LOS SONIDOS Y EL TIEMPO. El misterio del Stradivarius del desván, por Gabriel Lauret



Me ha pasado en varias ocasiones y el proceso suele ser siempre el mismo, aunque con diversas variantes que le dan un poco de aliciente. Alguien conoce que soy violinista y me cuenta que su abuelo tenía un violín Stradivarius que la familia conserva en el desván/trastero/casa de campo/fondo del armario, por si yo pudiera estar interesado en verlo. Lo habitual es que esta persona considere que tiene una joya, dado que si el instrumento era de su abuelo, con total seguridad tiene que ser muy antiguo.


Como al realizar una de mis primeras búsquedas en internet con la palabra Stradivarius comenzaron a aparecer referencias a una conocida tienda de ropa, creo necesario hacer un pequeño inciso informativo.


Se conoce como Stradivarius a los violines, aunque también hizo otros instrumentos como violonchelos, unas pocas violas e incluso alguna guitarra, fabricados por el gran luthier Antonio Stradivarius entre los siglos XVII y XVIII. Los luthieres son, porque sigue habiendo, constructores de instrumentos, generalmente de cuerda, y en Italia procedían  habitualmente de familias que se dedicaban a este oficio, o más bien arte cuando hablamos de este nivel de rareza y excelencia. Antonio era el más importante de una saga que comprendía también a sus hijos Francesco y Omobono. Otras familias originarias de Cremona eran los Amati o los Guarneri. Muchos de estos instrumentos han sido protagonistas de sucesos novelescos, desapariciones, robos y hasta ejecuciones. La película “El violín rojo” de François Girard, recomendable especialmente por la banda sonora de John Corigliano que interpreta magistralmente por el violinista Joshua Bell, como las leyendas, enlaza varias historias fantásticas con un sustrato que podría ser perfectamente real. Sobre su valor, hace unos meses se subastó en Nueva York un violín Stradivarius de 1714, llamado “Da Vinci-Seidel” (muchos reciben su propio nombre), por casi quince millones de dólares, para que vean las cifras que estos instrumentos pueden llegar a alcanzar en el mercado.


Y continuamos con la historia. 


Normalmente intento ver el violín en cuestión, aunque sepa que las posibilidades de que el instrumento sea original son muy remotas, casi nulas. Antonio Stradivari era un luthier muy conocido en Europa, que recibía encargos incluso de reyes, por lo que hay mucha información sobre sus instrumentos, algunos de los cuales se han perdido (robos, incendios, accidentes de aviación…) y del resto suele haber una trazabilidad por lo general relativamente sencilla de comprobar. 


Pero a mí siempre me pica la curiosidad. Incluso, sin ser de ese autor podría ser algo interesante: Stradivarius ya era copiado y falsificado en su época, incluso por sus mayores competidores, aunque esto no quiere decir que las posibilidades de que se  trate de un violín importante sean mayores. El violín del abuelo o la abuela podría tener solamente setenta u ochenta años (hagan cuentas), por lo que aún faltarían doscientos para que fuera contemporáneo del cremonés.


Llegado el momento de tener el instrumento en las manos, hay detalles que directamente hacen descartar cualquier posibilidad. Indicaciones en la etiqueta tales como “Copy of Antonio Stradivarius Cremonensis” o “Made in China”, deberían hacer desistir al propietario, aunque no siempre sea así. Hace ya muchos años, un periódico dedicó una página completa al instrumento en posesión de un violinista aficionado de una zona rural, diciendo que, efectivamente, era una copia de Antonio Stradivarius, que lo había comprado en una tienda, al que se le habían ido rompiendo cuerdas pero que no le ponían otras nuevas porque no serían de la misma calidad de las de Stradivarius. Tal cual. Todavía lo recuerdo con sentimientos encontrados entre la ternura por la ingenuidad de violinista y periodista, y la media hora que estuve riéndome a mandíbula batiente.


Normalmente, un auténtico experto no miraría la etiqueta hasta el final. Primero comprobaría la forma de los aros, la curvatura de las tapas, las dimensiones y el barniz, que son factores mucho más determinantes. La etiqueta puede haber desaparecido, puede estar alterada o, sencillamente, ser falsa. Si un cuadro cubista estuviera firmado por Francisco de Goya, resultaría sospechoso hasta para una persona no demasiado formada en la materia. Sólo el certificado de un experto atestigua la autoría de un violín, y no hay más de dos tres personas en el mundo cuya firma sea internacionalmente aceptada para instrumentos de esta categoría.


En todo caso, si su familia guarda un instrumento musical, del tipo que sea, sepa que es signo de que uno de sus antepasados tuvo sensibilidad artística. Nunca está de más recuperarla.







Stradivarius perteneciente a Pablo Sarasate, Museo de la Música, París. 
Fotografía de Claude Germain


Comentarios

  1. ¡De la que me he librado! Yo no paso por esa duda, no tengo violín

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  2. Muy ameno y aleccionador tu post.
    César.

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  3. Como siempre muy instructivo y además divertido

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