Clase de Lengua y Literatura: La guerra fonética, por Santiago Delgado
La Historia de la Filología es una guerra fonética en mucho grado. Por ejemplo, el fonema “f” contra el fonema “h aspirada”, más tarde muda, en España, o Castilla acaso. Hoy muchas palabras españolas que debían de llevar efe inicial, llevan hache en su lugar. La hache aspirada mata a la efe inicial. No siempre, ni en todos los casos, claro. El más llamativo de ellos es el de la palabra hijo. Debería haber sido fijo, o fillo, en castellano y después en español; como en francés fis/fille. O en italiano, figlio. ¿Por qué se preguntará el alumno avezado? La causa es del vasco. O de los idiomas vascuences, que era muchos, uno en cada valle. Para los vascos antiguos, la “f” inicial era un sonido extravagante, que los romanos ponían antes de algunas palabras. Naturalmente, ellos, al pronunciar esas palabras eludían/elidían la susodicha “f”. Siempre fueron muy suyos, los vascos.
No es un asunto privativo de la península. Los árabes no tienen en su Olimpo fonético la “p”, y la cambian por “b” en cuanto topan con palabra foránea por “p” iniciada. Y, bueno, en español, cada vocal es un timbre, y nada más. Vocales abiertas, graves, agudas, circunflejas o mediopensionistas, nada le dicen al españolito parlante; sin embargo, a ellos –a la gabachada– cerrar una vocal o abrirla, distingue palabra: le/ les. La primera cerrada, la segunda abierta. La primera es singular, la segunda plural.
Pero la guerra “f” vs “h” no es simple. La hache en muchos casos es una aspiración, residuo de la f vencida. En Extremadura, la aspiración llega a convertirse en jota de rajar gargantas. Así, por ejemplo: debemos decir Arcipreste de Hita, pero no haciendo sinalefa entre de/Hi. Antes, al contrario, debemos hacer hiato entre la “e” y la “i”; haciendo parada si se quiere entre la preposición y el topónimo. Es como una honra fúnebre a la antigua “f” que allí había. Nunca digamos Arcipreste de Fita, que sería una ridiculez supina. Y en otros casos, de la guerra no queda sino el silencio; ni la hache gráfica o aspirada siquiera. La RAE, en el XVIII, tuvo que restituir muchas haches iniciales, que la indocta sapiencia de los escribanos había decidido eliminar: se ahorraba tinta y espacio.
Basta por hoy, recojan y salgan. Mañana más.
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