CRONOPIOS. De personas a personajes, por Rafael Hortal
En mi nuevo libro: “Encuentros. Personajes femeninos de la literatura erótica”, decidí entrevistar solamente a personajes de ficción para conocerlas mejor a través de los ojos de sus creadores y de los lectores que las reinterpretaron para llevarlas al cine o al teatro. Aporté mi visión de las obras, siempre considerando el momento social de su publicación. La más antigua es la joven cortesana Fanny Hill, cuya obra “Fanny Hill: Memorias de una mujer de placer”, se publicó en 1748 en Inglaterra y ha sido el libro más perseguido y censurado de la historia de la literatura.
En este libro le doy voz a 22 personajes femeninos de la literatura erótica; sólo 4 han sido escritos por mujeres: Thea Von Harbou (María); Ángeles Vicente (Zezé); Almudena Grandes (Lulú); Violette Leduc (Thérèse) y Camila Sosa (Camila). Elegí personajes fuertes, valientes, que transgredían las normas sociales; personajes femeninos en el amplio abanico de fetichismos y parafilias. Para finalizar el libro le dediqué unos párrafos a la escritora Anäis Nin, (París 1903 – Los Ángeles 1979), de padres cubano-españoles; aunque no es un personaje de ficción, es un gran personaje erótico y valiente por todo lo que cuenta en sus diarios: 35.000 páginas, cuyos originales están en el archivo de la Universidad de California, donde describe sin tapujos su relación con su marido Hugo y con sus amantes, entre los que se encuentra Henry Miller. Anaïs estuvo casada durante un tiempo con dos hombres a la vez. Al descubrirse el hecho, renunció a su segundo matrimonio y se quedó con su querido Hugo.
Anaïs se describe como española, como menciona en sus diarios íntimos: Nueva York, 27 de febrero de 1947: “Conocí a Rupert Pole, un actor gales. Habló él primero al escuchar que yo era española…”. En esa época Anaïs tenía 44 años y Rupert 28. Ella escribe:
Siento su sexo contra el mío, el acto sexual es tan violento que cada chorro de semen origina un temblor a lo largo de su cuerpo, un salto mortal, y es tal el delirio que me produce que siento como si no experimentara un orgasmo o dos, sino cientos de ellos. ¡Frenesí! ¡Frenesí! Se corre dos veces sin salir de mí.
Para terminar este epílogo, reseñaré los personajes femeninos que Anaïs creó, publicados en el libro “Delta de Venus” (1969), donde recopila los relatos eróticos, que escribía para ganar dinero, vendiéndoselos a un rico erotómano de Nueva York. Aunque Anaïs deja claro que defiende el erotismo frente a la pornografía, se ve obligada a describir escenas detalladas de encuentros sexuales sobre incesto, violación, pederastia, zoofilia, necrofilia, etc. Con su gran imaginación crea personajes capaces de ruborizar entonces y ahora a los lectores.
En mi encuentro con Verónica, la mujer voyeur, dije que no encontré ningún personaje femenino en la literatura que fuese mirona, pero ahora he encontrado un relato de Anaïs en el que hace referencia a una mujer que mira a un hombre, aunque no es el personaje principal:
Estaba sentada en su balcón mirándome con el mayor descaro y algo me impulsó a simular que no me daba cuenta en absoluto. Temía que si se percataba de que la había descubierto se iría. El hecho de ser observado me produjo un placer extraordinario. Yo caminaba por la habitación desnudo y tuve una erección. Ella no se movió en ningún momento. Comencé a masturbarme imaginando la mirada lujuriosa de la mujer observándome desde su balcón. Llegué al orgasmo. Los días siguientes a la misma hora estaba allí, esperando volver a verme.
Anaïs Nin no solo escribía estos relatos para el coleccionista erotómano, también ayudó a sus amigos escritores a ganar dinero con el rico neoyorquino. Ella escribe al comienzo de un relato:
Yo era la madame de una casa de prostitución literaria; la madame de un grupo de escritores hambrientos que producían relatos eróticos para vendérselos a un “coleccionista”. Fui la primera en escribir, y todos los días entregaba mi trabajo a una joven para que lo mecanografiara en limpio.
Esa joven mecanógrafa y pintora era Marianne; uno de sus personajes femeninos como: Lilith, Elena, Linda, Bijou o Mathilde. Todas son protagonistas de historias eróticas que se desarrollan en distintas partes del mundo. Como ejemplo citaré a Mathilde, una sombrerera en París, tenía 20 años:
Mathilde quiso saber lo que él veía. Puso un espejo frente a ella y se sentó sobre la alfombra abriendo lentamente las piernas. La vista resultaba encantadora. La piel era perfecta, la vulva rosada, pensó que era como la hoja del árbol de la goma, con la secreta leche que la presión del dedo podía hacer brotar y la fragante humedad que evocaba las conchas marinas. Así nació Venus del mar, con aquella pizca de miel salada en ella, que sólo las caricias pueden hacer manar de los escondidos recovecos de su cuerpo. Se abría con los dedos los labios de la vulva y empezada a acariciarla con suavidad felina. Atrás y adelante, como hacía Martínez con sus morenos dedos. ¡Qué delicadamente la tocaba —pensó—, cómo sujetaba la vulva entre sus dedos, como si tocara terciopelo! Se la sujetó como Martínez lo hacía, con el índice y el pulgar. Con la mano que le quedaba libre continuó las caricias. De alguna parte, empezaba a fluir un líquido salado que cubría las aletas del sexo, que ahora relucía entre ellas. […] Mathilde yacía desnuda en el suelo. Todos los movimientos eran lentos. Tres de los cuatro jóvenes estaban echado sobre almohadones. Perezosamente, un dedo buscaba el sexo de la muchacha, penetraba en él y allí permanecía entre los labios de la vulva, sin moverse. Otra mano lo pretendía también y se deslizó en busca de otro orificio cercano. Un hombre ofrecía su miembro a la boca de Mathilde. Ella lo succionaba lentamente; todo contacto era magnificado por la droga.
Termino esta reseña recomendando la película “Henry y June (1990), de la misma obra que escribió Anäis en 1986, donde cuenta su relación de amistad y sexualidad con el escritor Henry Miller y su esposa June.
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