EL VERDE GABÁN. Las albas papaveráceas de Cástulo, por Santiago Delgado




En el yacimiento arqueológico de Cástulo, cuando ya se ha dejado atrás la verja que separa el centro de interpretación de los restos de la gran urbe iberorromana, hay dos caminos paralelos. Uno, en alto, perfectamente diseñado y realizado, moderno; y otro, en bajo y más precario, a nuestra izquierda, según entramos. Es el antiguo camino hacia los restos arqueológicos. Lo bordea una hilera de almeces, de escasa copa y altura, que los hace sospechosos de haber sido plantados poco ha. El camino es pedregoso, con caballón en medio, algo asilvestrado de hierbas y similares. Cuando acaba la fila de almeces, hay una olivera solitaria. No es de mucho porte, pero se distingue por su majestad de tronco múltiple y retorcido. Es la indicación de que, a partir de él, y hacia la izquierda, se abre el camino que acaba en el cortijo de la loma que limita el espacio castulano; un cortijo ajeno a la grandeza ibera del yacimiento. Bien, pues en el primer tramo de ese sendero, hay un ribazo, en realidad cuneta, que debe tener cierta hondura, la suficiente como para acumular agua en su fondo, a pesar de la sequía. Y en ese ribazo aguanoso crece multitud vegetal de humilde presencia: gramíneas silvestres, ipomeas, cardos, lilas de tallo espinoso… y amapolas blancas: las albas papaveráceas del título.










Son pocas, aquí y allá, pero hacen gala de su soledad. Son de alto tallo vertical y sus espléndidas corolas son girofébicas, como los girasoles. A lo que vamos: de los frutillos, semejantes a los de la rosa silvestre, escaramujos llamados, se extrae una viscosa sustancia blanca, que, debidamente tratada e ingerida, hace soñar con la Triada Capitolina cuando menos. Yo quiero pensar que las semillas de estas albísimas amapolas que digo son descendientes de las que había cuando Cástulo era Tartessos, ni siquiera ibera. Y ahí están, esperando al tiempo y adorando al sol, que nutre a su sabia de esos fluidos de alucinogenia sabia. Dicen los nativos que se usaban para dormir a los niños nerviosos. Nadie sabe qué soñaban aquellos niños de la que fuera capital tartésica de Oriente, cuyo limes llegaba a Cartagena.

Pienso si el genial autor del Mosaico de los Amores, que se puede ver en los restos protegidos del yacimiento, se inspiraría en aquellos sueños bajo los oníricos arrebatos de las níveas papaveráceas de Cástulo.

Id a verlas.

Comentarios

  1. Me ha recordado a El caballero encantado, de Galdós. ¡Gracias!

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  2. Genial, genial y genial.
    Tres veces.
    Admirable despliegue de saberes diversos, desde la botánica a la Historia.

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  3. Genial. Admirable despliegue de saberes diversos.

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  4. ¿Y quién se atrevería a negar esta posibilidad? Además de rica imaginación, amplios conocimientos de botánica, como dice Rosa.

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