CRONOPIOS, El colgante III, por Rafael Hortal



Un montón de preguntas surgieron de los cuatro arqueólogos desnudos cuando leyeron la frase con tinta roja “Muerte a los infieles”: ¿Por qué Abdul los querría muertos? ¿Será una broma de mal gusto? ¿Pedirá un rescate? ¿Volverá él solo o con más integristas? 


—Esta pintura no es reciente -dijo Alizée con un poco de esperanza-. Debe tener años. No va dirigida a nosotros, espero.

—Pero Abdul conoce este sitio, por eso nos lo sugirió. -Alain señaló la cueva-. Si al menos tuviéramos tu mochila “Lara Croft”, tendríamos de todo para sobrevivir.

—Sólo llevamos dos horas y ya habláis de muerte, joder. Eso es imposible, ese mensaje no es para nosotros. Seguramente encontraremos más de la época en la que los integristas se refugiaban por estas montañas -dijo Bea buscando un atisbo de esperanza.

—Todas las religiones tienen a sus Fundamentalistas, y son peligrosos -añadió Peter.

—Vamos a analizar la situación -Alizée se eligió líder del grupo-. Sabemos orientarnos para volver. Tenemos que organizarnos para conseguir agua, protección para los pies…

—¿No tenéis hambre? Al final tendremos que echar a suertes a quién nos comemos, ja, ja, ja -bromeó Peter.

—Tú has visto muchas películas. No estoy ni para bromas ni para follar ¡Capullo! -Alizée estaba cabreada-. En qué mala hora me apunté a este bochornoso campo de trabajo… pensaba encontrar otro colgante fálico de hace 42.000 años y me encuentro con el colgajo de un gilipollas.

—Perdona, sólo pretendía quitar tensión -le dijo Peter.

—¿Eso es lo que llaman humor británico? -sonrió Bea.

—Tranquilizaos, que cuando salgamos de aquí sabremos cuanto miden los penes de los multi millonarios Elon Musk y Mark Zuckerberg. Será la noticia más importante -añadió Alain para relajar el ambiente.


Pensaron un plan para regresar, teniendo en cuenta el frío de la noche y el bochorno del día, sólo les quedaba andar al amanecer, pero antes debían buscar por los alrededores cosas que pudieran ser de utilidad; de no encontrar nada fabricarían cuchillos de piedra como lo hacían los neandertales, tanto para cazar a algún animal que se acercara al lago, como para defenderse de un posible ataque de los integristas. A medio día el calor era insoportable; entraron otra vez al lago salado y pensaron que por la noche condensarían el roció para conseguir agua dulce encima de huecos de piedra. 

Alain se acercó a Bea atraído por sus grandes pechos que parecían flotar sobre el agua cristalina. La abrazó por detrás y se los acarició. Ella se giró y rodeó sus piernas por la cintura para facilitar la penetración. Los gemidos alertaron a Alizée. Se enfadó.


—Tú eres imbécil. No es el momento de jugar… además, tu novia soy yo.

—No te enfades Alizée, saldremos de esta situación, ya verás.

—No os preocupéis, rastrearán nuestros móviles y nos encontrarán -dijo Bea con entusiasmo-. Además, dejé escrito en mi diario que el día libre visitaríamos el lago Tolbor.

—Este no es el lago Tolbor -replicó Alain-. Antes de venir a Mongolia estudié en Google Maps toda la zona, y el lago Tolbor es mucho más grande y alargado.


Votaron si permanecían allí esperando a que los rescataran entre las rocas de la cueva o andaban en la dirección por donde los trajo el todoterreno. Decidieron salir al amanecer. La noche la pasaron todos abrazados para conservar el calor corporal. Alizée, que tenía apoyada su cabeza sobre los pechos de Bea, notó la erección de su novio y se acopló sin decir nada, lentamente; los demás estaban sumidos en un duermevela inquieto.

Apenas sin luz solar, comenzaron andando en fila; se turnaban en el primer puesto que era el que buscaba los mejores espacios para apoyar los pies descalzos. Estaban exhaustos, por sus mentes pasaba la posibilidad de morir allí mismo, los pies estaban ensangrentados y las cabezas abrasadas. Veían en el horizonte raras formas moviéndose, causadas por la deformación que producía el aire caliente ascendiendo de la tierra: Fata Morgana.


—Extraterrestres… son naves -dijo Peter señalando el infinito.

—Son alucinaciones por la insolación. Me encuentro muy mal -añadió Bea.

—Pueden ser naves extraterrestres. Por estas zonas se encontraron pinturas como las de Tassili en el desierto argelino -dijo Alain.

—Sí, los estoy oyendo -apostilló Alizée.

Una manada de caballos salvajes esquivó a los cuatro arqueólogos en su galope hacia el lago. Detrás iba un pastor mongol a caballo, llevaba un halcón en su muñeca. Los jóvenes cayeron aturdidos al suelo. Habían perdido la noción del tiempo cuando escucharon una voz:

—¿Pero de dónde habéis salido? 


En la prensa internacional se pudo leer: “Un equipo de rodaje de National Geographic ha encontrado desnudos y desfallecidos a los cuatro arqueólogos perdidos en Mongolia. Rodaban un documental sobre la antigua cultura pastoril y el cuidado de sus caballos”.         



Eduardo Replinger. Modelo: Asun. ororoiqadi_nature_art

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