Inteligencia artificial III, por María Dolores Palazón Botella




El estudiante lo primero que hace al abrir los ojos es coger su teléfono para ponerse al día con los asuntos que abandonó hace menos de dos horas. «El tiempo que duermes estás muerto», se dice con cada despertar. Lleva unos días contento y aunque literalmente no lo pueda hacer porque sus manos están ocupadas, está frotándose las manos como se decía en la edad analógica. Ha superado el último curso del bachillerato, se ha presentado a la EBAU y ha sacado una nota que no es para tirar cohetes, pero sí suficiente para acceder a una carrera que le permita estudiar algo que en un futuro próximo le facilite el acceso a lo que en su círculo familiar llaman un trabajo con posibilidades, manera de aludir sin nombrar a estudios que te llevan por el camino de las finanzas, la economía, el derecho o la política, sectores siempre ávidos de buenos postores con los escrúpulos en niveles mínimos. Lo ha logrado con lo que su madre llama mucho sacrificio, «descansa, que te dé el aire que estás mustio de tantas horas de estudio», le ha repetido miles de veces en las últimas semanas y sigue repitiendo imitando los días pasados mientras le hacen las uñas, y su tutor la ley del mínimo esfuerzo, «si te esforzaras de verdad le pondrías interés a lo que haces y serías bueno», le ha dicho durante cuatro años de su vida con esa cara de panoli que él no va a volver a ver y que un espejo en esos momentos está reflejando con toda su crudeza.


Él no le da la razón a ninguno, sería reconocer aprecio por sus consejos, y no se lo puede permitir ahora que una vez más no debe perder de vista su verdadero y único interés: «Soy mi prioridad absoluta, eso lo tengo más que claro», se dice mientras sin vestirse, «vacaciones igual a cero normas», va hacia la cocina en busca del desayuno sin perder de vista su móvil. Por eso sus deseos no son aspiraciones, ni van acompañadas de planes para lograrse, son decisiones inmediatas que deben ser impuestas, aquí y ahora resumen su forma de vida. Ello le ha hecho ser un experto y consumado manipulador a base de ingenio, picaresca, capacidad interpretativa y argumentos sólidos para explicar con convicción las escusas, herramientas que tiene claro que forman parte de su manual de supervivencia. Así lleva años engañando con seguridad a sus padres. «Me tienen manía», fue su primer éxito, pues tres palabras bastaron para que su madre impusiera que fuera cambiado de grupo en primaria. Tras ello vendría el clásico «Yo no he sido», con el que negó haber insultado a una profesora, le bastó para evitar la amonestación y para abrir una saga que ha llegado a la centena de éxitos acompañados, como todo buen ejercicio, de alguna que otra disputa con el equipo directivo, pero al final todo eran amenazas, nunca certezas. Eso amplió su liderazgo llegando a contar con un grupo de colaboradores necesarios. «Delincuentes» para sus profesores, «unos traviesos» incomprendidos para sus padres, nunca lograron poner un término intermedio, ninguna de las partes mostró interés por ceder. Ello le dio la fuerza para cerrar su trilogía con «Si quiero te hundo, no lo dudes», donde internet y sus bondades le ha permitido hostigar desde la lejanía virtual y el anonimato de un buen hater a compañeros y docentes. «Es increíble lo que puedes lograr desde un simple móvil, ya no hay que arriesgarse con navajas», piensa mientras recuerda lo difícil que era todo antes «entre las cámaras, los vecinos cotillas y mi padre que no encontraba su vieja navaja suiza aquello de las ruedas sí que fue toda una prueba de superación para mi “yo no he sido”, pero la palabra de nadie no puede contra mí, la mía es la única convincente». Ahora ya está trabajando en un nuevo éxito. «Si esforzándome lo justo he llegado hasta aquí, debo buscar la forma de seguir como hasta ahora», comienza a pensar mientras se pregunta dónde estará su madre, tiene hambre, lleva sin tomar nada desde la cena de ayer. «Todos me dicen que me voy a tener que esforzar más, pero es que si me esfuerzo no voy a poder divertirme». Hasta ahora le ha valido con copiar en los exámenes y expoliar páginas de internet para sustentar sus estudios, menos mal que «mi tercer éxito me ha aportado la coartada que necesitaba para justificar mis largas horas de estudio frente al ordenador». Pero eso solo lo sabe él y su tutor, «mi madre, aquí a unos metros, diciendo que no tenía que estudiar tanto, que yo soy inteligente desde que nací». Está convencido de que no se entera de nada, «mejor para mí», se dice mientras empieza a cabrearse. «Pero dónde se ha metido, tiene que estar aquí a la hora de mi desayuno», grita mientras comprueba que son las dos de la tarde, hora más que prudente para tomar la primera comida del día.


Así que tiene que empezar ya a preparar su próximo éxito educativo. No tiene título todavía, ni siquiera provisional, pero estará relacionado con el ChatGPT. «Lo tiene todo: fácil manejo, novedad que no sabe cómo afrontarse y resultados aceptables. No se puede pedir nada más». Pensar en su plan le devuelve la risa, pero ello dura apenas unos segundos, de repente busca a su madre entre los contactos de su whatsapp, activa la opción de grabar y dicta a voz en grito: «¿Se puede saber dónde estás? Tengo hambre». Le da enviar y se vuelve a sentir bien, se sienta a esperar en el sofá su llegada. Los seres autosuficientes y de inteligencia elevada deben dedicar tiempo al descanso tras cada nuevo logro. 



Continuará




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