LOGOSFERA: El gran reencuentro de Najib, por Isaac David Cremades Cano

 


Najib intentaba retenerlo todo antes de su inminente migración hacia el norte. Al caer la tarde, decidió recorrer las calles de su barrio natal sin apenas parpadear, con la intención de que sus retinas quedaran impregnadas de la luz y del movimiento, siluetas a intervalos con vivos colores y sombras. Agotado observador se dispuso entonces a cerrar lentamente los ojos e inspirar con fuerza por la nariz todo el aire posible, reteniendo en sus pulmones esa parte invisible que le invadía el pecho y quería llevarse con él. La pituitaria percibía ese aroma a café que, mezclado con el suave pero intenso olor a incienso, perfumaba su entorno y tal estímulo, en conjunción con el hipotálamo, le permitía almacenar lo impalpable en su memoria. Del mismo modo, el bullicio de un zoco cercano acariciaba sus oídos, conseguiendo retener la musicalidad de los fonemas de su lengua materna, que extrañaría tanto como las oraciones del almuecín a viva voz desde el cercano minarete. Hasta el tacto de su chilaba era especial aquel día, acariciaba como nunca su piel en señal de despedida. 


Frente a este viaje forzado por decisión del cabeza de familia, su madre se encargaba de la preparación material al periplo que acontecía, tan ocupada organizando… tan convencida pero asustada… sentimientos reprimidos, pena silenciada, lamentos ocultos tras un severo rostro, pero guardando siempre en su tierna mirada claro atisbo de esperanza. Sin embargo, sus dos hermanas pequeñas, en infantil liberación, lo mismo lloraban sin consuelo por miedo, que lo mismo se ilusionaban en voz alta por placer, imaginándose cómo brillarían la luna y las estrellas reflejadas en el mar al cruzar a esa otra orilla desconocida, el nuevo hogar familiar. Mientras tanto, Najib soñaba más bien con recibir los poderosos rayos de un sol nutritivo, capaces de reavivar un pasado lejano pero intenso. 


Desde el día en que su padre le reveló el desconocido destino, no cesaban de aflorar en sus sueños y pensamientos aquellos relatos del gran Imperio Almorávide y también del Califato de Córdoba, distorsiones de las historias que ese afable anciano extranjero le contaba con incomprensible nostalgia en su niñez. Imposible eludir la comunión indisoluble que les une a esa tierra de acogida con sorprendente, a la vez que misterioso, topónimo identitario: Alhama de Murcia. Más ruinas además de la etimológica fue descubriendo paulatinamente en las cercanías de ese municipio: restos de murallas defensivas, de palacios y mezquitas, incluso de medinas enteras solitarias o en pleno centro de la cuidad, acequias y norias, etc., piezas multiformes que se disponía a encajar en el complejo puzle de su identidad. Esos numerosos vestigios, huellas de una época floreciente, hacían perdurar la memoria de un amor que duró siglos, así como de reminiscencias de una profunda herida, hoy cicatriz de historias trágicas, distantes y lejanas, disfrazadas de apasionada Reconquista por los vencedores, de expulsión por los vencidos. 

Ahora, ahí, lejos de casa, perdido en el abismo del exilio, bajo el mismo sol sofocante de la añorada al-Ándalus que bronceó hace siglos la piel del gran Ibn ‘Arabī, Najib jamás se habría imaginado que su migración suponía realmente un reencuentro con ese pasado compartido de amor y odio. Similar presente común entre heridas profundas de eternizada curación y fuerzas enamoradizas surgen de nuevo. Embriagado por tal sensación, se deja llevar por el anhelo de abrazar parte de sus orígenes fuertemente, con tal pasión que consigue percibir las palpitaciones de ese fascinante pasado contra su pecho desnudo. 

Nada más llegar a ese pintoresco municipio coronado por un sencillo castillo de imponentes murallas, Najib, amante de las alturas, proclamó con su mirada panorámica el triunfo de su viaje a ese horizonte que sentía incomprensiblemente cercano. El viento entre las almenas mitad derruidas, mitad restauradas, interrumpió ese momento silencioso propicio a la revelación que se anunciaba. Un sobrecogedor susurro resonó de repente en su interior, como si ese soplo, aliento de sus antepasados, recobrara vida al compartir ese lugar. Tanto tiempo de separación, tan profundo surco excavado entre estas dos orillas, ¿le impedirán volver a amar esta tierra? ¿Incluso a pesar de que, a los pies de estos altos muros, haya dejado de manar el agua que hace siglos alimentaba los famosos baños, origen de este asentamiento? 

Decide entonces saltar la tapia construida con algunos ladrillos de odio y rechazo, otros de hospitalidad y complicidad. Aprovechando los huecos producidos por el desgaste del paso del tiempo, está igualmente dispuesto a dejarse arrastrar por la corriente que produce esa nueva lengua que le invade. No puede evitar sentir como ese idioma meloso fluye lentamente por sus entrañas y le endulza por momentos el alma, con una colorida poesía que permite a su lector entrever lo invisible. Comienza a confiar en esas palabras hermanas con las que pronto podrá proclamar el triunfo de la ansiada felicidad, emanada de un pasado glorioso imposible de obviar. 

Tras esta inmersión onírica, se despierta ligero, con pensamientos límpidos, purificado como con el preciado líquido cristalino que dio lugar a esos baños, a ese lugar cuyo término en su lengua materna, precedido del artículo, revela finalmente la innegable cercanía y el secreto que se diluye en ese topónimo: al-hamman.


Un dibujo de un edificio

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Ximeno, M. (Alhama de Murcia, 2018). Memoria de Agua [acrílico sobre lienzo, 1,20 x 90 cm.]. Colección privada.


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