le contesté, puesto que él no me había mirado, ni antes, ni después de sus palabras. Transcurrió un silencio, no sé si breve o largo, pues en el camino del arriero no se percibe el paso del tiempo salvo en las despedidas y en las llegadas. Al cabo de ese tiempo que digo, el arriero José de Requena soltó un sonoro cuesco, rotundo como un trueno de tormenta cercana, sin aviso de relámpago previo. La olor, o mejor dicho, el hedor, llegó a mis tiernas narices, y a punto estuve de vomitar todo cuando había engullido desde la primera teta de mi madre. Lo percibió el arriero. Se levantó. Me izó en volandas, y me puso en el sitio que él usaba, y él se sentó en el mío.  –Has de saber, muchacho, que yo, mis pedos van siempre por ese lado, ya que es de ese lado, el derecho mío, por donde se me levanta el culo cuando me peo. Yendo tú en este lado izquierdo, no sufrirás mis alivios c...

EL VERDE GABÁN. Las mocedades de don Quijote, El Quijotillo, entrega décima

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  Durante todo aquel invierno, Doña Ginesa, se supo hacer con las noticias de sus compadres de tratos y negocios, acerca de dónde había pupilaje adecuado en las cercanías. Llególe, por fin, noticia de que había licenciado por Alcalá en Villanueva de los Infantes, que admitía chicuelos de buena sangre a partir de los siete años, y que, en dos inviernos, los devolvía hábiles en el arte de saber leer y escribir, amén de lo fundamental de la doctrina cristiana; así como de los rudimentos de las letras clásicas e hispanas. Con esto, llegó un otoño, largo año después de lo urdido en su caletre, en el cual otoño, agachándose para ponerse a mi altura, doña Ginesa, mirándome a los ojos, me dijo: –Hijo mío, Alonso, porque sepas bien quién eres, y aciertes a responder a la calidad de tu nacimiento, te envío hoy hasta esa famosa ciudad de Villanueva, donde habrás de comenzar a aprender las maneras del cortesano, que es hoy la calidad mejor llevada en la Corte, a donde, espero, que, con t...

EL VERDE GABÁN. Las mocedades de don Quijote (el Quijotillo). Octava entrega, por Santiago Delgado

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De Doña Ginesa de Motilla, Señora Madre de Don Alonso Mi madre, la señora Ginesa, criome sin el necesario apego y cariño de solícita madre, no tanto por no poder salir de la pena de saber a su esposo, y padre del niño suyo, muerto de tan crudelísimo mal, como por necesitar todo su empeño en sacar adelante la escasa hacienda que nos quedara tras los embargos a los vencidos; en particular, a su suegro, mi abuelo. Ocupándose de tales menesteres salió, en buena hora, de la honda negrura de su dolor. Contrató, por la manutención y el techo, a una muchacha de aldea vecina, tras el destete mío, que con el tiempo devino ama, para cuidar de la casa y del recién nacido. Esa ama es la madre del ama que tú conoces, que heredó el cargo en mi hacienda. Sancho. Luego, se las comenzó a ver con segadores y pastores, tratantes y arrieros, tal y como se las habría de haber visto su finado esposo. Y no fue cosa fácil, pues los tales, al ver mujer al frente de los negocios de la casa, trataron de engañar...

EL VERDE GABÁN. Las mocedades de don Quijote, entrega 7, por Santiago Delgado

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De tal manera, acabada la contienda, y perdida la ocasión para la Comunera gente, presentáronse, en nuestra hacienda, exactores del Emperador, dispuestos a embargar la hacienda toda y las tierras, por traición al Imperio, dijeron. Doña Servanda, mi señora abuela, viuda de Don Martín, consiguió ablandar un tanto, el corazón de los recaudadores, a base, claro, de nutrir la faldriquera particular de los tales tributeros flamencos, aun a costa de casi todos los pegujales de nuestra propiedad. Quedóse únicamente con el poco terreno del que vivimos hoy –desde antes de que yo heredara– el ama, la sobrina y yo mismo, amén de algunas fanegas que mi abuela consiguió ocultar a los flamencos y secuaces castellanos suyos.  Fue mi padre Don Álvaro Quijano, que murió de apoplejía, que dicen físicos. Quedó sin habla ni movimiento casi de santiamén, apenas engendrado yo mismo. Mi pobre madre, Doña Ginesa de Motilla, viuda quedó repentina, y tuvo que hacer frente, como su suegra Doña Servanda, a las...

