CRONOPIOS. Encuentro con Carmilla, por Rafael Hortal



 

En esta ocasión estaba ansioso por el encuentro con una celebridad inmortal, al tiempo que nervioso por si sufría un sortilegio por su poder de seducción, que me arrastraría a su mundo doppelgänger. En la literatura encontramos obras famosas que tratan el tema de la bilocación, pero en la novela “Carmilla” de Sheridan Le Fanu, publicada en 1872, las coincidencias entre personajes y sus sueños nos causan un terror atávico, porque no sirve de nada echar el cerrojo a la puerta para estar a salvo de la maldad.   

Pensé en varios lugares para quedar con Carmilla, era arriesgado ir al castillo de Estiria. Al final me decidí por el museo de H.R. Giger, el creador de Alien, en un pequeño pueblo de Suiza. La esperé en la cafetería, sentado en uno de los espectaculares sillones de esqueleto con respaldo muy alto. Llegó con su lenta elegancia al andar. Me fijé en sus carnosos labios y su impoluta dentadura perfecta.

—Aquí estoy, y no me arrepiento. Este lugar es asombroso.

—Sabía que le gustaría…

—¿A usted no le aterra?

—Ya no; ahora me encanta. Aunque la primera vez que vi al Alien me causó un gran impacto.

—¿Qué sensación le he causado yo? ¿Miedo, tal vez?

—La conozco muy bien, por eso siento fascinación y miedo al mismo tiempo. Es difícil asimilar que una joven tan bella tenga tanta maldad; es usted tal y como la describe su amiga Laura: “Era delgada y maravillosamente elegante. Pero sus movimientos eran muy apáticos, sin que nada en su apariencia indicase que era una enferma… tenía grandes ojos negros y brillantes, su cabello era fantástico…”

—¡Ah, mi amiga Laura! Nos soñamos desde niñas, nos amamos de adolescentes, y la “muerte” nos unió para la eternidad.

—¿Qué siente cuando la califican de ser la primera vampira lesbiana de la literatura?

—Cariño hacia a mi admirado Sheridan Le Fanu, que fue un escritor increíble de historias de terror, creando atmósferas inquietantes. El famoso Bram Stoker se inspiró en él para escribir “Drácula” 25 años después; aunque no puedo obviar que mi querido Le Fanu ya conocía el poema de Chistabel y Geraldine que escribió Samuel Taylor Coleridge en 1800.

—Vale, ¿Pero usted cómo se siente?

—Una privilegiada. Me conocen en todo el mundo, han hecho películas y series de televisión acondicionadas a esta época. Aunque no me gustan las adaptaciones que cambian el final de la novela.

—¿Las vampiras están poseídas por el Diablo?

—Ja, ja, ja… Dicen de todo, pero en mi caso no. Tengo multi personalidad temporal, física y mental, soy dulce y cruel al mismo tiempo. Y no se preocupe que no me gustan los hombres, soy muy exigente y sólo me atrae la sangre de las jóvenes y bellas mujeres.

—De las que se enamora…

—Para extraer la sangre no necesito enamorarme; lo que sucede es que lo hago de forma sutil, lentamente, en pequeñas dosis. Ellas ni se enteran, creen que sueñan mientras beso su cuello y acaricio sus pechos antes de pinchar mis colmillos. Con el tiempo enferman y mueren. Le reconozco que con Laura fue diferente; se lo dije a ella susurrándole al oído: “No he estado nunca enamorada de nadie y jamás lo estaré, a no ser que sea de ti”.

—¿Sigue siendo así después de 350 años?

—¿Cómo sabe mi edad?

—Se descubrió que usted fue la condesa Mircalla von Karnstein… pero se mantiene muy bien…

—¡Qué valor! Intentar conquistar a una vampira y lesbiana.

—No, no, por favor. No era mi intención…

Una chica muy guapa se acercó sonriendo y le dio un beso a Carmilla. La reconocí cuando le acarició suavemente el largo cabello. Llevaba un elegante vestido blanco de cuello alto.

—Hola —me sonrió—. Soy Laura. Carmilla me insistió para que viniera a la entrevista también.

—Encantado. Se lo agradezco, porque en realidad es usted la que cuenta la historia…

—Sí, todo sucedió cuando tenía 19 años, pero no me atreví a contarlo hasta los 27. Siempre estaremos unidas; a los 6 años ya soñaba con ella, era un terror que me atraía. Carmilla se metió en mi mente y en mi cama: “A veces me daba la impresión de que una mano me acariciaba con suavidad la mejilla y el cuello, era como si unos cálidos labios me besaran; besos que se intensificaban en longitud y en amor a medida que se acercaban a mi garganta. Mi corazón latía desbocado, mi respiración subía y bajaba rápidamente con fuertes jadeos; me sobrevenía entonces un sollozo que casi me ahogaba y que se transformaba en una terrible convulsión que hacía que perdiese el sentido y me quedara inconsciente”.

—Eso se llama orgasmo —apostilló Carmilla—, el éxtasis extremo cercano a la muerte.

Recordé lo que le dijo Carmilla a Laura cuando presenciaban un entierro: “Tú vas a morir, todo el mundo tiene que morir; y serán más felices cuando ocurra”.

—Carmilla, ¿Usted es feminista?

—En el siglo XIX no se llamaba así, pero está claro que luchaba por el poder femenino y contra el patriarcado. Laura estaba esclavizada por su padre y su férrea institutriz… la liberé para siempre.


Tenía el privilegio de estar con el arquetipo del vampiro femenino de las letras universales. Pensé en otras novelas, cómics y películas de morbosas vampiras. Sus figuras se desvanecieron sin despedirse. Me levanté y miré alrededor; a lo lejos, entre la gente que salía del museo me pareció verlas abrazadas andando lentamente. Con sus elegantes ropajes blancos nadie sospecharía que se alojaban en el averno. 



                      

Ilustración:
D.H. Friston en la primera publicación de Carmilla de Sheridan Le Fanu, publicada en 1872.    



 

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