De duelo, por María Dolores Palazón

Cuando llegué ya había ocurrido todo. No vi nada. A mi alrededor la gente reproducía en bucle palabras a las que no daba sentido. Caída, atropello, golpe, susto. Una lista de vocablos que era incapaz de unir. No pregunté nada. No quería saber nada. La vida de los demás me interesa lo justo. Pero el pequeño grupo de personas al lado de la parada de autobús insistía una y otra vez. Caída, atropello, golpe, susto. La piel de su rostro lucia la palidez del sobresalto. La exageración se representaba en sus gestos. Sus ojos no miraban, más bien querían borrar, por eso buscaban puntos de vista diferentes. Elevaban sus manos a lo alto de un edificio buscando justificación a lo ocurrido. No había gotas de sudor en sus frentes. No parecían sentir la temperatura extrema de la ola de calor vigente. Eran la viva imagen del frío absoluto. Ese que te hace sentir la tragedia congelándote el alma, una sensación que ralentiza tu vida llevándote al frío más absoluto: al que viene de adentro. Apenas estuv...