PUNTO DE FUGA. La tía Lola, por Charo Guarino



La guerra civil que atravesó su infancia como un rayo y la sucesión periódica de hermanos con un lapso aproximado de dos años entre uno y el siguiente la hicieron madurar precozmente. Eran tiempos de penurias, en los que los Reyes Magos se hacían notar con discreción, cuando lo hacían. Mi padre recuerda cómo volvió a convertirse en el benjamín tras morir de forma prematura el sexto hermano (el primero al que llamaron Tomás, como su padre) –contaban que porque a mi abuela se le había agriado la leche, al asustarse cuando la avisaron mientras lo estaba amamantando de que a su hija María la había atacado un perro—, y cómo al quedar encinta de nuevo, esta vez de mi tía Consuelo, que en paz descanse, Lola le espetó en tono burlón “Manolillo, ya no eres el pequeño. Se te han acabado las gachas…”.  Y aún habría de llegar el nuevo Tomás, mi padrino, que puso punto final a la lista de la progenie Guarino Bueno.


Homero hubiera podido inspirarse en ella para pintar el azafranado velo de su Eos rododáctila (la Aurora de dedos rosados), porque de muchachilla mi tía Lola ensobraba azafrán en carteritas, que le dejaban los dedos teñidos de un naranja dorado. Tal vez fuera por eso por lo que a lo largo de toda su vida hizo magia con ellos, bordando mantones de manila junto a sus hermanas, o más tarde dirigiendo su casa, educando a sus hijos y administrando el salario de su marido, a quien dedicó más de un tercio de su vida y con el que llegó a formar una familia casi tan numerosa como aquella de la que procedía. Se las maravillaba para conseguir empinar el puchero diario y vestir a todos cosiendo ella misma las prendas, y simultáneamente ahorrar para poder pasar unos días de vacaciones, pues siempre le gustó salir y viajar. Maçanet de la Selva es el primer destino relacionado con ella y con sus hermanas, mis tías María y Consuelo, que recuerdo, pero, sobre todo, Villanueva y Geltrú —la ciudad que en su momento plantó cara a la prohibición franquista de celebrar los carnavales—, donde adquirió un apartamento en el que gozamos de su espléndida y generosa hospitalidad (debía pensar que donde comen ocho, bien pueden comer dieciséis, con esa facilidad suya para multiplicar los recursos y compartir). En varias ocasiones acudimos en verano, pero recuerdo de manera especial las batallas de caramelos que tenían lugar el día central de carnavales. La ciudad quedaba tapizada por los que caían al suelo cuando las respectivas comparsas los lanzaban a manera de proyectiles poniendo en peligro la integridad física de quienes nos arriesgábamos a presenciar el desfile mientras tratábamos de zafarnos tras los coches de la copiosa lluvia de colores que en más de una ocasión nos hacía ver las estrellas a causa de algún caramelazo. Los carnavales siguen celebrándose y han valido el sobrenombre de ‘la ciudad de caramelo’ a este enclave marítimo; en el espigón de Ribes Roges pudimos contemplar hace unos años mi hija y yo la bellísima escultura en bronce de dos toneladas y media esculpida por el villanovino Oscar Estruga, nacido el mismo año que mi tía Lola, que tomó como inspiración  el mito  griego de Pasífae y que es hoy en día uno de los iconos más emblemáticos de Vilanova i la Geltrú.


A aquel apartamento fue a parar el sofá de escay marrón con asientos tapizados en verde —al que vino a sustituir otro más grande y moderno de módulos estampados que podía acogernos a todos a un tiempo sin necesidad de hacer turnos y poder así disfrutar juntos de las sesiones de cine en el televisor Radiola. Fue nuestro particular caballo de Troya, en el que introducíamos a manera de escondite mi hermana Anabel y yo nuestros dibujos y secretillos, que perdimos cuando se lo llevaron, y que han quedado por ello preservados para siempre en el rincón de la memoria en que habita lo querido y añorado.

Como ocurrió a tantos de su generación, Lola vivió el exilio de la posguerra que llevó primero a sus tíos y después a sus padres y hermanos a Sabadell. Un accidente ocurrido a su novio durante la construcción de una carretera en Cataluña hizo que, desafiando la prohibición paterna por estar soltera, acudiera junto a él para cuidarle en la convalecencia por fracturas óseas, haciendo caso omiso del qué dirán, y seguramente desencadenó el fin de su noviazgo. Me encanta su foto de recién casada, en tono sepia, en la que Enrique y ella parecen artistas de cine, que pude ver proyectada, junto a un buen ramillete de instantáneas de distintos momentos de su vida, hace apenas una semana, en el último viaje que realicé en 2023 para asistir con mi padre a su sepelio.


