EL VERDE GABÁN. Mocedades de don Quijote (el Quijotillo), entrega duodécima, por Santiago Delgado




–Así que te llamas Alonso, ¿eh, chiquet?

Estaba muy claro que lo de chiquet iba por mí. Lo miré, pero no le contesté, puesto que él no me había mirado, ni antes, ni después de sus palabras.

Transcurrió un silencio, no sé si breve o largo, pues en el camino del arriero no se percibe el paso del tiempo salvo en las despedidas y en las llegadas. Al cabo de ese tiempo que digo, el arriero José de Requena soltó un sonoro cuesco, rotundo como un trueno de tormenta cercana, sin aviso de relámpago previo. La olor, o mejor dicho, el hedor, llegó a mis tiernas narices, y a punto estuve de vomitar todo cuando había engullido desde la primera teta de mi madre. Lo percibió el arriero. Se levantó. Me izó en volandas, y me puso en el sitio que él usaba, y él se sentó en el mío. 

–Has de saber, muchacho, que yo, mis pedos van siempre por ese lado, ya que es de ese lado, el derecho mío, por donde se me levanta el culo cuando me peo. Yendo tú en este lado izquierdo, no sufrirás mis alivios culeros, de los cuales no puedo prescindir. Te recomiendo que hagas tú lo mismo de mayor. Los aires que nacen en barriga, demonios son, que desgarran entrañas, como surco de arado. Antes pasar vergüenza, que morir de ese continuo y ancho aguijonazo como rastrillo en las tripas.

Terminada la faena, volvió a recoger las riendas del tiro, y seguimos otro gran rato en silencio. Al modo arrieros, claro.


Comentarios

  1. Muchas ganas de ver todo esto reunido en un volumen. Cada entrega deja una gota de miel en los labios.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario