LOGOSFERA. Primavera tras primavera, por Isaac David Cremades Cano




De niño me apasionaba observar al gusano de seda alimentándose vorazmente y me sorprendía comprobar cómo, una vez convertido en mariposa, dejaba de comer para siempre. Este ciclo me parecía extraordinario, sobre todo por el ritmo que marcaba su corta vida de vaivén perpetuo. Este ser menudo y cambiante se convertía en el director de mi orquesta imaginaria, dirigiendo hábilmente con su batuta los instrumentos de la naturaleza, además de con sus gestos a los miembros de mi entorno. 


Las yemas de las moreras que rodeaban la casa empezaban a despertar, visibles como escamas que oscurecen y se secan hasta resquebrajarse. Presionadas desde el interior por el brote verde de la hoja nueva, su eclosión tal percusión anuncia la llegada inminente de la siguiente estación. Cuando los días comienzan a alargarse, los vientos a templarse y el aire a perfumarse de azahar, ya estaba todo preparado para el nacimiento de las diminutas cuerdas. Era normal entonces que numerosas familias humildes de la huerta levantina se movilizaran con armonía en torno al compás de la cría del alegórico gusano. A mí me fascinaba tanto que me limitaba a soñar sin cesar con la vuelta, otro año más, del emblemático ciclo que recomenzaba. 


Recuerdo con mucho cariño acompañar a mi padre a cortar cañas, con las que preparábamos, en el rincón más aireado del corral, los zarzos donde miles de gusanos consumirían todas las numerosas fases de su breve existencia. Pronto, las idas y venidas no solo de mis hermanos y primos, sino también de algunos de sus amigos cargados todos con lo que parecían montones de verdosos magnos pétalos, se convertían en una de las raras tareas que compartían hombres y mujeres. Sé de buena tinta que la recolección de hojas de morera al caer la tarde enamoró a más de uno, en ese mismo embriagador verdor primaveral, escenario de los amores entre Mirèio y Vincèn cantados magistralmente por un tal Frédéric Mistral. Aquel trágico final de hermosos versos, a los que mi curiosidad condujo, rebuscando dentro de esa misteriosa maleta llena de libros, fechados y firmados por mi tío el misionero, quedaron arrinconados en el terrado de mi infancia. Me inspiraban mutismo, un silencioso ritual secreto que me llevaba a deslizarme junto a ese rincón polivalente que ocupaban en ese momento nuestros glotones amigos. Tras comprobar que la cantidad de hojas devoradas lentamente a ritmo regular seguía abundando, antes de instalarme cómodamente cerca de la ventana por la que entraba la bruñida luz de la luna, respirando profundamente el aire fresco de perfumado vegetal, cerraba los ojos entre lecturas mecido por el suave susurro, que emanaba de aquel pantagruélico banquete. 


Los días de eterno balanceo anélido, inspirado por un hambre insaciable, veían su fin al acercarse el momento del emboje. Salíamos entonces a buscar la albaida antes de su floración, sabiendo que crecía a los pies de una mota cercana y que los atareados gusanos comenzarían a treparla, ocupando pronto las revueltas ramificaciones. Ya rollizos viajaban perezosamente a las alturas distribuyéndose en un único y corto periplo, para finalmente acomodarse en el lugar idóneo, un poco como yo cada una de esas noches. Veía cómo, envolviéndose con la fina y preciada fibra, primero torpemente comenzaban a dibujar una forma parecida al número 8, con un movimiento continuo que su alargado cuerpo iba perfeccionando. Debían variar levemente la inclinación de sus cabezas casi hasta el infinito y, cuando aún la opacidad no los ocultaba totalmente, parecían querer desafiar a la misma física sugiriendo, una y otra vez, siluetas no orientables de una singular cinta de Moebius, en donde se encerraban cual tímida crisálida.          


Con los días cada vez más calurosos que anunciaban el fin de esta asombrosa fase de metamorfosis, me divertía rescatando del fondo del corral todos los artilugios necesarios para el proceso de la extracción de la seda. Usados cada año por mi familia de generación en generación, reparábamos aquellos demasiado desgastados o estropeados, que no he dudado en replicar y entregar a todo aquel que vela por la pervivencia artesanal del proceso. Sin embargo, en este mismo instante, tras un largo camino recorrido, no puedo evitar preguntarme: ¿y… quién seguirá con todo esto?     



Si jamás ese niño curioso y despierto hubiera podido imaginar que, un día, cruzaría el océano para compartir con ciertos cubanos interesados por rescatar tal tradición milenaria, que tan torpemente intentaban reproducir. Si difícilmente hubiera podido creer que participaría en cientos de ferias y mercadillos temáticos, medievales y de artesanía, por toda la geografía española durante años. Que ahí miles de niños y adultos prestarían atención al sabio anciano en quien se había convertido y que gritaba de repente a los cuatro vientos: “¡Para sacar la seda, hay que tirar de la punta del capullo!” Con ese gancho y aspecto de amable inventor estrafalario venido de oriente, sujetando su abundante melena plateada con una cinta de cuero y con poblada barba blanca, asombraba colocado frente a una especie de rueca de madera con restos de un hilo de seda dorado recién extraído. Desde la distancia, parecía sacar de una cazuela humeante algo extraño que pronto todos reconocían, pero que pocos osaban pronunciar sin esbozar una sonrisa y soltar una carcajada al escucharlo… Por tanto, si es con esa astucia e ironía como has conseguido hilar con palabras la sólida fibra de la memoria de tantos que te hemos rodeado, cierto es que tu gusano de seda seguirá renaciendo Primavera tras Primavera, entonando para nuestros oídos estos cíclicos acordes que resonarán tan fugaces como eternos.


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Ilustración: Javier y Ana Ruth Caravaca Fernández (2019) en Mis amigos los gusanos de seda, manual del joven sericicultor.

Comentarios

  1. Otro gran breve relato que nos prepara para la primavera 🌼¿Quién no ha tenido una caja con gusanos de seda? Un abrazo 🤗
    Saúl.

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  3. ¿Quién no ha tenido una caja con gusanos de seda? Nos hacemos mayores 🤣 gran nostalgia🌼

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  4. Es muy enriquecedor, ver cómo Isaac nos traslada a esos mundos y esas tradiciones que amenazan con perderse, pero que tienen que pervivir…Gracias!!

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  5. Gracias... sin palabras, con mucha congoja y un cariño infinito... lagrimas en los ojos y agradecimiento, mucho agradecimiento... gracias.

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  6. Otro gran relato de Isaac Cremades.

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