MINUETO. Apis mellifera, por José Antonio Molina

Su capacidad de transformar el néctar de las flores en miel semejante al oro les otorgó cierto carácter mágico y alquímico, lo que hizo parecer a las laboriosas abejas como heraldos del destino ya salieran de los cabellos de un rey o fundaran su colmena sobre las mandíbulas de un león muerto. Sin pedir nada estos humildes seres, estas recolectoras proletarias de la naturaleza, nos lo han dado todo. Nos han dado el alimento, los dones de la miel que enciende los ojos y alegra el espíritu. De ellas hemos aprendido el ejemplo del trabajo, de la constancia; la voluntad de explorar hasta llegar a la fuente primordial; la admiración por un lenguaje propio y ancestral nacido de una peculiar danza; el goce en la contemplación de la belleza, de la perfecta geometría propia de sus celdas; y no menos importante, la lección que más cuesta retener al ser humano, a saber, que la abeja solo puede herir una vez con su aguijón, que su picadura y su veneno son para un último y desesperado recurso,...