CRONOPIOS. Encuentro con Simone, por Rafael Hortal

 

Hasta ahora no me había costado trabajo localizar a los personajes femeninos más eróticos de la literatura mundial, pero en esta ocasión no encontraba el modo de acceder a Mademoiselle Simone. Lo que le cuenta en sus cartas a su amante casado es tan pasional y descriptivo que todavía hoy sonroja su lectura. Es testimonio de lo que era capaz de hacer una mujer en el París de los locos años 20 para retener a su amante en la cama.


Aprovechando mi estancia en París, seguí el rastro del libro “La pasión de Mademoiselle S.”, como el autor es anónimo, le pregunté al diplomático Jean-Yves Berthault, quien encontró y publicó las cartas que Simone le escribía a Charles entre los años 1928 y 1930. Normalmente cuando la familia encuentra cartas tan ardientes de sus ascendientes, las destruye para salvar su reputación, pero en este caso estaban bien escondidas en el sótano de una casa señorial de la Avenue Marceau. Simone era reacia a encontrarse conmigo, le prometí no desvelar su identidad más allá de lo que se deduce en sus cartas: parisina, joven, bella, de clase alta, culta, enamorada de Charles. Me citó en el Museo d´Orsay, frente a La puerta del infierno de Rodin, inspirado nada menos que en la Comedia de Dante, Las flores del mal de Baudelaire y en Las metamorfosis de Ovidio.

—Perdone que hable con usted escondida tras la puerta, me sigue dando mucha vergüenza que la gente lea las cartas privadas que escribí —hablaba en voz baja.

—Buenos días Mademoiselle.

—Yo conocí esta estación de trenes, se construyó para la Exposición Universal de París de 1900. Ahora es una delicia pasear entre tanto arte, contemplar la belleza es la única forma que tengo de relajarme.

—¿Añora ese París de principio del siglo XX?

—Ya lo creo, vivía en un auténtico frenesí. Desde que conocí a Charles mi vida cambió, a partir de ese momento sentía un deseo sexual exacerbado.





Portada del libro “La pasión de Mademoiselle S.”


—¿Se excitaba al escribirle las cartas?

—Como habrá leído, me masturbaba cuando pensaba lo que le iba a escribir, mientras las escribía y cuando las releía. Comprenda que no salga de la puerta —ustedes dicen del armario—, me da mucha vergüenza que la gente me reconozca.

—Debían tener una posición privilegiada, en aquellos años se mandaban la correspondencia por pneumatiques post, entre las escasas estafetas de correos en París.

—Sí, yo trabajaba en la oficina de la empresa familiar; si no recibía pronto la contestación de Charles me inquietaba, aumentaba mi deseo de estar con él.

—Desde las primeras cartas se demuestra su pasión: “Mi mano acaricia despacio todo mi cuerpo, que se estremece poco a poco. Baja de mis pechos hasta mis muslos, se pierde un instante en el cálido vellón y luego se desliza más abajo. Bajo esta doble caricia, una infinita voluptuosidad se apodera de todo mi ser. Ahora tiemblo de placer, pues te recuerdo con todas mis fuerzas. El goce es tan intenso que me contengo para no gritar”.  

—¿Qué pasa? Si los hombres sienten placer, nosotras mucho más, nuestro clítoris está diseñado solamente para eso, es su única finalidad, por eso maldigo algunas culturas africanas que con la ablación le quitan a la mujer el derecho a disfrutar. Es machismo extremo, y no entiendo como hay mujeres que ejecutan la mutilación genital en su siglo XXI. ¡Maldita tradición!

—De las cartas se deduce que Charles era más joven que usted. ¿Cómo lo conoció?

—Caballero, el amor no tiene edad, y por supuesto que no le voy a decir la edad que tenía cuando lo conocí. Un día pasó por mi oficina por motivos de trabajo, me quedé prendada de su elegancia y le pedí que me llamara por teléfono a mi casa. París era la ciudad más moderna del mundo, teníamos teléfono, metro y un servicio de mensajería muy eficiente.

—Desde luego, a Charles le entregaban las cartas en mano; en unas le relata lo que hizo y en otras le describe lo que haría en su próximo encuentro. ¡Vaya cosas que le escribía usted!: “Toma, amado mío, mira, mira. Esto es lo que hago cuando estoy sola, y mi deseo de ti es demasiado intenso. El miembro entra y sale, va y viene en mi carne palpitante. Me follo ante tus ojos. Me metes un dedo en el culo, y luego otro, y yo me acaricio el botoncito mientras mi lengua entra en tu culo, hasta el fondo. Chupo con pasión ese culo adorable”.

—Lo que ustedes llaman consolador, le llamábamos “un auxiliar”, pero por favor hable en voz baja, me da mucha vergüenza que alguien lo escuche. Esas cosas sólo se comentan entre amantes.

—Amantes valientes, con ganas de experimentar la sexualidad sin límites.

—Cuando se ama no hay límites, mi deseo de estar con Charles me llevó a aceptar complejos procedimientos sexuales. Quería complacer todos sus gustos, en una carta le conté lo que le podría hacer: “Habría descubierto tu polla, tan suave y cálida. La habría tomado entre mis ávidos labios. La habría chupado despacio, despacio, para sentirla palpitar y crecer en mi boca. Después la habría recorrido con la lengua hasta abajo y, luego, detrás; en el surco oscuro de tus preciosas nalgas habría descubierto el punto sensible, y mi lengua y mi boca te habrían dado todas las caricias que te gustan. Voluptuosamente habría probado tu carne íntima, y cuanto lamento no poder entrar en ti como entras tú en mí”.

—Esas fueron las primeras cartas, con el tiempo fueron subiendo de tono, descubriendo nuevos placeres…

—Ya lo creo, de recordarlo me estoy acariciando escondida detrás de la puerta. Comprenda que no soy de yeso como estas figuras inmóviles.

—Por mí no tenga reparo, estoy acostumbrado a que me cuenten sus intimidades sexuales para que las escriba. Le aseguro que siempre respeto el anonimato. 

La gente que pasaba junto a mí se sorprendía de verme escuchando los jadeos que surgían detrás de La puerta del infierno. Hojeé el libro mientras esperaba a que terminaran sus orgasmos. Entendí por qué existía la leyenda de que un espíritu recorría el museo día y noche produciendo extraños ruidos.



“La puerta del infierno” (1880), Rodin





—Lo siento, no lo pude evitar. Continúe con sus preguntas, por favor.

—Según se avanza en la lectura cronológica de sus cartas, se descubre mayor desinhibición y experimentación sexual…

—Mire usted, en aquellos años había en París 224 burdeles; los frecuentaban los hombres de todas las clases sociales, porque con las prostitutas podían hacer lo que no se atrevían a pedirles a sus mujeres. Yo no quería perder a mi amante Charles y eso me llevó a terrenos desconocidos; le excitaba hablarme con vulgaridad, con frases como “zorrita, chúpame el rabo”, me daba azotes en el culo hasta ponerlo rojo; meses después quería que lo llamara Lotte, que es un nombre femenino, y tenía la fantasía de que un hombre se la chupara y lo penetrara; yo hice lo que pude.

Me despedí de Simone y me senté a comer en el elegante restaurante del Museo d´Orsay. Mientras esperaba el canard à l'orange releí algunas cartas del libro. Todas desprendían pasión. ¡Qué pena que Simone no me dejara verla!



 






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