EL ARCO DE ODISEO. El pintor de postales, por Marcos Muelas







A principios del siglo XX un joven pintor recorría las calles de Viena con sus mejores trabajos bajo el brazo. Sus obras le llenaban de un modesto orgullo y tenía fe de que su talento le sirviese para entrar en la Academia de Bellas Artes. Pero, hasta en dos ocasiones, fue rechazado por la institución. Desilusionado, arrastraba sus sueños rotos sobre los adoquines desiguales de la capital Austriaca. Sin recursos, se vio obligado a vender sus obras en la calle. Creaba sus obras sobre un endeble caballete, aprovechando la luz del sol, siendo las acuarelas su medio de expresión más utilizado. También creaba postales que exponía sobre una vieja manta en los parques, cuidando que las fuerzas del orden no le descubrieran molestando a los ciudadanos.

Si el día era bueno, y tenía la suerte de vender alguna de sus obras, por la noche podría dormir en una modesta pensión. Pero esos momentos no eran muy habituales y el joven tenía que resignarse a pasar muchas noches durmiendo a la intemperie, luchando con vagabundos y otros desharrapados por un banco del parque.

En 1914 llegó a Europa la Gran Guerra. Una guerra, que según se intuía, acabaría con todos los conflictos o terminaría arrasando el mundo. Entonces, el joven artista, que por aquel entonces ya contaba con veinticinco años se alistó del bando alemán.

Poco más puede decirse sobre aquel conflicto que no se haya dicho ya. Durante años, el joven luchó en las trincheras, vertiendo sangre y sudor sobre el barro. Cuando los escasos momentos lo permitían, realizaba pequeños bocetos que acaban siendo pasto de hogueras que trataban de atraer el ansiado calor.

Hasta en dos ocasiones fue herido en combate. La última de ellas, alcanzado por el temido gas mostaza, perdió la vista. Durante una temporada permaneció en un hospital de campaña. Tumbado en un camastro, completamente ciego, se hundía en un mar de lamentos producidos por el resto de pacientes. ¿Qué era un artista sin ojos? Cualquier otra persona se hubiera lamentado por ello, pero el joven sólo pensaba en que, durante su estancia en el hospital, no podría ayudar a sus camaradas, encerrados en las trincheras.

Su vista comenzó a recuperarse y cuando tenía la esperanza de regresar al frente, llegó la peor de las noticias. Alemania había perdido la guerra. Pero él no pensó en una derrota. Sus políticos les habían traicionado firmando un armisticio cuando aún era posible continuar luchando.

Ya recuperado, se trasladó a Berlín. Hasta entonces el ejército había sido su única motivación. Durante años había demostrado su dedicación a la institución, siendo ascendido a cabo e incluso condecorado por sus esfuerzos. Pero ahora volvía a las calles sin motivación ni objetivos.

Al igual que muchos veteranos más, encontró cobijo en las cantinas de Berlín. Allí, exaltados, ebrios y con los bolsillos vacíos, se alimentaba el rencor y crecía el odio. El joven comenzó a intervenir en las discusiones y sin darse cuenta su voz comenzó a ser escuchada. Descubrió un poder de oratoria que dejaba a los oyentes boquiabiertos, hechizados por sus palabras. La multitud estaba ambienta y devoraba sus palabras alimentándose de la ira de los perdedores.

Pronto su nombre se hizo célebre. Sus seguidores se convirtieron en horda. Y esa horda arrasó el mundo, aniquiló razas llenando fosas anónimas por toda Europa. Adolf Hitler dirigió todo su fervor en favor del odio. Pero, ¿ qué habría pasado si la Academia de Bellas Artes hubiera acogido al joven pintor entre sus muros? ¿Habría el arte eclipsado su carrera política?

Adolf Hitler llegó a pintar cientos de obras. Su talento era innegable, al menos en la representación de edificios y paisajes. Los críticos y expertos actuales definen su trabajo como la obra de un pintor triste, carente del talento o interés para representar figuras humanas.


Adolf Hitler, Virgen con el Niño (1913)




Comentarios