PUNTO DE FUGA. El cocodrilo, por Charo Guarino




El subconsciente juega malas pasadas, y en los sueños suelen revelarse nuestros temores y preocupaciones cotidianos, que desde la Antigüedad han recibido posibles interpretaciones, siendo la de Freud en el psicoanálisis una más de las muchas que se han sucedido a lo largo de los tiempos en la literatura escrita, y con toda seguridad también en la oral. En el siglo II de nuestra era, Artemidoro de Éfeso, a quien cita Freud, escribió el más extenso tratado que nos ha llegado acerca de la oniromancia, la adivinación a través de los sueños, pero ya en el mundo antiguo se atribuía a los caldeos amplios conocimientos sobre astrología y adivinación. 


En la actualidad existen comunidades y pueblos amazónicos o aborígenes australianos que practican el desciframiento de los sueños como algo habitual, pero frente a la relación que las antiguas doctrinas pitagóricas buscaban entre la divinidad y el ser humano a través de la interpretación onírica, a comienzos del siglo XX pasa a ser una técnica clínica, utilizada hasta la época actual por el psicoanálisis y la psicología clínica.


También se ha abordado el tema desde el punto de vista médico, y el Corpus Hippocraticum es el primer documento que ha llegado hasta nosotros en el que se relaciona a los sueños con desarreglos corporales, y en los santuarios dedicados a Asclepio los peregrinos enfermos dormían antes de acudir a la consulta médica que a través de la interpretación de los sueños les habrían de procurar la curación de sus males. Es lo que se conocía como la ‘incubatio’. También Platón y Aristóteles trataron acerca del sueño.


Por otra parte, se creía que algunos sueños pueden predecir el futuro. Ya Homero pone en boca de Penélope estas palabras dirigidas a Ulises cuando aún no se ha revelado como el esposo cuyo regreso espera después de veinte años de ausencia: “Hay sueños inescrutables y de lenguaje oscuro y no se cumple todo lo que anuncian a los hombres. Hay dos puertas para los leves sueños: una, construida de cuerno, y otra, de marfil. Los que vienen por el bruñido marfil nos engañan, trayéndonos palabras sin efecto, y los que salen por el pulimentado cuerno anuncian al mortal que los ve cosas que realmente han de verificarse.” 






 Crocodylus acutus


Yo acostumbro a soñar a diario —también despierta, aunque ahora me refiero a los sueños nocturnos. Hace unas noches soñé que un cocodrilo se desplazaba en dirección hacia mí a gran velocidad. Ambos estábamos dentro de una zanja estrechísima, y yo, como el perro de la fábula de Samaniego, no me quedaba aguardando a que me clavara el diente, y aunque únicamente pertrechada cual torero con un trapo con el que esperaba repeler el ataque, aguantaba su envite antes de sujetarle con fuerza ambas mandíbulas y conseguía sacarlo del agua con relativa facilidad. Fuera de ella, su gigantesco cuerpo se evaporaba como por ensalmo. Mi hija observaba preocupada la escena, entre sorprendida y aliviada por el inesperado desenlace. En mi sueño yo identificaba al cocodrilo con los sexenios que estos días estoy ocupada en solicitar, y que son en sí mismos una auténtica pesadilla, comparables al cocodrilo que conseguí vencer. Espero que sea una alegoría y que dentro de unos meses pueda celebrar la concesión por obra y gracia de la anuencia de la comisión evaluadora de la ANECA, si es que por fin sorteo las dificultades técnicas que se suman a la complicación de traducir a narrativa bibliométrica el impacto científico y social de mis publicaciones en los últimos años atendiendo a una infinidad de siglas y acrósticos de parámetros, índices y valores que podrían rivalizar con los enigmas de la esfinge de Tebas. Que así sea. O, en su defecto, sea lo que tenga que ser. El consuelo que me queda es que me los concedan o no, no tendré que pasar de nuevo por la ordalía hasta dentro de tres años por lo menos. Que no es poco. Vaya mi agradecimiento más sincero a las tres personas que no solo me han aguantado estoicamente los últimos días sino que me han servido de estímulo y aliento y también me han proporcionado calma en medio de la tormenta: Maria Borgoñós, José Luis Montero e Irene Vives. Sinequibus non.

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