EL ARCO DE ODISEO. Navidad en Stalingrado, por Marcos Muelas




Stalingrado, Navidad de 1942.

Querido padre:

Ha pasado tiempo desde que te escribí por última vez. Podría mentir diciendo que aquí, en el frente, he estado muy ocupado tratando de mantenerme con vida. Y en parte es cierto, ya que los enfrentamientos con los rusos son duros y constantes. Pasamos la mayoría del tiempo en nuestros puestos, esperando que comience una nueva batalla.

Muchos son los camaradas que aprovechan esos momentos para escribir cartas a casa, pero en honor a la verdad, yo soy incapaz de ponerme a ello. Es curiosa la capacidad que tienen el resto de soldados para relajarse entre combate y combate. Yo, sin embargo, me encuentro en un perpetuo estado de ansiedad, incapaz de apartar la mano de mi fusil.

Mientras escribo estas líneas miro a mi alrededor y en la trinchera que comparto con mis compañeros de armas, encuentro que tres de ellos duermen a pierna suelta, ignorando que podrían morir antes de despertar. Un obús enemigo podría caer sobre nosotros en cualquier momento o las tropas enemigas podrían cargar sobre nuestra posición y ni siquiera estaríamos preparados para repelerlos.

Cuando esta carta llegue a vuestras manos, la fecha de Navidad habrá quedado bien atrás. Aquí, en el frente, la estamos viviendo de forma muy austera. Los suministros prometidos por Göring no llegan. Ya sospecharás que no hubo grandes mesas repletas de alimentos para nosotros. No obstante, nuestro capitán consiguió, de alguna forma que desconocemos, unas bienvenidas botellas de vino que agradecidos pasamos de mano en mano. Animados por el alcohol, algunos hombres incluso se atrevieron a cantar. Pensé que algún oficial vendría a hacerlos callar, temeroso de que delatáramos nuestra posición al enemigo, pero no ocurrió tal cosa.

Corren rumores de que este hecho se repitió a lo largo de la línea de defensa y en algunas ocasiones, el enemigo sí aprovecho la ocasión para lanzar bombas. Historias aún más absurdas aseguran que algunos soldados alemanes establecieron pequeñas treguas con los rusos, llegando a intercambiar comida e incluso regalos. He recordado que tú mismo me contaste haber vivido historias similares en Francia durante la Gran Guerra, pero me cuesta mucho imaginar algo así, después de estos dos largos años de enfrentamiento. El odio mutuo nos ha convertido en bestias, animales desprovistos de cualquier posibilidad de confraternizar.

No es ningún secreto que estamos rodeados por el enemigo. Nadie había podido vaticinar que los asediadores acabáramos convirtiéndonos en sitiados. En estos instantes apenas queda un frágil paso abierto por el que confío esta carta pueda salir para llegar hasta vosotros.

Quién me iba a decir que en el infierno haría frío. Los cadáveres de mis camaradas permanecen en el mismo lugar, donde cayeron hace semanas. Ya no hay treguas para recuperar los cuerpos. Los muertos están congelados, pegados entre sí. Y aunque los recuperáramos, ¿qué se supone que haríamos con ellos? Los hombres no tienen fuerzas para cavar fosas en el suelo congelado. Tampoco hay combustible para incinerarlos. ¿Será mi destino acabar así, esperando que llegue la primavera para que las ratas devoren mis restos? No lo creo, hace mucho que los rusos se comieron a todos los roedores de la ciudad.

Estoy siendo demasiado nefasto y no me gustaría contagiar mi pesimismo a través de esta carta, ni desalentaros con el curso de la guerra. Es seguro que no podemos avanzar y no tenemos medios para resistir durante mucho tiempo mucho más, lo cual, me da la esperanza que de una forma u otra, nuestra estancia en Stalingrado llegará pronto a su fin. Quién sabe si en cualquier momento la sensatez aflora y desde Berlín llegua la orden de retirada, mientras aún quede un camino para hacerlo.

Es triste haber llegado tan lejos para acabar atrapados a las puertas de la ciudad. Después de tanto tiempo no hemos conseguido entrar. Y casi lo prefiero, lo que desde aquí vemos es una ciudad fantasma, una necrópolis donde es imposible que haya vida. Pero, como bien nos dejan claro sus francotiradores, no se van a rendir jamás.

En estos instantes solo me reconforta pensar que mamá y tú os encontráis frente a la chimenea, brindando con vino caliente y pensando en mí mientras celebráis este día.

Feliz Navidad.



Comentarios