EL VERDE GABÁN. Las mocedades de don Quijote (el Quijotillo). Entrega 18, por Santiago Delgado




–¿Es que no sabes tirar piedras, payo? –me dijo, cuando nos sosegamos de la carrera, perseguidos por la chiquillería.

–Me llamo Alonso, no Payo –le dije.

–Yo me llamo Santiago, y soy gitano. Los que no sois gitanos sois tos payos, Alonso.

Tras decir esto, me indicó chitón con el dedo sobre la boca, y dijo quedo, con mucha autoridad, poniendo la mano en mi pecho para inmovilizarme:

–No te muevas, ni arrastres los pies.

Enseguida notamos a la chiquillería lapidadora, que pasaba corriendo por la parte de afuera del portón, sin detenerse. Todo ocurrió en un largo santiamén. Luego, Santiago se fue tranquilizando, y dio por pasado el peligro.

–Son los chiquillos del cura. Los utiliza cuando quiere echar a alguien del pueblo. Lo sé porque me propuso a mí mismo formar parte de la banda. 

–Y, ¿por qué no quisiste?

–Se lo dije a mi padre, y me contestó que, si no pagaba, no le hiciera el servicio. ¿Por qué te quiere echar el cura?

–Porque le pedí zapatos nuevos.

Miró mis sufridos zapatos, que ocultaban mis no menos sufridos pies, y me razonó.

–Tus pies crecen tanto como tu cuerpo, vas a ser alto, Alonsillo. Necesitas un par de zapatos nuevos cada año. O gastar sandalias, como yo.

Me encogí de hombros por toda contestación, como exculpándome de esa falta, de la que yo me creía culpable, por haber molestado con ella a Don Bartolome. Miré sus pies, calzaba el gitano unas holgadas sandalias, que dejaban ver sus mugrosos dedos libres. No gastaba calzas, de pie a cintura. Supuse que llevar calzas era de payos, como él decía. Y que gastar pie desnudo no era para hidalgos, como yo lo era. Pasó un rato, y me propuso:

–Te voy a enseñar a tirar piedras.

Yo no sabía entonces, Sancho, que tirar piedras no es habilidad propia de caballeros, antes bien de perdularios y soeces gentes sin honor, como ocurrió cuando apedrearon a San Esteban, primer mártir de la Iglesia, como sabes, amigo Sancho. Excepto el Rey David, de los hebreos, que usaba honda. Pero sólo de joven y con el paño liao en cuerdas. La honda ennoblece a la piedra, según nos enseña la Escritura; pero aquel Santiago, gitano y noble de corazón, nada sabía de biblias, ni davides. 

Primero me dio lección de la idea, luego de lo práctico.

–Lo que hay que hacer es echar la mano hacia atrás, con una piedra que ocupe la mano cerrada, pero sin apretar. Después, echas atrás la pierna del mismo lado que la mano. Luego aprietas el brazo, y pones la vista fija en la cabeza del que va a recibir la piedra. Hacer arco con la mano, y sueltas la piedra un poco antes, sólo un poco, de que veas la mano pasar por delante del ojo. Así, la piedra sale en dirección a la cabeza del que quieres descalabrar.

Santiago no concebía tirar piedras, por lo visto y oído, sino a la cabeza de algún chicuelo enemigo. Me alegré de que me hubiera escogido por compadre.

Probamos una y otra vez. Él acertaba siempre, yo ninguna; pero cada vez lograba tirarla más fuerte, eso me reconfortaba.

Como quiera que aquello pasó en el paseo vespertino de los escolares de Don Bartolomé, comenzó a caer el sol, y el gitano Santiago me hizo acompañarle a los adentros del caserón, todo él vacío. Lo atravesamos, y llegamos a una pared con un hueco en el suelo. Estaba tapado con una estera vieja. Se agachó y salió al exterior. Yo le seguí.

–Ahora te llevo a la Plaza de la Iglesia. No le digas al cura que has estado con un gitano.

(Continuará)


Comentarios

  1. Estoy ansiosa por leer la continuación de este relato sobre la amistad de un payo y un gitano niños.

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