EL ARCO DE ODISEO. La abuela dormida, por Marcos Muelas.
"Su pulso estaba acelerado, y su respiración agitada empañaba el visor protector de su casco. Ese día Gunar sudaba mucho más de lo habitual. Era junio y los casi cuarenta kilos del traje de protección para explosivos no ayudaban mucho. Por un momento pensó en quitárselo, prescindir de la falsa seguridad que le brindaba. ¿De qué serviría toda esa protección si el monstruo que tenía ante él despertaba?
Gunar no era ningún principiante, había servido durante ocho años en el ejército alemán como especialista en explosivos. Durante ese tiempo su país no entró en conflictos, pero como miembro de la ONU, hizo campaña en Afganistán e Irak. En sus años de servicio había visto de todo. Había desactivado minas terrestres, principales causantes de muertes y mutilaciones civiles. Incluso se había enfrentado a explosivos ocultos en juguetes, destinados a acabar con niños inocentes. Cuando se licenció volvió a casa y lejos de creer que sus tiempos de artificiero habían terminado, se pasó al sector privado.
Cualquiera pensaría que un país como Alemania, con casi 80 años de paz, estaría eximido de sus servicios. Pero tras los intensos bombardeos durante la Segunda Guerra Mundial, miles de bombas aún duermen bajo sus calles. Las bombas que dejaron caer los aliados sobre Alemania no siempre detonaban. Algunas perforaban el suelo hasta quedar enterradas, monstruos silenciosos a la espera de ser activados.
Ese día Gunar se enfrentaba a uno de ellos. Horas antes un grupo de obreros dedicados a la expansión del Hospital General de Berlín habían dado el aviso. Un artefacto oxidado apareció en los jardines durante las obras.
Alemania es un país acostumbrado a estos hallazgos por lo que no tardaron en desalojar el lugar todo lo que fue posible y llamar a las autoridades especialistas. Tal es la demanda de estos servicios que el gobierno declina la labor en el sector privado especializado. Y así había acudido el equipo de desactivación de Gunar.
"Una abuela dormida" reconoció su compañero Matt al acercarse al artefacto. Las abuelas llevaban ocho décadas a merced de la corrosión. Estas bombas de cientos de kilos de explosivo seguían siendo igual de letales que el día que fueron arrojadas. O quizá más, ya que sus detonadores podían ser caprichosos y volátiles. Esos detonadores habían fallado en su día, pero ahora podían activarse ante cualquier movimiento. Gunar y Matt sacaron la moneda que decidiría cuál de ellos se enfrentaría a la muerte ese día. El destino eligió a Gunar para esta ocasión.
Como era costumbre, el seleccionado se quedaba a solas con la bomba. ¿Qué sentido tendría estar los dos presentes en caso de explosión? Gunar excavó con cuidado alrededor del artefacto, tratando de llegar hasta el mecanismo detonante. Normalmente, llegado este momento, tenían dos posibilidades. Si todo iba bien y las condiciones eran propicias, la desactivaban. Pero, si el peligro era muy alto, la detonaban de forma controlada. Al estar tan próximos al hospital la segunda quedaba descartada.
Gunar procedió a desmontar la carcasa y examinó el interior. Buscó el fusible detonador, que resultó ser de latón. " Un regalo inglés " dijo en voz alta para romper el silencio abrumador. Los ingleses usaban el latón para los detonadores, mientras que los americanos preferían el aluminio de alta calidad. Aun así, un alto número de bombas no detonaba al chocar contra el suelo.
En la mayoría de los casos se trataba de bombas con espoleta retardada. El plan era que las bombas estallaran horas después de su caída, mientras los equipos de rescate intervenían en el desescombro. Un truco cruel ideado por los propios alemanes y que luego imitaron los ingleses en represalia. Salvajismos utilizados en tiempos de barbarie, pensó Gunar mientras levantaba el visor de su casco para poder respirar mejor.
Una bomba semejante a esa acabó con unos compañeros suyos meses atrás. Se trataba de un personal con tanta experiencia como él mismo. Pero la experiencia tenía poco valor cuando se enfrentaban a un mecanismo como ese.
Gunar se quitó el casco y se aflojó el cuello protector de su traje. Pensó en su mujer y sus dos hijas mientras se limpiaba el sudor de la frente.
Este trabajo no estaba mal cuando no tenía una familia de la que preocuparse. No podía seguir así eternamente, sus hijas necesitaban tener un padre cerca mientras crecían. Estaba sopesando retirarse, muy seriamente. Tener un trabajo normal y vivir el resto de su vida con tranquilidad. Pero primero debía desactivar el artefacto.
La bomba estalló a tracción. Ni siquiera esperó a que Gunar la manipulara".
Unos cien mil artefactos quedan activos aún hoy en Alemania.
Minas, bombas y granadas permanecen enterradas mientras sus detonadores se deterioran cada día más. De media, cada dos semanas aparece alguna durante una obra en la ciudad o mientras un granjero ara sus campos. Es algo tan común que los medios apenas le prestan atención. Algunas esperan ocultas bajo edificios o alcantarillas. Recientemente, tres artificieros perdieron la vida al intentar desactivar una de ellas. Hace casi 80 años que terminó la Segunda Guerra Mundial, pero el número de víctimas inocentes, aún sigue aumentando.
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