El profesor, por María Engracia Muñoz-Santos



No fui consciente de un hecho hasta que no estuve completamente sumergida en la corrección de mi tesis doctoral: lo que un profesor nos puede marcar en la vida.  Mi tema de investigación es el de los espectáculos en la antigua Roma, y mientras mi cerebro vagabundeaba en mi imaginación en el tedio de la corrección, me pregunté cual había sido el camino que me había llevado a estudiar gladiadores, animalillos y demás personajes que desfilaban por las arenas de los anfiteatros.

Yo siempre quise ser arqueóloga, casi desde que nací.  La vida me obligó a tomar caminos muy largos para llegar a mi destino deseado, pero nunca cejé en el empeño y salté todos los obstáculos.  Mientras recorría el arduo viaje de mi vida de estudiante, muchas veces lejano a mi vocación, siempre que podía, me acercaba al mundo de la arqueología y la historia con cualquier excusa.  El ensayo era mi lectura favorita, pero en mi época adolescente no le hacía ascos a una novela.

Hace ya muchos años, cuando estudiaba COU en el IES Enric Valor de Picanya (Valencia), tuve un profesor que, gracias a una elección aleatoria, marcaría mi vida y él nunca lo supo.  Juli Avinent, mi profesor de literatura valenciana tuvo la genial idea de elegir un libro de la biblioteca del centro según nuestros gustos lectores.  Nos pidió a cada uno de sus alumnos que rellenásemos una ficha con algunos datos.  A mi me ofreció la lectura de “Espàrtac” de Howard Fast, en la edición en catalán de 1985.  Ni él ni yo sabíamos que esa semilla iba a crecer tanto y a mi me iba a llevar tan lejos.  

El tiempo siguió pasando y una vez en la carrera mis gustos, dentro de la arqueología, fueron oscilando a medida que iba a aprendiendo y estudiando las asignaturas.  Pero mi gusto por la antigua Roma y los gladiadores estaba ahí, y aunque nunca pensé que iba a ser el puerto al que llegase en mi periplo, no necesitaba buscar excusas para disfrutar todo aquello que conllevase un gladiador, incluido, el ensayo, la novela, el cine y la televisión.

Es curioso que mi primera elección jamás estuviese relacionada con esta temática, que siempre estaba la última de mi lista, pero que la vida me fuese obligando a tomarla, nunca a disgusto, por supuesto.  Mi trabajo de final de carrera lo realicé sobre anfiteatros romanos en Hispania, cuando por aquel entonces yo era una amante del antiguo Egipto; mi tesina de Máster fue sobre animales en espectáculos romanos de arena, cuadno de nuevo mi primera intención era estudiar la presencia romana en Egipto; mi tesis doctoral terminó siendo sobre los espectáculos animalísticos en cualquiera de sus escenarios en la antigua Roma.  

Divagando mi mente de esta manera, haciendo un recorrido por mis aventuras y desventuras vividas hasta llegar a la redacción de los agradecimientos de mi tesis doctoral, haciendo una marcha atrás por la línea cronológica de mi vida, caí en la cuenta de que el culpable de que yo estuviera ahí había sido de mi profesor Juli, al que tenía gran respeto y cariño, que me encontraba a menudo en el supermercado del pueblo y que siempre se paraba y me preguntaba qué era de mi vida, realmente preocupado, como siempre era con sus alumnos, entrañable, cercano y generoso como docente y persona, siempre dispuesto ayudar y encontrar soluciones a los problemas que le planteabas, y al que nunca pude contar que fue el culpable de que hoy sea doctora con una tesis sobre espectáculos romanos.



El 17 de febrero de 2021 conocía la noticia, por medio de las redes sociales de mi antiguo instituto, de que Juli Avinent había muerto debido al Coronavirus. Ya no podré decirle lo mucho que le debo por aquella recomendación lectora.  Mi tesis y la defensa de la misma se la dediqué a él, pero nunca podré decírselo.  

Valga este humilde texto como pequeño homenaje a él, sobre todo, y también para esos profesores que, sin saberlo ellos, ni nosotros, nos marcan en las elecciones que tomamos en nuestra vida.  

Gràcies professor, gràcies Juli.





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