EL ARCO DE ODISEO. Ardenas, por Marcos Muelas
Bélgica, enero de 1945.
Querida hermana.
Celebrar la Navidad lejos de ti parece haberse convertido en una molesta costumbre. Celebrar esta festividad con la familia es un lujo del que nadie debería verse privado. Pero, nuevamente, esta guerra que parece no tener fin me aleja de mis seres queridos y de mi hogar. En esta ocasión, cuento el paso de los días con mi unidad en Bélgica con la única intención de detener el avance de las tropas enemigas.
El día de Navidad fue bastante llevadero por estas tierras, en el frente. Mis compañeros se sintieron con el suficiente humor para cantar canciones con sabor del hogar y nuestro capitán aprovechó la ocasión para abrir su última botella de coñac. Aunque todos tratamos de animarnos mutuamente, la melancolía ganó mi batalla interna y me arrastró a la determinación de esconderme en el interior de nuestro tanque evitando así que me vieran llorar.
Últimamente, pienso mucho en nuestro padre. ¡Qué diferente es la guerra a como él nos la describía! Recuerdo con nitidez esas noches de nuestra infancia, donde sentados sobre sus rodillas nos relataba sus días en el frente francés. Esto es muy diferente a como lo imaginaba. Él pasó casi toda su estancia en la guerra metido en trincheras sin apenas salir de ellas ni avanzar significativamente en ninguna dirección. Sin embargo, a mí la guerra me ha llevado a recorrer gran parte de Europa. Desde Polonia a Rusia y de vuelta al frente occidental, pasando por Francia hasta Bélgica, donde sólo Dios sabe cuánto tiempo nos queda.
Una de las cosas que más me disgustan de la guerra es tener que soportar las inclemencias del temporal, a la intemperie. El invierno, aunque mucho menos duro que el de Rusia, sigue siendo bastante duro.
Por la noche no podemos encender hogueras con las que calentarnos, ya que ello significaría delatar nuestra posición al enemigo. Con facilidad nos convertiríamos en un llamativo blanco tanto para los francotiradores como para los bombarderos, que no dejan de sobrevolar nuestra posición.
Como te relaté en mis anteriores misivas, nuestro "Tigre" es el carro de combate definitivo. Está dotado con el mejor blindaje y potencia de fuego. Por desgracia, esta potente bestia necesita un alto volumen de combustible para funcionar y este se acaba con rapidez. Es la escasez de combustible la que nos ha obligado a permanecer parados en muchas ocasiones. Así estuvimos parados, durante varios días, algunas unidades Tiger, escuchando cercana la batalla, sin poder ayudar a nuestros camaradas por miedo a gastar nuestros últimos galones de combustible. Y aquí estamos ahora, aguardando unos suministros que no llegan, mientras nuestros compañeros resisten con desesperación, bañando con su sangre estas tierras extranjeras.
A estas alturas de la guerra, ya sea por el cansancio de tan larga campaña o por la aplastante realidad que sufrimos cada día, no veo que la victoria se incline a nuestro favor. Los rusos acosan a nuestras fuerzas por el Este y los aliados avanzan por el Oeste sin que podamos hacer mucho más por detenerlos.
Cuando llegamos aquí, pensé que esta batalla tendría el objetivo de defender a Bélgica, pero pronto comprendimos que si no conseguíamos una victoria, esto podría ser el principio del fin. En esta batalla decisiva, el grueso de nuestras unidades blindadas ha tratado de acabar con las fuerzas invasoras, pero a pesar de nuestro esfuerzo y sacrificio, no ha sido posible. Poco a poco nos hemos visto empujados a retroceder, mientras perdíamos los pueblos, uno tras otro, sin remedio.
Días atrás, los americanos alegaron encontrar a sesenta de sus soldados ejecutados tras su rendición. Por supuesto, el mando alemán negó ser partícipe de tal monstruosidad, ya que nuestro honor no concibe tal cosa. Sea como sea los aliados piensan lo contrario y desde entonces ha quedado claro para ambos bandos que no se aceptará ni rendición, ni prisioneros.
Y es aquí donde veo similitud con las historias de papá. Tras meses de lucha y esfuerzo, nos encontramos de nuevo en el punto de inicio, solo que ahora, con incontables bajas y con unas reducidas tropas en proceso de retirada. Aunque el ejercito alemán, a pesar de sus pérdidas, es demasiado orgulloso para reconocer una retirada, así que formalmente nos encontramos en un proceso de repliegue.
Pero no todos tendrán la oportunidad de replegarse para luchar otro día. El ejército alemán no puede dejar abierto el camino hasta Alemania para las tropas enemigas. Al menos, no sin luchar. Para ello, se ha designado una pequeña parte de las diezmadas divisiones Panzer. En concreto los que no tienen suficiente combustible como para continuar. Tristemente, en este grupo se encuentra mi unidad.
Me gustaría que no hubiera desesperación en tu corazón al leer esta misiva, pues en el mío no lo hay. Hace mucho perdí cualquier motivación por esta maldita guerra que tanto nos ha quitado. Pero, si algún motivo ha de existir para seguir adelante, este será el de evitar que los enemigos puedan llegar hasta nuestro hogar.
Siempre tuyo.
Hans Meyer, artillero de la Primera división blindada Wafen-SS Panzer.
La batalla de las Ardenas, Bélgica, fue la última gran ofensiva alemana donde se decidiría el frente occidental. Alemania se vio obligada a desatender el frente ruso y dedicar el grueso de sus fuerzas en detener el avance aliado tras el desembarco de Normandía. Con la derrota alemana comenzó el declive de la guerra para estos y aunque aun distaba mucho para terminar la contienda, la suerte ya estaba echada.
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