LOS SONIDOS Y EL TIEMPO. En el salón de la princesa de Polignac, por Gabriel Lauret






Cayo Mecenas fue un noble romano, colaborador y consejero de Augusto, que ha pasado a la historia como impulsor de las artes y protector de jóvenes poetas como Horacio y Virgilio. Esta faceta acabó por hacer de su nombre un sinónimo de quien fomenta y patrocina las actividades artísticas de forma desinteresada. Aunque la figura del mecenas es controvertida en la actualidad, y en España las leyes que lo fomentan siempre parecen menos generosas que en otros países, los mecenas han protegido la carrera y la obra de grandes y pequeños artistas que de otra manera no hubieran podido sobrevivir.


Hoy voy a hablar de una de las mecenas (en femenino) más importantes que vivieron en Francia desde finales del siglo XIX y hasta la Segunda Guerra Mundial. La Princesa de Polignac nació con el nombre de Winnaretta Singer en Nueva York en 1865. Su padre fue Isaac Merritt Singer, un industrial estadounidense que obtuvo la mayor parte de su fortuna por el perfeccionamiento de la máquina de coser (algunos conservamos alguna casi centenaria de nuestras abuelas). Fue la vigésima de veinticinco hijos, al menos, que tuvo con, también al menos, cinco mujeres distintas. Cerca del final de una vida tan ajetreada, con 52 años se casó con una joven francesa, Isabelle Boyer, 30 años menor. 


La familia se trasladó pronto a Europa, viviendo primero en París y después, ante la proximidad de la guerra franco-prusiana, en Inglaterra. Isaac Singer mandó construir una suntuosa residencia de más de cien habitaciones, donde organizaba representaciones teatrales y de circo. Fallecido Isaac en 1875, Isabelle regresó con su familia a París, donde se volvió a casar. Allí su mansión se convirtió en centro de encuentros musicales y artísticos. Winnaretta estudió piano y órgano, y también tomó lecciones de pintura, convirtiéndose en una pintora consumada. Se cuenta que uno de sus cuadros se colgó en una exposición como si fuera obra de Manet. Cuando se ejecutó el testamento de Isaac Singer se convirtió en una joven fabulosamente rica.


A pesar de que era notoria su homosexualidad, en 1887  su madre arregló el matrimonio de Winnie con un príncipe francés. Parece ser que, en la noche de bodas, la novia se subió a un armario y amenazó con matar al novio si se acercaba a ella. Podrán comprender que el matrimonio nunca fue consumado y en cuatro años Winnaretta obtuvo la anulación. 


Para recuperar una posición respetable, Winnaretta volvió a casarse, esta vez con su amigo el príncipe Edmond de Polignac, un soltero de cincuenta y nueve años, también homosexual, que gozaba de cierta reputación como compositor. Fue un matrimonio feliz, basado en un profundo amor platónico, respeto mutuo y amistad artística. Los príncipes transformaron su hogar en una sala de música por la que pasaban las personalidades parisinas más ilustres de las artes, las letras y las ciencias. Pero el matrimonio fue corto ya que el príncipe murió en 1901.


Winnaretta encargó la construcción de un nuevo palacio con una magnífica sala de música, suficientemente grande como para acoger cómodamente una orquesta de cámara y cerca de doscientos invitados. En el salón de la Princesa de Polignac, una docena de veces al año, artistas y aristócratas se reunían para degustar una suntuosa cena, tras la que se encaminaban  a la sala de música para disfrutar de un maravilloso evento musical.


La lista de obras encargadas por la princesa, dedicadas a ella por distintos compositores o estrenadas en sus salones es interminable como lo es la de los compositores a los que protegió; entre ellos Ravel, Poulenc, Jean Françaix, Milhaud, Germaine Tailleferre, Isaac Albéniz… También se beneficiaron de su ayuda los pianistas Ricardo Viñes, Clara Haskil  y Arthur Rubinstein y la bailarina Isadora Duncan, que tuvo un hijo con uno de los hermanos de la princesa.


Su labor benefactora no se limitó a la defensa de las artes: durante la Primera Guerra Mundial, en colaboración con Marie Curie, ayudó a convertir limusinas privadas en unidades móviles de radiología para ayudar a los soldados heridos en el frente, recaudó fondos  para la construcción de un hospital para trabajadores de clase media, adquirió un terreno en París para construir viviendas de bajo alquiler para familias de clase trabajadora y, junto con la artista Madeleine Zillhardt, compró una barcaza que, rehabilitada por Le Corbusier, se convirtió en refugio para personas sin hogar en invierno y en campamento de verano para niños.


Con motivo de la muerte de uno de sus hermanos, Winnaretta viajó a Inglaterra. Pocos días después se declaró la guerra con Alemania, por lo que nunca regresó a Francia. Ayudó a organizar conciertos, cuyas ganancias se destinaron a la Cruz Roja. Su salud comenzó a deteriorarse seriamente en 1943 aunque continuó participando en la vida social hasta que falleció de un infarto en ese mismo año. 


Para que su protección de las artes y las ciencias continuara tras su muerte, Winnie había sentado las bases para una fundación en 1928. La organización de los conciertos recayó en Nadia Boulanger y, tras su muerte en 1979, en el compositor suizo Jean Françaix. La Fundación Singer-Polignac tiene actualmente su sede en el mismo palacio en el que se estrenaron Las bodas o Oedipus Rex de Stravinsky, el primer cuaderno de Iberia de Albéniz o El retablo de Maese Pedro de Manuel de Falla.





Ilustración: Winnaretta Singer. Autorretrato. (ca. 1885). Fundación Singer-Polignac. París

Comentarios

  1. Que ameno resulta este relato de un personaje sin duda singular e incluso extraordinario

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  2. Interesantísimo tu artículo.
    César

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  3. Una lectura muy amena e instructiva.

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  4. Muchas gracias a todos por vuestros comentarios. Pude profundizar en este personaje a raíz de el pasado artículo sobre El retablo de maese Pedro, de Manuel de Falla, y me pareció muy interesante. También la vida de Isaac Singer merecería un amplio comentario, pero se escapa del ámbito musical en el que intento que transcurra esta sección.

    Gabriel Lauret

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