EL ARCO DE ODISEO. 82 Aerotransportada, por Marcos Muelas

 





Sicilia, 1943

<<Las turbulencias agitaban con violencia el C-47. En el interior del avión los veintiocho paracaidistas de la 82ª División Aerotransportada se acinaban en la agobiante cabina. 

Wyatt Miller, de tan solo veinte años, se encontraba sentado frente a Oliver Taylor, su amigo de la infancia. Wyatt apenas podía reconocer a Oliver. A oscuras y con la cara pintada de negro para camuflarse, podría ser otra persona.

 Si las madres de ambos amigos hubieran subido en ese momento al avión tendrían serios problemas para reconocer a sus hijos. Esa idea hizo sonreír a Wyatt, a pesar de ser grandes amigos, no podían ser más diferentes.

La familia de Oliver había prosperado en los últimos años con la granja, lo suficiente como para asegurar una entrada en la universidad para su primogénito. Por el contrario, la de Wyatt no había tenido tanta fortuna y lo único que esperaba al joven a la vuelta de la guerra era una granja ruinosa.

Bueno, y quizá la mano de Betthany White, la joven por la que ambos amigos habían competido desde que eran niños.

¿Cómo podría Wyatt optar a una chica como esa? ¿Querría pasar el resto de sus días siendo la esposa de un granjero sin futuro? Ese había sido el motivo por el que se había presentado voluntario a la Aerotransportada. La promesa de cincuenta dólares extra al terminar mes, fue un aliciente más que convincente.

 Por supuesto el ejército no le había hablado de los riesgos ni de la alta tasa de mortalidad a la que se expondría.

 Oliver lo había seguido sin dudarlo. Ambos superaron el duro entrenamiento intensivo, y aquí estaban, volando sobre Europa para vivir la aventura de sus vidas.

Sentados en los bancos paralelos del avión daban una última revisión al equipo.  Parte de este lo llevaban fijado a la pierna por correas. En la cartuchera portaban un Colt, listo para ser usado nada más tocar tierra.

Y lo más preciado e imprescindible para él, el paracaídas.

La mochila del paracaídas no solo detendría su caída para luego ser abandonado nada más tocar tierra. Al menos eso es lo que decía el entrenamiento. Pero Wyatt tenía otros planes para él.

Pensó en Betthany White dirigiéndose hacia el altar con un vestido de novia confeccionado con la seda del mismo paracaídas que él le había traído del otro lado del océano. Ella sería la envidia de sus primas y hermanas y él sería el hombre más afortunado del mundo. Sin quererlo se sorprendió sonriendo como un idiota.

 La primera explosión lo sacó de sus ensoñaciones. Entonces comenzó el infierno. Miles de explosiones incendiaron el cielo. La noche se convirtió en día y los soldados buscaron las ventanas para ver qué sucedía fuera.

Descubrieron a varios de los aviones que volaban a su alrededor convertidos en bolas de fuego. En su caída chocaban contra otros aparatos contagiando el fuego de sus alas.

Un proyectil antiaéreo atravesó el fuselaje de su avión matando a dos soldados en el acto e hiriendo gravemente a otros cuatro. El viento penetró con fuerza en la cabina. De alguna forma el piloto consiguió hacerse oír para ordenar que abandonarán el aparato. Los dos oficiales habían muerto y el caos reinaba a bordo. Por suerte, Oliver hizo muestra de sus nervios de acero y tomó el mando. Gritó a sus compañeros que abrieran la puerta de salto y con decisión enganchó el arnés de su paracaídas al cable de acero que cruzaba el pasillo del avión. Su voz potente sacó a los supervivientes de su letargo y el duro entrenamiento de los hombres comenzó a dar sus frutos. Oliver ayudó a Wyatt a ponerse en pie y enganchar su arnés. Antes de darse cuenta estaba siendo empujado por el pasillo hasta la puerta de salto.

 El suelo desapareció bajo sus pies y tras un brusco tirón el paracaídas se abrió accionado por el arnés. Sin remediarlo, el pesado equipo que llevaba sujeto a su pierna salió despedido al vacío. Pero, Wyatt solo podía preocuparse por las balas y proyectiles que pasaban a demasiado cerca. Un avión en llamas pasó a peligrosos metros de él.

 Alcanzó a ver a varios compañeros que caían junto a él. Una fuerte explosión los alcanzó y sus paracaídas estallaron en llamas. Wyatt gritó asustado hasta perder la voz, colgado impotente de su paracaídas mientras la muerte bailaba a su alrededor.

Oliver fue el primero en tocar tierra. O al menos algo parecido. Las ramas de un árbol se enredaron en su paracaídas, pero a él no le importó, ya estaba muerto.

Wyatt toco tierra poco después. El impacto fue duro y se fracturó un tobillo. Ni siquiera lo notó. Rodeados por el ejército enemigo, sus camaradas eran acribillados antes de poder soltar sus arneses o desenfundar sus armas.

Ignorando el peligro trató de recoger su paracaídas, pero el viento hacía lo posible por arrastrarlo. Entonces descubrió horrorizado como la tela comenzó a humear e ignorando las balas que volaban sobre su cabeza, trató de apagarlo. Sintió la humedaed del barro y presa de la desesperación intentó enrollarlo.

Poseído por la adrenalina, apenas sintió el disparo que atravesó su pecho. 

A miles de kilómetros de su tierra natal Wyatt cayó herido de muerte sobre el manto de seda. Lo último que visionó antes de morir fue a Betthany esperando en altar, con un vestido manchado de sangre.>>

La madrugada del 9 de Julio de 1943 comenzó la operación Husky donde 3.000 paracaidistas americanos de la 82ª División Aerotransportada saltaron sobre la isla de Sicilia con intención de tomarla. Tras enfrentarse al mal tiempo y un fuerte ataque de antiaéreos, muy pocos tuvieron éxito en su misión. Posiblemente, los paracaídas que portaban eran los últimos fabricados en seda. Japón, principal fabricante de ese hermoso tejido, ahora era su enemigo, por lo que los aliados habían comenzado a fabricarlos con nylon. Algunos soldados ambicionaban la preciada seda de sus paracaídas para entregárselos a sus prometidas. Algunas afortunadas tuvieron el privilegio de ser llevadas al altar vestidas con tan preciado material.






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