Ante aestatem: Antinomias de la razón pura, por Vicente Llamas

Tesis: La Casa Usher Hay un vago rasgo de crisálida malograda en la luz ácima del verano que invita a las endebles máscaras de la anarquía. Los ecos del cisne moribundo en un teatro ínfimo son ahora menos desgarradores sobre ese fondo irreverente de sed y alas pavorosas llenas de noche y frutos sombríos, la dulce deriva lúdica y sus designios de ingravidez, abiertos al énfasis excesivo. El invierno restaura la desnudez y los tonos lívidos de la distopía. Hay un tiempo de disipación y un tiempo de hechizo. Un tiempo de extrañeza articulado en rituales de fobias que nos protegen en apariencia de la caída, la plena conciencia de transitar intimidades ya holladas y rehechas con menos devoción, incansables nómadas abocados inevitablemente a algún paraje frío regido por dioses mínimos. El verano es el pasadizo por el que creemos escapar a la disforia que nos aguarda en la otra orilla del Aqueronte, el santuario del azar y los lechos anónimos. Regresará el invierno, fantasma gris reptan...