CUADERNO DE NAUGRAGIOS, X. La era Warhol, por Vicente Llamas



Postulado fundamental de estratigrafía, distópica narrativa de la corteza terrestre: el mundo se estructura en facies, régimen vertical de estratos superpuestos según un principio distributivo de horizontalidad originaria por acción gravitatoria que Nicolaus Steno describió con sumo acierto: Cor vero musculus est.

La superposición de capas sedimentarias en secuencia temporal, las más antiguas en niveles inferiores a las más recientes, propicia el clinamen, movimiento de "traición creativa" que evidenciaría "las sombrías verdades de la competencia y la contaminación" (juicio del señor Bloom, antes de afrontar la trinidad en el carruaje fúnebre que le conduciría de 7 Eccles al Hades), y el axioma de continuidad lateral (prolongación continuada de un depósito aluvial hasta el borde de su cuenca, aun interrumpida por accidentes topográficos) permite la datación relativa de los talentos más débiles, los que sucumben a la "angustia de la influencia", estimulante, en contraste, del "genio canónico" -otra vez el neoyorkino-, forzados a la distorsión para innovar.

Cuatro son los estratos orgánicos en cualquier ámbito creativo:

-   Esfera divina: dioses imperfectos que poseen el secreto de la creación. Nunca una auténtica creatio ex nihilo, las sombras de la contaminatio, forma de intertextualidad generalizada en la génesis de ideas, se ciernen sobre sus frutos, pero la fecundidad de su visión, la originalidad y amplitud de sus propuestas, transciende el tiempo concitando una ilimitada posteridad. Fueron ellos quienes alumbraron la ontología, postularon la gravitación, compusieron dos pasiones luteranas y nueve o diez sinfonías, se autorretrataron, mutilados o ancianos, entre Holofernes medio decapitado y aquelarres de degenerados Borbones, edificaron sagradas familias y casas en cascadas, dibujaron el mapa del Infierno y la vacía anatomía del mal, vertieron su leproso elixir en el oído del rey danés y atravesaron condados agrietados, sin alcanzar jamás Ítaca. Las aguas arenosas drenan pasajes sin salida a los que se accede por escaleras invertidas y estructuras anárquicas, la lógica onírica de los inmortales que cegaron sus sentidos para ver las cosas como son en sí mismas: infinitas (Borges lo hizo, miró cuando los ojos ya no le estorbaban).

-  Limbo prometeico, más poblado que el anterior. Los Víctor Frankenstein's, esforzados benefactores de la humanidad, precisan restos de cadáveres con los que componer sus criaturas, profanaciones de egregias tumbas que no añaden culpa a los pasos de Toddy MacFarlane sobre el sórdido mundo del tráfico de ideas. Logran así infundir la 'chispa divina' robada de la forja de Hefesto (negada a los habitantes de los siguientes estratos) a sus dispares re-creaciones, a veces pálidos golem que apenas traspasan la penumbra del Altneuschul, o inundan la ciudad cuando se les encomienda la simple tarea de extraer agua del río; otras, criaturas autónomas con alma suficiente para trepar (discretamente) por siglos y huesos.

Salvador Dalí - Xilografía a color La Divina Comedia, Purgatorio canto 2: La  barca de las almas


-  Proscenio técnico: la Academia. Voraces rumiantes de sombras en insólita prosperidad por asalto masivo al Pandidaktérion, cuyo mérito primordial es la erudición, ineptos o remisos a la abierta especulación. Grises regurgitadores de bolo procesado que casi ha perdido su virtud vital a fuerza de repetidas digestiones: rastreo del sentido insospechado de un término en el Libro Λ de la Metafísica del Estagirita, hallazgo de un inesperado orgánulo que desvelaron novedosas tinciones ensayadas sobre tejido muerto en aisladas salas de disección, enciclopédicos informes sobre una unidad doméstica sin relevante pulsión diacrónica que jamás será las ruinas de Troya, ... Constantes recapitulaciones, tendencia muy extendida por desmesurada proliferación de académicos funcionariales instados a la conquista de trienios liberales y sexenios absolutistas, delusoria arqueología industrial de residuos urbanos que sólo salda una micro-sintaxis, suma de ínfimos sintagmas alejada de la auténtica cosmovisión que debiera guiar su labor, atenazados por un método invasivo cuyo propósito de universalización del fenómeno interpretativo desde una concreta historicidad sólo tecnifica las humanidades y convierte a la ciencia en un eficaz mosaico de verdades microscópicas, oblicuas y atomizadas, sin savia transversal, teselas de un fragmentario mural urdido en orfandad de macrovisión (embrutecedora ultra-especialización) que no rendirá una Pastoral, la Balsa de Medusa, una completa teoría celular o el Tractatus.

El tiempo lunar de las catedrales, el de los Requiem y las comedias humanas, el tiempo de la liturgia celeste, expiró, el crimen contemporáneo quizá haya sido rehusar la vocación que las materializó en una disidente apuesta por la fisión y la microquirúrgica. Hermeneutas y técnicos colectivizados, no creadores, ocupan cátedras y estuarios aledaños, aquejados a menudo del falso síndrome de Salieri: severos censores en su monodia de la melodía atonal que hiere sus sentidos porque no podría nacer de ellos, la melodía que ungirá a sus hijos. Ni siquiera deliberados ejercicios de malicia, la mayoría de las veces melancólicas exhibiciones de dominio combativas de profanos desafíos a su ortodoxia o su mediocridad, una sorda defensa de su hegemonía de maestros de capilla imperial, amenazada por el tormento a su prosodia, arropada en la endogamia y la ceguera que les retiene en el presente impidiéndoles franquear las fronteras de sus púlpitos desechos hacia el mundo que les expone el aire, "ese elemento" que nos enlaza, que no se nos "revela sino como un apego jamás interrumpido -de tan elemental-" ... "Se trata de respirar", respirar un aire que no nos deja nunca estar solos, un "aire nuestro".

