EL VERDE GABÁN. Las mocedades de don Quijote (El Quijotillo), entrega 13.




  1. De la historia del arriero


De la soledad de un arriero, amigo Sancho, te puedes hacer una idea basándote en el hecho de que, siendo yo asaz niño, como te he dicho, este hombre, arriero casi toda su vida, me contó su existencia casi enteramente. Y lo digo, porque todos entendemos que hablamos en tanto que quien nos escucha, nos atiende y oye. En eso consiste hablar entre humanos: hablar y responder, e hilar así la cadena de la conversación. Pero, en aquel caso, solo hablaba él, tanto por la boca como por su trasero, que tronaba como pólvora por Corpus Christi cuando su poco santo culo quería. Sé muy cierto que yo aún no sabía contar los números, que, si no, te diría que sus saludables cuescos sonaron incontables veces. Y, desde luego, lo fueron para mí. Ignaro aún de toda aritmética. 

 Pues contóme este Jusepe Requena, que la suya era familia de segadores y vendimiadores, que salían en verano a segar cereal por La Mancha, y a vendimiar en su comarca natal en los amenes estivales. Luego, malvivían en el invierno como podían, alimentando un marrano, con perdón, para vender por Pascuas y año nuevo, que les servía para malvivir hasta la primavera. Este marrano, a veces hurtado lejos de sus dominios hogareños, cochinillo en realidad, les acompañaba en su peripecia segadora y vendimial, alimentándose como podía, al igual que sus amos.  El caso era tenerlo bien cebado para Pascuas.

Una mañana, ya mostrando el primer bozo sobre su labio superior, como así mismo dijo, y en acabando de vendimiar, trataron sus padres con uno de los arrieros que trasladaba la uva recién cosechada a los lagares. Y de resultas de aquellas negociaciones, mi buen arriero, comenzó a serlo. El dueño anterior de la carreta se llevó a José de Requena para enseñarle el oficio. 

–A mí, no me pareció ni bien, ni mal –recuerdo que fueron sus palabras exactas. 


Comentarios

  1. Me habría gustado continuar leyendo, pero esperaremos el siguiente con paciencia. Me encantan estas memorias de la bella Dulcinea.

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