CRONOPIOS. Las vidas de Verónika (II), por Rafael Hortal



Nadie habría pensado que una sofisticada modelo, con ese acento sensual y carita inocente, podría estar en cuclillas ofreciendo su ostra ensortijada al paladar de un chef tan sibarita. Menos aún se podía adivinar que ese sería el último placer que le iba a conceder. Verónika se inclinó para engullir la gran erección de Peter, que con su boca ya liberada y su lengua cansada de revolotear por el anillo entre los pliegues de esa carne trémula que tanto le gustaba, pudo decir:

—Déjame marchar, hace días que no paso por el restaurante.

—¿No te gusta cocinar sólo para mí?

—Me encanta, pero voy a perder el negocio. Tú no te satisfaces nunca, hay que mantener un equilibrio entre los tres placeres: comer, beber y follar. Necesito comer algo contundente y beber algo. Estoy mareado, échame un vaso de zumo de arándanos.

—No cariño, eso no es para ti… y tampoco te hará falta ya. Estamos acabando. —“Llenaré el tetrabrik con la sangre extraída de tu pene, no quiero ser una clásica del cuello”, pensó—. Apretó su bonita dentadura blanca y se tiñó de rojo.


Al día siguiente, Verónika puso en marcha su nuevo plan; atraer al informático voyeur no sería fácil, normalmente los voyeurs no entran en contacto directo. Dejó abierto el portátil por la página de un foro de gastronomía, con una petición para que alguien le aconsejara sobre el software y las impresoras 3D para alimentos. Sabía que el telescopio de su vecino sería capaz de adentrarse en su cocina y curiosear por la pantalla del portátil sobre la mesa. Bastó la duración de un baño con depilación y mucho amor propio, es decir, con masturbación, para obtener el resultado que esperaba. Henry era el seudónimo, allí estaba la respuesta escrita. Se sentó ante el portátil envuelta en una toalla y con otra en la cabeza.

—Hola, soy informático, me llamo Henry. Todo depende de lo que quieras gastarte.

—Hola Henry, soy Verónika, en realidad me da igual, me basta poder cocinar sin gluten. —No miró hacia la ventana, sabía que él la observaba—. ¿Continuamos la conversación en privado? Escríbeme al Messenger.

Dejó la toalla en la silla y se levantó para prepararse un vaso del tetrabrik de arándanos, que ya contenía la sangre fresca de su última víctima, sin poder resistirse a esbozar una pícara sonrisa pensando que su vecino no atinaría a escribir y mirarla al mismo tiempo, se acarició las caderas y se azotó el culo demostrando su dureza.  Se despojó de la toalla de la cabeza haciendo sacudir la melena como un látigo.

—Verónika, ¿nos podemos comunicar por Skype?

—Sí, pero espera que me vista, acabo de salir del baño.

—No importa, estoy acostumbrado.

—¿A qué estás acostumbrado? ¿También eres nudista?

—Sí.

—Entonces demuéstramelo.

—Ahora mismo no puedo.

Verónika intuía por qué: tendría una erección de caballo. Lo calentó más, obsequiándole con la visión de las caricias de sus pechos con una mano mientras escribía en el Messenger con la otra. Le propuso invitarlo a cenar en casa para que le hablara del software mientras le preparaba una cena espectacular. Aceptó.

—Adelante, Henry, siéntete como en tu casa. —“Que no está muy lejos de aquí”, pensó.

—Gracias por la invitación. He traído una botella de tinto.

—¡Desnúdate!

—¿Cómo? —Se puso nervioso.

—Es broma, ¡jajaja! —A Verónika le gustaba dominar todas las situaciones. 

—¿Te instalo el software? —Se fijó en el elegante vestido corto y ceñido al cuerpo de color negro—. Estás espectacular.

—Después de cenar, cariño. 

La cena transcurrió con normalidad, Hablaron del placer del voyerismo y del exhibicionismo. Se encontraban alegres y desinhibidos, hasta el punto que él confesó que la espiaba desde su casa y que sabía que era una modelo famosa.

—Te entiendo, Henry, me caes muy bien, cariño. Te voy a contar un secreto: ¡Soy vampira! Llámame Vampi. —le dijo sonriendo y bromeando con el gesto de abrir su gran boca y deslizar su lengua entre los labios.

—Me encantan las vampiras como tú, eres tan sexy. —en la pronunciación se notaba el efecto de los cubalibres tras la cena—. ¿Me regalas un vello púbico?

—No puedo, tendrás que pedirme otra cosa.

Se levantó el vestido mostrando su sexo inmaculado del que pendía el anillo con una perla engarzada. Se quedó embobado y con la mirada fija mientras ella se contorsionaba y disfrutaba calentándolo antes del sacrificio. —“Me gusta que mueran felices”, pensó.

—Vampi ¿Puedo hacerte fotos?

—¡Cómo sois los voyeurs! Si es para masturbarte en tu casa, prefiero que lo hagas ahora delante de mí. Desnúdate.

Lo hizo mientras ella se quitaba el vestido sin dejar de contornearse. Henry, sentado en el sofá, seguía mostrando la cara de bobo mientras su mano derecha actuaba con la precisión de los expertos onanistas. Cuando terminó, sacó el móvil para hacerle una foto.

—¡Qué haces, imbécil, te he dicho que nada de fotos!

—¿Quieres que te instale el software?

—Me importa una mierda el software ¡Te voy a matar ya! —gritó cabreada y le tiró una lata de Coca-Cola a la cabeza.

—No, por favor. No contaré tu secreto. —se aterrorizó al ver su cara.

Se abalanzó sobre él y le cortó la yugular con un cuchillo. —“Tendré que cambiar la tapicería del sofá”, pensó.

—Demasiada gente sabe ya lo de mi vida secreta. Me vengaré de este narrador omnisciente y de todos los que han conocido mi vida secreta, y se han imaginado mi vulva ensortijada.

                                                                                               Fin




Eva ya no come manzanas, de Manuel Vacas



Comentarios

  1. Delicadeza y literatura crecen en la tierra fecunda del erotismo

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  2. Rafael Hortal Navarro22 de abril de 2023, 7:11

    Gracias, es un honor escribir en este blog

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  3. Me ha gustado mucho, original y, una forma de escribir muy avanzada en el tiempo.

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