LOS SONIDOS Y EL TIEMPO, Don Quixote, de Roberto Gerhard, por Gabriel Lauret

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Hace poco más de un año la Orquesta Filarmónica de Berlín anunció un concierto que despertó mucho mi curiosidad. Dirigida por Simon Rattle, su antiguo director titular, iba a dedicar íntegra la primera parte de su concierto a obras de Roberto Gerhard. Que una de las mejores orquestas del planeta, si no la mejor, con uno de los mejores directores del momento, programara de esta forma a Gerhard, me llevó a pensar en lo infravalorado que está este autor en nuestro país. Robert Gerhard nació en Valls, Tarragona, en 1896. Su padre era suizo-alemán y su madre francesa-alsaciana, identidades a las que sumó la de Cataluña, su tierra de nacimiento.  En su formación musical, a la que su padre puso inicialmente bastantes obstáculos, hay dos grandes pilares que determinan su estilo:   El primero es Felipe Pedrell, compositor y mentor de la gran generación de compositores como Falla, Granados y Albéniz. Fue su último discípulo y del que aprendió a combinar las características intrínsecas p...

EL VERDE GABÁN. Las mocedades de don Quijote, por Santiago Delgado

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  1.      Discurso de los ancestros de Don Quijote           Sabrás, Sancho, que nadie en nuestra aldea posee la hidalguía de mi Casa. Si bien, cierto es que hase venido a menos, de un tiempo a esta parte, el solar de los Quijano, antaño vasto como ninguno, y rico, en La Mancha toda. Mas, tiempos malos acaecieron, cuando los encantamientos y hechicerías del Mago Frestón –el máximo enemigo mío– comenzaron a cernerse, envidiosos, sobre nuestra Casa y estirpe.         En principio, hubo un venerable escribano del monasterio de Santo Toribio, en las cantábricas tierras, llamado Hilario de Hoces, en los más abruptos montes que facen límite a la España toda, que escribió acerca de los linajes visigodos y romanos que acudieron a las Asturias de Pelayo –aquel bravo paladín, que primero derrotó al sarraceno invasor–, para integrar su Corte y mesnada. Y procedía de la comarca de La Liébana. Otrosí,...

NOVEDADES DE DULCINEA: Semblanza de Jean Canavaggio, por Carmen Pujante.

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Este verano, el 21 de agosto, fallecía Jean Canavaggio (1936-2023), catedrático emérito de la Université Paris X Nanterre. Dan testimonio de sus valiosas aportaciones al cervantismo y a la historia de la literatura española sus no pocos estudios y sus no pocos reconocimientos y premios, pero también aquellos que tuvimos la enorme fortuna de asistir a sus clases, unas clases magistrales en todos los sentidos. Como filóloga y como profesora hoy de la Universidad de Murcia, auguro que las investigaciones emprendidas por Canavaggio continuarán recibiendo la consideración merecida en los diferentes niveles académicos; como alumna Erasmus allá en París en el curso 2004-2005, albergo gratísimos recuerdos de las lecciones del profesor, en particular, sobre el teatro áureo español. La lectura e interpretación de Fuenteovejuna y de El alcalde de Zalamea siempre me retrotraen y asocio a Canavaggio. Recuerdo sus clases con cariño y gratitud casi dos décadas después (después de que hayan variado ...

LOS SONIDOS Y EL TIEMPO, Ausencias de Dulcinea, por Gabriel Lauret

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Dulcinea es uno de los personajes más sorprendentes de la literatura universal. Un ser que solo existe en la mente nublada de una persona perturbada, y en que en tanto que perturbada, existe. Don Quijote, ese Alonso Quijano que ha perdido el juicio, busca a Dulcinea, pero no la encuentra.   Sobre el poema "Árboles, yerbas y plantas", incluido en el capítulo XXVI de la primera parte del Quijote, Joaquín Rodrigo escribió en 1948 sus Ausencias de Dulcinea . El motivo de escribir esta obra fue el concurso convocado con motivo del IV Centenario del nacimiento Cervantes un año antes. Es una obra bastante atípica ya que está escrita para   bajo o barítono, cuatro sopranos y   orquesta sinfónica, por lo que podría calificarse como un poema sinfónico con voces solistas. El barítono siempre canta el texto mientras que las sopranos representan esa vana búsqueda hacia los cuatro puntos cardinales de su amada imaginaria. Como podrán suponer, Rodrigo ganó el Premio Cervantes, la obra ...