Siempre fue dada a celebraciones, y me contaba su hija menor, mi prima Loli (la Lolilla, como su madre la llamaba) que le encantaba reunir a la familia y los amigos, cuantos más mejor, por su cumpleaños. En un momento de la celebración del funeral volví la cabeza para comprobar cómo lo había conseguido en su última ocasión de cuerpo presente. Probablemente ella nunca había llegado a pensar que serían tantos. Esta vez ya no podía soplar las velas, pero pese a la demencia senil que tenía secuestrada su mente concediéndole pocos momentos de lucidez (el último, por cierto, de forma sorprendente en Navidad, en el que se despidió de mi padre por videollamada dos días antes de fallecer) pudo disfrutar junto a su familia el 16 de abril de la fiesta que el ayuntamiento de Barberá del Vallés celebró para agasajar a los veinticinco mayores que alcanzaban tan provecta edad en la población en 2023.


Mujer decidida, emprendedora, inquieta y sensible, su biografía estuvo, como ya he dicho, marcada primero por la guerra y la posguerra, enseguida por el fallecimiento de su padre nada más llegar a Cataluña (no pudo llegar a ocupar el puesto de mozo en la Farmacia en el que le habían contratado), su separación cuando todos sus hijos estuvieron criados y, además de no pocos disgustos de los que ninguna familia está exenta, la muerte de su hermana menor, Consuelo, con solo cincuenta y dos años, y, hace siete, la de su hija Isabel, la Belin, con cincuenta y seis años, igualmente debido a un cáncer al poco de volver de Italia a donde se había mudado por amor. Desde entonces el declive natural se había precipitado claramente limitando su vitalidad y su energía prodigiosa. Pocas cosas se han resistido a su maña y a su creatividad, que junto a su arrojo y su tesón, marca de la casa, han sido señas de identidad que ha llevado con orgullo. Curiosa y ávida por aprender, con setenta cumplidos se atrevió con la informática y se hizo una cuenta de correo electrónico, a través de la cual establecimos correspondencia e intercambiamos durante mucho tiempo el entusiasmo por lo que nos hacía vibrar, sobre todo la poesía. Los piropos que derrochaba al referirse a sus hijos, sobrinos o nietos, su tono de voz argentino, apagado hace ya varios años, y su sonrisa luminosa, incluso acompañada de lágrimas, que más de una vez la he visto derramar, perduran en mi recuerdo, perfectamente nítidos, superponiéndose a su imagen última.


En el tanatorio mi prima Loli tomó la palabra para despedir a su madre en nombre de los hermanos Daza Guarino. En su memoria se dirigió a la “chef Lola” leyendo un texto que ella conservaba entre no pocos escritos propios, una receta cuyos ingredientes no es preciso comprar y cuya esencia es el amor, el que ha dejado en los cinco hijos que la han sobrevivido y en sus nietos que adoraba. 


El coro del que formó parte y con el que tan buenos ratos compartió cantó en su honor una habanera, “La bella Lola”, poniendo una nota de alegría a su adiós. A ella le habría gustado, como me gustó a mí estar allí y ser testigo. Mientras escuchaba a Jorge Sepúlveda cantar “Mirando al mar” volé con la imaginación hasta la casa de Loja vecina de la ermita de la Caridad, a la espalda de la Puerta del Jaufín, donde exactamente noventa años antes, el 30 de diciembre de 1933, había venido al mundo la primogénita de Tomás Guarino Aguilera e Isabel Bueno Giménez, y pude sentir la ilusión de la madre primeriza que fue mi abuela un día, que se respirarían en el ambiente entonces y que de alguna forma volvían a hacerlo en ese momento, a las nueve de la mañana del 30 de diciembre de 2023. Fiesta de bienvenida y despedida abriendo y cerrando el círculo de una vida con sus penas y alegrías.


¡Que tu alma descanse en paz y vuele libre de las servidumbres del cuerpo, tita Lola!





Comentarios

  1. Emotivo, la intrahistoria verdadera de la España eterna. Gracias, Charo. Tu testimonio es vital para el arte y la literatura.

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    1. Me emociona tu comentario, Santiago. Gracias por apreciarlo y dejar constancia.

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