MINUETO. Al final del sendero, por José Antonio Molina

La nueva era de poder erigida en la ciudad de Kamakura y el ascenso de grandes señores del acero acompañados por sus propios poetas, cantores de hazañas y batallas, fue un acontecimiento que anunció para mí el advenimiento de un mundo hostil y en el que me causaba gran pena envejecer. Ni mi laúd ni mis versos tenían sentido ya, ni como guardián del archivo imperial de la poesía volvieron a ser requeridos mis servicios. La política y los gustos cambiaron al mismo tiempo. De la noche a la mañana el mundo y yo no nos reconocíamos mutuamente. En medio de la enorme confusión provocada por el ruido de las armas y el bramido fanático del shogun , semejante a un toro violento, me vi a mí mismo cada vez más lejos de poder albergar la esperanza de contemplar nuevamente un rostro inspirado por la piedad en la corte del poderoso. Así opté por separarme del mundo asustado y harto de la carnicería cruel entre los clanes sanguinarios de Minamoto y Taira . He aquí que abandoné el camino de los dioses...