CRONOPIOS. El colgante II, por Rafael Hortal





El autobús paró en Tolbor, bajaron 12 personas. Uno de los viajeros, un hombre mayor con turbante, barba y pelo blanco, le habló en francés a la pareja:

—Soy Abdul, el traductor del campamento. Creo que ustedes son la pareja de arqueólogos franceses que estarán aquí los 15 días de la campaña de excavación…

—Sí, sí. Ella es Alizée y yo Alain. Encantado. 

—El director nos recogerá para llevarnos al yacimiento; está a 10 Km en esas montañas. -Señaló los montes Jangái.

La mirada entre Alizée y Alain lo decían todo: “Ha estado entendiendo todo lo que hemos hablado en el viaje y no nos ha dicho nada”.

Tras la instalación en el barracón del campamento y presentaciones entre los arqueólogos de diferentes nacionalidades, el director de las excavaciones los puso al corriente de las tareas, mientras Abdul iba traduciendo en varios idiomas. Durante los primeros días se acostumbraron a combatir el intenso frío de la noche y el bochorno del día. El compañerismo era manifiesto entre todos, pero Alizée y Alain formaron un grupo de amistad con Peter, un chico británico y Beatriz, una chica española muy llamativa, a la que llamaron Bea desde el primer momento. Abdul, que no era muy hablador si no le preguntaban, les propuso enseñarles el lago Tolbor en el día libre. Quedaron en salir a las 8 de la mañana sin decírselo a nadie, porque en el todoterreno no cabía nadie más. Durante el trayecto bromearon sobre el colgante fálico que habían descubierto en el yacimiento arqueológico, el deseo de encontrar otro y sobre las representaciones fálicas y sus tamaños.

—Los hombres tenéis fácil ocultar el tamaño, pero las que tenemos grandes pechos lo tenemos que asumir con dignidad -dijo Bea.

—¿Dignidad? Son una maravilla -contestó Peter mirando hacia atrás desde el asiento junto al conductor.

—Todos los pechos son maravillosos -añadió Alain para no desmerecer los de su novia.

—Alain, no te justifiques -añadió Alizée-, si Bea tiene unas espléndidas tetas, lo reconocemos todos, y punto. -Abdul permanecía callado, sin opinar.

En el campamento de trabajo a nadie le había pasado desapercibido el delgado cuerpo de Bea con los grandes pechos duros, sobre todo cuando el intenso calor bochornoso hacía que su camisa de lino se pegara a la piel y se transparentaran sus pezones de grandes aureolas.

El viaje monte a través parecía interminable, entre las piedras cortantes y desniveles que sólo la pericia del conductor y un buen todoterreno podían superar ese trayecto sin camino reconocible.

—Ya hemos llegado; esta es la mejor zona para el baño. Solitaria -dijo Abdul-. En una hora os recojo para enseñaros algo muy importante. Si tenéis calor podéis adentraros por esa abertura entre las rocas. -Señaló una zona donde unas piedras se habían desprendido de la pared rocosa.

—¿Tú no te bañas? -le preguntó Bea mientras se desnudaba.

—No, no. Tengo que ir a un sitio.

—Chicos, ya que os gustan mis tetas, os dejaré disfrutarlas en el agua.

Los tres se apresuraron a desnudarse y correr hacia Bea que ya flotaba desnuda en el agua. Abdul los miraba desde la orilla, les dijo adiós con la mano y se marchó en el todoterreno. 

Había llegado el momento de liberar la tensión sexual que sobrevolaba durante las largas noches en el campamento. Alizée fue la primera en abrazar y besar a Bea; con la mirada y los gestos le indicó a su novio que se uniera sin reservas. Peter los observaba con asombro, pero al rato decidió unirse a la orgía acuática. Descansaron durante unos minutos sobre las rocas planas de la orilla, pero pronto se animaron a continuar. Alizée dijo:

—Alain, es tu oportunidad de que pruebes un griego; creo que Peter está deseando probarte. Lo que pase aquí no se lo contaremos a nadie.

—Yo también quiero probarlo -dijo Bea situándose de culo.

Continuaron hasta quedar agotados en ese pequeño lago entre montañas, alejado de la civilización, donde el silencio se rompió por los gritos de placer. La experiencia de la orgía había sido muy satisfactoria. 

—Abdul está tardando en volver -dijo Peter preocupado.

—¡Se ha llevado la ropa en el todoterreno! -gritó Alain.

—¡Qué cabrón! Los móviles, el agua… no ha dejado nada -añadió Alizée.

Bea permanecía aturdida tras la gran tensión sexual que la había dejado exhausta, ya que sus grandes pechos habían sido el detonante morboso para que sus tres compañeros actuaran sobre su cuerpo al mismo tiempo, ocasionándole una cadena de orgasmos desconocidos y agotadores.

Los cuatro se dirigieron a la apertura entre las rocas que Abdul le había indicado. Pensaban que sus cosas podían estar allí; se adentraron en un pasadizo que los llevó a una gran bóveda.

—Me estoy agobiando, esto no tiene sentido -dijo Alizée-. Alain, dime que esto es una pesadilla, por favor.

—No cariño, es tan real como la pintada en ingles de esta pared: “Death to the infidels”.

En la prensa internacional se pudo leer el siguiente titular: Desaparecidos cuatro estudiantes de arqueología en Mongolia.


                                                    (El Fundamentalismo religioso es una lacra social)








Las Tablas sin Ley, de Juan Antonio Cortés Abellán


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