EL ARCO DE ODISEO. Serendipia, por Marcos Muelas





Dicen que hasta un reloj roto es capaz de dar bien la hora dos veces al día. Y esta acción no otorga ningún mérito al aparato de agujas inertes, si no a la casualidad, pura y dura. Y es de la casualidad de lo que hablaremos hoy, pues si no existe una diosa con ese nombre, la tendremos que inventar.

¿Alguna vez has viajado a la otra punta del mundo y te has encontrado por sorpresa con algún amigo o conocido? ¿Qué probabilidad hay de que esto suceda? En el mundo hay 8.000 millones de personas y más de 190 países e incluso así podrías no cruzarte con esa persona por un minuto. Las posibilidades de un inesperado encuentro son tan mínimas que se podría decir que son nulas, un milagro, para más señas. Aun así, estas cosas ocurren y en vez de llamarlo milagro, lo llamamos casualidad.

Es la supuesta diosa Casualidad quien lleva jugando con la humanidad desde el principio de los tiempos, convirtiendo a los mortales en marionetas de sus caprichos sin que seamos plenamente conscientes de ello. Y hablando de casualidad, la serendipia es el término que se usa para descubrimientos casuales, que por accidente, mejoraron la vida de alguna forma. La RAE lo define así: “Hallazgo valioso que se produce de manera accidental o casual”.

Pongamos de ejemplo de serendipia a algo tan útil como el microondas, un electrodoméstico indispensable en cada hogar en la actualidad. Su inventor, Percy Lebaron, no buscaba un aparato que permitiera descongelar o calentar los alimentos, ni nada parecido. No, su objetivo principal era mejorar el dispositivo de radar para las fuerzas armadas. Pero mientras trabajaba junto al aparato descubrió que la chocolatina que llevaba en el bolsillo se derretía sin explicación. Atando cabos, se percató de la conexión y dio paso a su creación.










Recordemos también a Alexander Fleming, el científico escocés que accidentalmente hizo crecer un hongo con propiedades para matar bacterias. ¡Et voila! Ya tenemos penicilina, una vez más, gracias a la casualidad o serendipia. Y entre estos hallazgos médicos accidentales encontramos el curioso caso de la farmacéutica Pfizer. A finales del siglo pasado, en la búsqueda de un fármaco para la angina de pecho, terminó creando la famosa Viagra. No creo que los beneficiados por este descubrimiento casual disminuyeran las posibilidades de infartos, pero Pfizer se hizo mundialmente famosa con su nuevo producto estrella. De entre todos, el caso más sonado es el de John S. Pemberton, otro farmacéutico que buscaba un jarabe que aliviara los problemas estomacales y acabó desarrollando un refresco mundialmente conocido, la Coca Cola.

Y son muchos más los descubrimientos que, ayudados por el azar o la casualidad, cambiaron el mundo. Si no, podemos preguntar a Sir Isaac Newton, que buscando cobijo bajo un manzano, vio caer el fruto de ese árbol y le hizo descubrir el efecto de la gravedad. Igualmente, el griego Arquímedes, mientras estaba disfrutando de un baño relajante fue visitado por la diosa Casualidad, que le otorgó la autoría del principio al que dio nombre. Y recordando otros nombres famosos predestinados a la casualidad, le toca el turno a Cristóbal Colón, el cual, buscando una alternativa para llegar a las Indias, acabo topándose con un nuevo continente.




De alguna forma todos estos protagonistas de mi reflexión de hoy debían contar con el don de un hada o entidad divina que les llevara hasta estos afortunados descubrimientos. ¿Serían ciertas las palabras del dramaturgo Enrique Jardiel Poncela cuando aseguró que la casualidad es la décima musa?

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