-  Coro griego, una suerte de cuerpo plural o figura colectiva cuyos miembros entonan cantos unísonos al compás que marcan los corifeos, endebles referentes próximos de fugaz vigencia que medran en un tiempo contaminado. Habitantes del estruendo cuya masiva vigilia en una era que reniega de aristocráticos cánones universales (no inmutables, desde luego, pero inmunes a la degradación del radical relativismo) para abrazar democráticos consensos globales (la qualitas eclipsada por la quantitas) resuelve una habitación llena de ruido: millares de manos alzadas en histérica y caótica danza mendigando migajas de gloria desprendidas de los dos estratos más elevados, ahora hundidos, a merced de ávidos roedores y necrófagos que anhelan una ráfaga de inmortalidad, excusados de la devastadora conciencia autocrítica que les imponga la abstención por puro pudor ante más grávidos referentes (Prometeo no será castigado por los dioses, sino por la miseria de su propia creación: la misma revolución social y técnica que le ha abierto las puertas a una expansiva simulación del poder creador hasta la vulgaridad, le abatirá en sus últimos días de esplendor).

Huérfanos de la magia genética del creador o destructor de mundos, infradotados para experimentos galvánicos de reanimación de cuerpos inertes, se conjuran con insomne afán de notoriedad en una engañosa fe a través de un tiempo que repele convulsos limbos para albergar tumultuosas ciénagas. Sus pasos yermos escondían otro rumbo.

La estación de Warhol: "la invalidación sistemática de la jerarquía de funciones representativas ... la democratización de medios de expresión ... la abolición de la ordenación de temas dignos de representación" (Benjamin H. Buchloh) procurarán transitoria fama a todos; el tópico de la Fortuna mutabile nunca tuvo tan indigente (inflacionario) vigor por completo abandono mundano y perversión del carpe diem sin proyección vital, encallado en la inmediatez. Los coreutas demandan impúdicamente el protagonismo de Medea, sin la fuerza de su erotismo o la fiereza de su carácter, la gloria efímera de la plácida mediocridad sin el precio de la oscura sed, la ambigüedad, los fantasmas que trazan la geografía hueca del desasosiego o arrastran a las horas secas de desarraigo (los peligros de la androginia planeando sobre la turbulencia de la femineidad -una amante que se sirve en sus argumentaciones del lógos, reservado a los hombres-). El coro de almas corintias proclamando la apaidía con una ciega furia individualista, disturbios que sabotean la pervivencia de la pólis en su realidad intrahistórica. Los quince coreutas de las tragedias de Sófocles son ahora un enjambre de voces con el protagonismo de Las suplicantes o el antagonismo de Las euménides (las innombrables Erinias nunca fueron benévolas), marionetas de una dolosa quimera que las devolverá a la anonimia de la que furtivamente se levantaron.

El tañido del aulós en este bullicioso equinoccio es ensordecedor, las ornamentadas ejecuciones de los estásimos en el culto a Dionisio ahogan la rapsodia que brota en los primeros solsticios, desterrados sus solitarios moradores a los suburbios de un tiempo colectivo de ídolos fugaces que sacian una cultura contraída a producto de consumo. Todas esas voces alzadas en busca de una memoria postrera que no les ha sido concedida serán un sedimento frío consumido en la anonimia de la gigantesca fosa común.


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Todo ego se desgarra en monstruos anteriores a su tiranía, como los ríos que no saben desembocar y las lluvias atrapadas en depresiones cerradas engendran mares interiores, y todos los monstruos confluyen en un pavoroso dios escondido en la blanda profundidad de los sueños. Es el más "horrendo huésped", el engendro sin nombre que vamos componiendo con la violenta caligrafía de los dones saqueados de estratos que no son el nuestro. Todo ego incuba un dios deforme que reclama su altar, sobreviviendo míseramente de alabanzas y luces huecas, excitado por el neón que no deja ver bien su exagerada faz, el volumen excesivo de su repulsivo rostro. Una legión de egos inflamados, henchidos de vanidad, acuden a las luces anémicas, fraudulentas, de la ciudad global, atraídos por la música tejida en su dudoso honor, impostando el rechazo de halagos que secretamente alientan en el gran theatrum mundi, más caverna que nunca a la sombra de una corrompida deíxis, la triste alegoría del tablero de Omar Khayyam, posiciones blancas y negras condenadas, al fin, a la misma caja (empañados el memento mori o el omnia mors aequat por tantos valores hedónicos). Revocad los privilegios de Academia, proponed a algún coreuta que su voz se deshaga del conjunto, sosteniéndose a sí misma, desnuda, sin nombre alguno que la sustente en su singularidad, será la delación definitiva.

Todos, prometeos, rumiantes y roedores; todos, ladrones de cadáveres, forenses y necrófagos, ansían secretamente ser dioses, mitigando el dolor de su orfandad con un baño en aguas tramposas, sin adversas mareas, aguas de espejos que son voces aduladoras, atrios devocionales, mínimos teatros de sacralización del yo, santuarios de culto en los que recibir ofrendas sin sucumbir a la náusea de una incesante reinvención de la cotidianeidad para eludir la monolítica fidelidad a valores profundos. La divinidad es el más íntimo anhelo en un tiempo que se agota en la inmanencia, no turbado por la importunidad del éschatos, satisfecho de sí mismo. 

Nadie quiere detenerse en los monstruos que asedian a su yo sin descender al demacrado dios que alimentan. No hay nadie más aquí abajo, nadie nos visita, estoy solo con Hölderlin, le escucho (enredado aún en su desasosiego, anoche asomó Bernardo Soares).


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