LOS SONIDOS Y EL TIEMPO: El sentido del oído, por Gabriel Lauret




Para poder apreciar la música es conveniente disponer de un adecuado sentido del oído, adecuado porque no sólo es necesaria la capacidad de escucharla sino también la de entenderla. Como explicaba el filósofo Ludwig Wittgenstein, comprender la música implica ver la música desde un punto de vista distinto. Pero incluso la forma de entender el sentido del oído ha variado a lo largo de la historia. 


En 1618 Jan Brueghel “El viejo” y Peter Paul Rubens pintaron una serie de cuadros relacionados con los cinco sentidos. Brueghel se encargó de los objetos, fondos y paisajes, mientras que Rubens retrató a los personajes. El sentido del oído es un cuadro totalmente alegórico, que protagoniza una figura femenina desnuda, posiblemente Venus (siendo de Rubens ya se la pueden imaginar), tocando el laúd, acompañada por un niño pequeño o amorcillo y por algunos animales exóticos. La escena transcurre en una estancia enorme adornada por cuadros de temática musical, repleta de partituras e instrumentos musicales muy diversos y con varios relojes, posiblemente como representación del tiempo, mientras al fondo se abre un pórtico con arcos sostenidos por esbeltas columnas, que nos permite contemplar un bello paisaje con un castillo al fondo.


Hace un año, aproximadamente, descubrí un cuadro con el mismo título de un  pintor poco conocido pero que atrajo inmediatamente mi atención. Servía de portada a La habitación secreta, una admirable y muy recomendable recopilación de escritos de José Antonio Molina sobre música, arte y poesía. El autor en este caso era Philippe Mercier, nacido en Berlín de familia francesa, que desarrolló gran parte de su carrera en Inglaterra, donde falleció en 1760. Este cuadro, a diferencia del de los flamencos, de una manera ingenua, naíf, refleja una escena de la vida cotidiana en una época en la que muchas cosas estaban cambiando. Las protagonistas en este caso son cuatro mujeres, tres jóvenes y una señora mayor, posiblemente una institutriz, que hacen música alrededor del clavecín que toca una de ellas. Las chicas de la flauta y el violín, así como la señora del violonchelo, parecen meras acompañantes que intentan ver la partitura por encima de la que toca el instrumento de teclado, que mira y sonríe al espectador sintiéndose la protagonista de la escena. El fondo, paisajístico pero oscuro, parece ser totalmente ficticio ya que, por la luz, la escena transcurre en una habitación cerrada, quizás no tan secreta como la que da título al libro de Molina. 




Ilustración:

Philippe Mercier. El sentido del oído (ca. 1744)


Durante el siglo XVIII se extendió la costumbre de escuchar música en casa. Los reyes y la aristocracia tenía músicos a su servicio o contaba ocasionalmente con ellos, y a veces tenía conocimientos suficientes para tocar distintos instrumentos. Por ejemplo, Federico Guillermo II de Prusia tocaba el violonchelo y nuestro rey Carlos IV el violín, aunque Luigi Boccherini calificaba como atronadora su forma de hacerlo. Dentro de la nobleza se puso de moda que las hijas recibieran una formación musical como parte de su educación. Cuando varias personas de la misma familia dominaban un instrumento, o incluso su propia voz para el canto, se creó la costumbre de pasar el tiempo tocando en casa, tal y como se aprecia en el cuadro. Lo que comenzó como una costumbre de élites pronto se extendió a la burguesía, y se desarrolló especialmente durante el siglo XIX. 


Esta forma de hacer música recibió en los países de lengua alemana el nombre de Hausmusik (que podemos traducir como música en casa), y se convirtió en una parte muy importante de la vida familiar. El ejemplo más característico posiblemente sería el de las Schubertiadas, las reuniones musicales en las que participaba Franz Schubert. Estos encuentros tenían lugar en la casa de la familia de Ignaz Sonnleithner en Viena y se sucedieron entre 1815 y 1824. Imaginen el privilegio de poder tocar y estrenar obras de Schubert con el propio compositor. Un privilegio que tuvo un reducido grupo de amigos y conocidos. 


Puede que algunos piensen que Hausmusik es sinónimo de música de cámara, pero esto no siempre es así. Las obras más importantes de la música de cámara, por lo general, requieren de un nivel técnico e interpretativo que se escapa a las aptitudes habituales de un músico aficionado que lo que busca es el propio deleite. Las obras, por tanto y por lo general, son sencillas o versiones facilitadas de otras mucho más complejas.


Algunos compositores crearon obras destinadas a su círculo familiar o de amigos, como la famosa Sonatina para violín y piano en la mayor de Antonín Dvořák, destinada para sus hijos de diez y doce años (por aquel entonces), que es una obra vibrante y muy interpretada, o el delicioso Trío para clarinete, viola y piano en mi bemol mayor, compuesto por W.A. Mozart para tocarlo él mismo a la viola junto a su amigo Anton Stadler al clarinete y su joven alumna Franciska Jacquin al piano, que era hija de su amigo Nikolaus, flautista aficionado.


Pero el avance imparable de otros entretenimientos como la radio, la televisión y, ya en nuestro tiempo, distintos dispositivos para ver contenidos por internet, han ido arrinconando esta costumbre, al igual que otras más sencillas como leer o, sencillamente, charlar en familia.


Todo este discurso tiene como objetivo informarles, para los que no lo sepan, de que si hay algo todavía más gratificante que escuchar música es la posibilidad de hacerla uno mismo, acompañado por familiares y amigos. Da igual el instrumento y el nivel que tengan; hasta pueden hacerlo con su voz. Pierdan el miedo o la vergüenza. Si tienen algún amigo que sabe tocar un instrumento, propónganle tocar juntos. Con ello, además, adquirirán ese punto de vista del que hablaba Wittgenstein y conseguirán comprender y apreciar la música mucho mejor. 






 

Ilustración musical:




W. A. Mozart: Trío para clarinete, viola y piano en mi bemol mayor, KV 498 'Kegelstatt'
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Martin Fröst, clarinete. Maxim Rysanov, viola. Roland Pöntinen, piano.


Comentarios

  1. Muy interesante! Gracias

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  2. Te leo y confirmo que no uno no termina nunca de aprender... salvo si quiere hacer carrera política, claro😁.

    César

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