MINUETO. Cementerio marino, por José Antonio Molina Gómez




El tres de octubre de 2013 un barco cargado de inmigrantes

 que iba a Italia desde Libia naufragó frente a la isla de Lampedusa. 

Se estima que murieron más de 360 personas.


Las aguas están tranquilas en Lampedusa. El leve oleaje provoca un movimiento de ondas que van y vienen en un ciclo de repetición casi hipnótico, un retorno eterno semejante a sí mismo. La espuma blanquecina que corona las olas forman una imperceptible línea de separación entre el azul del mar y el azul del día; una blancura que confrontada con los jirones de nubes que arañan el cielo provocan el efecto de un espejo. La repetición de la imagen azulada y el vaivén de las ondas marinas genera una eternidad inmóvil Descendemos por un momento bajo las aguas, leves corrientes acarician algas, bancos de peces nadan en caprichosos y recurrentes evoluciones cíclicas. Vida en calma y onírica. Descendemos y descendemos hacia el lecho arenoso formado por puntos innumerables imposibles de calcular, imagen de la repetición infinita, del inmenso reloj de arena que rige el pulso del mundo, cuya bombilla se vacía y se rellena en el ciclo interminable.


La luz vertical penetra con matemática precisión, los rayos de luz son fustes de columnas que forman una galería porticada de prodigiosa y sorprendente arquitectura cuyos elementos constructivos son piezas elementales de luz, agua y tiempo. No hay apenas sonido, salvo el repetitivo movimiento del agua en el fondo y el roce amortiguado del viento, apenas una leve brisa, sobre la superficie. Es un mundo fijo, eterno, inmutable. 


La mano del hombre parece que no ha estado nunca aquí, y si lo ha estado no importa, su paso es fugaz. El casco de un barco hundido se aprecia a lo lejos, acaba de nacer un cementerio subacuático, restos del naufragio salpican el lecho marino, el mástil de un pesquero con carga humana apunta hacia arriba como si hubiera quedado petrificado con un gesto desesperado. Boca arriba con los brazos extendidos en la misma dirección que el mástil, y como dando la bienvenida al mundo de los muertos, yace un cuerpo abandonado, alrededor unos pocos náufragos más, son mujeres cuyos cabellos acaricia el mar en un único gesto de ternura. No muy lejos dos figuras más, una mujer con los brazos abiertos envolviendo en su último abrazo a un niña, diminuta, mínima, frágil, a la que también abraza el mar. Imagen perfecta del amor eterno más allá de la muerte y de la maternidad, el abrazo que la humanidad les negó se lo ofrece el mar, el cielo y la arena.




Comentarios

  1. Bonito homenaje a las personas anónimas que buscaban un mundo mejor. Ya descansan en paz.

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