EL VERDE GABÁN. Las mocedades de don Quijote (el Quijotillo), por Santiago Delgado. Entrega 17.





Se lo dije tras el desayuno, me miró mientras yo, respetuosamente en pie esperaba su respuesta, y tras engullir el mendrugo candeal de su condumio, me dijo:

–Eso es cosa de tu madre. La mandaremos a llamar.

Y, ocurrió que como causa y efecto de este lance, comenzaron los chicos del pueblo cuando Don Bartolomé nos sacaba de paseo, a las afueras, para sentir la paz del campo y el sosiego del aldea, a lanzarme pullas e improperios como estos que a continuación te digo:


  ¡Viudero, viuderro,

  cara de perro!


Y, antes de alcanzar a entender lo que me querían decir, que no es otra cosa que hijo de viuda, hijo adulterino, una infamia para mí y los míos, cambiaron la suerte:

¡Comunero, comunerro

culo de perro!


Esto ya no hace falta que te lo explique: hijo de puta y vencido traidor, confundiéndome con un perro.

Cierto día, comenzaron a tirarme piedras, y yo, naturalmente, di en correr, huyendo de la desgraciada ocasión de verme lisiado. Don Bartolomé y el resto de escolares desapareció como por ensalmo a mi vista. Ya llegábamos a las afueras del pueblo, cuando al doblar una de las últimas esquinas del manchego pueblo de Villanueva de los Infantes, se abrió un portalón, y salió un chicuelo, sin duda gitano, con pañuelo a la cabeza y andrajoso de vestires; aunque eso sí, con unas sandalias a la medida que para nada le estorbaban correr, como a mí mis apretados, y reventados, borceguíes de cuero que aprisionaban mis pobres pies. Debería ser tres o cuatro años mayor que yo. Envidié aquellos sucios pies libres del chicuelo.

–¡Payo, payo… vente por aquí! –dijo la aparición.

Obedecí sin dudar, y miré hacia atrás, aún no había aparecido la jauría chiquillera por la esquina, aunque sí se oía su gritería infame.

Abrió un portón desvencijado, y al entrar ambos lo cerró con habilidad, defendiéndolo con un pasador de madera, de jamba a jamba de la entrada. Enseguida percibí que el casón, allá lejos, luego de la puerta, estaba abandonado. Por eso el gitanillo había entrado impune. Un patio como de venta, se abría tras el portal salvador, y, al fondo se levantaban las dependencias.


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