EL ARCO DE ODISEO, Beso de sangre, por Marcos Muelas
Tokio, 1945
"Ichiro Matsumoto desenfundó su katana con lentitud admirando la alta calidad con la que fue concebida. La hoja afilada brillaba, reclamando sangre para ser alimentada. Pero en esa ocasión no sería la sangre del enemigo donde se bañaría la espada centenaria. La katana llevaba tantas generaciones en la familia Matsumoto que nadie podía asegurar cuál fue su fecha de forja.
Chi no kisu, Beso de sangre, fue el nombre con el que su primer propietario la bautizó. Ichiro, actual dueño, sintió el confortable peso del arma en sus manos. Meditó acerca de cuántas vidas habría robado a los enemigos de la familia Matsumoto o cuantos de sus antepasados habrían muerto empuñándola.
Suspiró, apenado. Él sería el último de su linaje que tendría el honor de haber sido su dueño. Imaginaba la decepción en la mirada de su primogénito cuando le comunicara que no heredaría Beso de sangre. La herencia más importante de su largo linaje acabaría siendo fundida o peor aún, en manos de un bárbaro extranjero. Por ello, Ichiro sería recordado como la mayor vergüenza del linaje Matsumoto y en su mano estaba poder enmendarlo.La katana familiar había sido forjada siglos atrás por el propio Masamune, el legendario maestro forjador. Un arma prestigiosa creada para estar a la altura de una de las familias más importantes y nobles del país. Ichiro era descendiente de samuráis. Una familia antigua que había puesto su katana al servicio del shogun y el emperador cada vez que fue necesario. Pero Ichiro era un burócrata acomodado, jamás había tenido la necesidad de empuñar el arma para defender a su emperador.Durante la guerra, había ayudado al imperio japonés dirigiendo una fábrica de armamento. A pesar de su indudable esfuerzo, la nación había sido vencida por los americanos. El país había caído en vergüenza y los vencedores aprovecharon su victoria para humillarlos más aún. El general Mc Arthur se había atrevido a exigir la entrega de todas las katanas del país. ¿Entendería el general bárbaro lo que les estaba pidiendo? La espada de un samurái no era solo un arma. Se trataba de la representación del honor del guerrero que la poseía. Con la desaparición de los samuráis y la incorporación de las armas de fuego en el país, la katana dejó de ser un arma para convertirse en un símbolo de honor y mando.Tras la polémica sentencia sabía que algunos de sus conocidos habían adquirido katanas de baja calidad para engañar a los funcionarios encargados de recogerlas. Pero, por mucho que Ichiro deseara conservar su katana, no lo haría a costa de algo tan deshonroso. Él era Ichiro, descendiente de samuráis y debía cumplir con su deber. Se despojó de su ropa de corte occidental y la dobló con cuidado. Se colocó un kimono ceremonial de seda blanca y tras tomar su katana salió de sus estancias. El jardín interior de su mansión estaba cubierto por el manto de las primeras nieves. Ichiro disfrutó de las vistas, ni siquiera el invierno era capaz de privar al lugar de su belleza.En el centro, junto al lago artificial, le esperaba Haru, su hermano menor, con gesto sombrío. Ambos sentían la necesitad de decir muchas cosas pero el tiempo de las palabras había terminado. Cuando estuvieron frente a frente Ichiro entregó Beso de sangre a su hermano y este la tomó con ambas manos. Bastó una mirada para saber que los dos estaban preparados para lo que debía de hacerse. Ichiro se arrodilló sobre la nieve mientras dejaba a un lado su tanto, el afilado puñal japonés. Se abrió el kimono para dejar su tórax al descubierto y el afilado tanto hizo correctamente su trabajo. La hoja rasgó su vientre con relativa facilidad, pero Ichiro no emitió sonido alguno.El pulso de Haru fue firme cuando decapitó a su hermano, dando por finalizado el ritual del harakiri. Días después, la katana fue entregada en las oficinas municipales. El honor de los Matsumoto quedó conservado y Beso de sangre se alimentó por última vez".
Durante la Segunda Guerra Mundial la katana formó parte del atuendo de los oficiales del ejército japonés. La mayoría de ellos nunca habían tenido una espada samurái, por lo que el gobierno creó cientos de miles a partir de las vías de tren. Estas armas no tenían ningún valor ni servían para la lucha, solamente eran el distintivo de mando. Tras la derrota de Japón en 1945, el gobierno americano exigió que todas las katanas fueran entregadas para su destrucción o a modo de trofeos de guerra. Muchas fueron fundidas o tiradas al mar por el ejercito americano. Otras acabaron en posesión de los soldados vencedores y viajaron a EEUU como trofeos de guerra. El presidente norteamericano, Harry Truman, recibió una de ellas. La espada en concreto tenía setecientos años de antigüedad e iba cuidadosamente envuelta en una seda de otros trecientos. Algunas de las katanas que se perdieron, hoy estarían valoradas en millones de euros, como sería el caso de la llamada Honjo Masamune. Quién sabe si dichas armas no estarán olvidadas y cubiertas de polvo en el viejo desván de una casa de Kansas. Quizá algún día el nieto de un veterano encuentre este tesoro oculto entre las pertenencias de su difunto abuelo.
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